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El eco de los colonos

Un viaje de cuatro siglos para 19 vecinos

Un trabajo de antropología único nos permite seguir la estela de los moradores del pequeño pueblo de Palacios del Sil, Tejedo del Sil, a lo largo de cuatro siglos, en un viaje que se convierte en el exponente de la historia de la provincia

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León

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Cuatro siglos para 19 vecinos. Cuando Ángel Gancedo comenzó a investigar apenas podía imaginarse que las pesquisas le obligarían a emprender un viaje hasta el siglo XVII a través de los habitantes del pequeño pueblo de Tejedo del Sil, en Laciana. El trabajo de documentación le ha llevado a sumergirse en archivos de toda España. Tras los históricos de León y de Asturias, se dirigió a los Diocesanos, al de la real Chancillería  de Valladolid, donde buceó en los pleitos de hidalguía, el del Conde Duque de Madrid y el Militar de Segovia en una aventura que comenzó como un trabajo de antropología en Laciana. Allí tuvieron lugar las primeras pesquisas, los contactos con descendientes de los primeros vecinos de Tejedo. Fue con ellos como Ángel Gancedo tejió el hilo invisible de un tapiz cuyo origen le ha llevado a las primeras décadas del 1600, una época que vivía los estertores del Siglo de Oro español. Los pobladores de la investigación coincidían con el poema póstumo de Quevedo, Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes, hoy desmoronados, y no eran más de 19, uno más que hoy. Ese es el balance de cuatro siglos en Tejedo, un habitante menos, cifra que demuestra que el censo de este pueblecito en medio de la montaña, que pertenece a Palacios, ha sido devorado a lo largo de la historia. Las familias originarias se concentran en torno a diez apellidos: Álvarez Carballo, Álvarez Coque, Álvarez Barrero, García Buelta, Álvarez de la Reguera, Ramos, Ortega, Sabugo, Fernández Gancedo y Gancedo, simiente de un censo que —mutatis mutandi— se ha modificado al ritmo de la historia de España.

El trabajo, aún por completar, presenta una diversidad de información que deberá ser gestionada para convertirla en datos inteligentes, contenidos con los que hacer el relato de una anécdota (Tejedo del Sil) que categoriza la del valle de Laciana. De hecho, los apellidos anteriormente citados tendrán protagonismo no sólo en la historia de Villablino sino de León y, en algunos casos, del país.

Hasta el año 1843 los vecinos de tejedo no iban a la guerra pues la mayoría eran hijosdalgos

La mortalidad es uno de los exponentes que puede ser utilizado para que la visión de un pequeño pueblo sea extrapolado al de la nación. Según la investigación de Gancedo, la mortalidad tiene lugar en cortos periodos de tiempo y sobre todo en el siglo XIX. La causa: las hambrunas y el cólera. Esa puede ser la razón de que la mayoría de los fallecimientos tengan lugar entre la población infantil debido a la combinación letal de ambas cepas. La propagación de las virulentas epidemias de cólera tuvo dos olas: la primera en 1833 y la segunda en 1835. A finales de siglo el hambre se apropiaba de las clases populares. Para remediar los problemas de desnutrición y alta mortalidad infantil se establece a finales del siglo XIX por la Cruz Roja española una institución denominada la Gota de Leche, institución encargada de proporcionar sucedáneos de leche materna a las madres sin recursos económicos.

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Arriba, uno de los documentos de los vecinos del pueblo que data del año 1650 de la Real Chancillería de Valladolid. Abajo, legajo del Archivo Histórico Provincial de León.

Por otro lado, las guerras también tuvieron su parte en el descenso de población. En cualquier caso, y como Ángel Gancedo destaca, hasta el año 1843 no se hacía dicha prestación puesto que la mayoría de los habitantes de Tejedo del Sil eran hijosdalgos y, por lo tanto, capaces de ser eximidos de las quintas. «A partir de esta fecha se tiene constancia de prestaciones en la guerra de Filipinas, en la guerra de Marruecos como en la guerra de Cuba y la Guerra Civil Española», afirma para añadir que en aquel momento comienzan los movimientos de migrantes a América con la finalidad de librarse del servicio bélico.

Para comprobar las crecidas y el descenso poblacional, la labor del investigador ha recalado en varios ‘puertos’. El dato más antiguo es el censo de la Sal donde figuran 19 vecinos, Años más tarde, el catastro del Marques de la Ensenada de 1752 registra 21 vecinos con un censo de 85 habitantes —39 varones y 46 mujeres—. El censo de Aranda de 1768 revela 102 personas (46 hombres y 56 mujeres) y en el Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal de Sebastian Miñano de 1827, la foto captura 24 vecinos con una población de 90 habitantes, mientras que 20 años después, la población registrada es de diez vecinos más y 120 habitantes. A partir de ese momento: 177 en 1858, 174 en 1858, 172 en el año 199, 175 el año de la proclamación de la República, 162 en 1950, década de postguerra, 132 en 1970, 91 en 1991 y 78 en 2001, hasta llegar a los 18 de la actualidad.

