Diario de León

Un punto ciego, un ángulo muerto

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León

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irene dalmases

Han pasado diez años desde que Borja Bagunyà recibiera de manos del entonces príncipe Felipe el Premio Impulsa de Cultura y Deportes. De ser «punta de lanza» de la generación emergente de la literatura catalana a convertirse en autor de la consistente «Els angles morts», que alude a aquello que no percibimos. En su primera novela, publicada por Periscopi, Bagunyà lleva al lector a reflexionar sobre la mirada, sobre lo que se puede ver o no en cada momento, de la mano de tres personajes: el catedrático Antoni Morella; su esposa, Sònia Sesé, que una noche asistirá a una mujer en un parto muy especial; y el sobrino de ambos, Olof, un joven inaguantable que viaja desde América a Barcelona para hacer las Europas.

Con vocación de psiquiatra cuando era muy joven, actualmente profesor de teoría de la literatura en la Universidad de Barcelona y cofundador de la escuela de literatura Bloom, el escritor, que hasta ahora había apostado por el relato, ha construido un artefacto que incide en que «todos los ojos tienen un punto ciego, un ángulo muerto, algo que se nos escapa».

A la vez, discurre sobre qué es lo normal, cuál es la verdadera naturaleza del ser humano o qué es la belleza.Los tres principales personajes de la obra «son tres maneras diferentes de mirar y de producir saber, y son de quienes me sirvo para explicar algo como un bebé absolutamente mal formado, una palomita de carne».

Antes de sentarse ante el ordenador, no esconde que leyó profusamente sobre mutaciones y seres mutantes, porque a lo largo de la historia se han documentado «bebés cíclopes, hombres elefante, personas con síndrome de Proteus que o nacían muertos o vivían muy poco tiempo».

Sin embargo, se pregunta Borja Bagunyà: «¿Qué ocurriría si nacieran bebés con una malformación total, pero perfectamente sanos e incluso replicables, con dos ojos y dos orejas, pero en lugares diferentes a donde los tenemos colocados todos nosotros?».

A su juicio, quedaría en evidencia «la misma idea de naturaleza humana o de belleza, porque si la mitad de la población tuviera una cara como cubista y la otra mitad tal como la tenemos nosotros, no podríamos decir que nosotros somos los naturales y ellos los mal formados, desaparecería la idea de malformación y este espacio, este punto de partida, me parecía muy chulo para decir: cuestionemos lo evidente».

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