Los primeros datos de la existencia los tenemos en la delimitación que se hace del privilegio o fuero de Ribas de Sil dado el 2 de Julio de 1225, más tarde en el Fuero o Carta Puebla del 24 de Marzo de 1270 de Laciana, ya figura como parte de dicho privilegio perteneciendo al Conde Luna durante la baja Edad Media hasta finales del siglo XV, donde aparece como jurisdicción independiente de los concejos de Laciana y Ribas de Sil (Garcia Cañon 2006), pasando a pertenecer a la señora Mayor de Bahamonde y posteriormente al Conde de Toreno. Permanece como entidad jurídica independiente hasta la formación de los ayuntamientos.

Uno de los capítulos del trabajo es el de la emigración, un ‘suceso’ humano que en Tejedo del Sil tuvo varios periodos. Primero, sobre el año 1850 y 1860 cuando gran parte de la población parte a Madrid a trabajar como criados y porteros. Un siglo después, en las tres primeras décadas del siglo XX, el movimiento migrante se dirigió a América. En este caso, Tejedo del Sil se vació. Es literal porque el 70% de la población huyó al nuevo continente en busca de una vida que la provincia les impedía emprender. En total, fueron 60 personas las que cogieron barcos para los que tan sólo tenían billetes de ida. Este es un dato revelador que lo es aún más cuando se coloca junto al del año 1780. Y es que hay constancia de que entonces, sólo viajó a hacer ‘las Américas’ una persona, mientras que entre 1835-1852, los archivos encuentran tan sólo otra.

«Ha sido por tanto difícil localizar a tanta gente y tantos lugares distintos aunque siempre es reconfortante localizar a dichas personas», explica Ángel Gancedo, que ha seguido la pista de uno de los migrantes, Benjamín Álvarez, primero por las minas de Asturias donde trabajaba en 1897, más tarde en Argentina en 1912 y localizado por fin en Nueva York en 1937 donde sirve como mayordomo una wealthy family y donde fallece en 1963.

Explica el investigador que desde sus inicios, Tejedo del Sil es un pueblo con una economía basada en la agricultura y en la ganadería principalmente. «Se cultivaba centeno, trigo tremesino, lino, linaza, maíz, patatas, nabos y algunas legumbres como las habas o los arvejos. Además, este pueblo era uno de los que mejores pastos tenía del valle, tanto para la cría de ganado vacuno, lanar y cabrío. Asímismo, comenta la caza de varios animales y la pesca de truchas, anguilas y otros peces.

Imagen del pequeño pueblo de Tejedo del Sil, incrustado en un valle entre dos montañas.

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Partida de naturalización de Benjamín Álvarez, uno de los descendientes de los primeros colonos cuyo rastro se ha seguido desde el pueblo hasta Nueva York

Bajar a la sima subiendo la nieve

Más tarde con la explotación de la minería del carbón y la entrada en la UE, que provoca el cese de la producción de leche, finaliza con el abandono de la ganadería y con la mejora de las condiciones de trabajo y salario de las minas. El monocultivo del carbón produce un florecimiento de la población en todo el valle. Sin embargo, la vida no mejoró. Según destaca Gancedo, todo comenzó a ser mucho más atribulado para los trabajadores. Y es que los mineros se veían obligados a cruzar cada día la montaña para ir a trabajar unos tres kilometros desde Tejedo a Cuevas con grandes nevadas. Lo hacían en fila india y turnándose para abrir camino.

Y, como la tradición no surge de manera espontánea, no es por casualidad que Laciana fuera uno de los epicentros de la liberalidad intelectual española. Así, los censos que se realizaron en 1897 reflejan que, con una población de 168 habitantes, había 65 varones que sabían leer y 58 que podían escribir. El dato de las mujeres, aúnque más modesto, también es muy revelador: leían 24 y escribían 18. A principios del siglo XX, estas cifras escalan y con un habitante menos, los datos de iliteralidad descienden. Tanto es así que de 82 varones saben leer 75 y escribir 72, mientras que casi la mitad de mujeres, de un total de 85, puede leer y la destreza de la escritura la dominan 37. Después de todo esto, Laciana se convertiría en uno de los focos económicos de España.