Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Al escribir sobre el poeta asturiano Fernando Beltrán suele señalarse que en los primeros ochenta fundó el «sensismo» con el poeta leonés, ya fallecido, Vicente Presa entre otros. Pasado el tiempo, designó a su poesía como «entrometida» que, mirado el diccionario, sería la que se mete donde no la llaman, y que desde mi punto de vista alude a una poesía capaz de tocar tanto los asuntos íntimos, por ejemplo en el poemario El corazón no muere (2006), como los ajenos o públicos, así en Hotel Vivir (2015). Hoy la poesía del asturiano forma parte de las más prestigiadas antologías.

La curación del mundo es su nuevo libro y responde a algo que va dejando profundas heridas en la poesía del presente: la pandemia, la horrible enfermedad provocada por el coronavirus que el poeta asturiano sufrió en sus propias carnes. No es extraño que algunos de los poemas, si no todos, broten como a impulsos, incluso a trompicones, desde el primer largo poema, en el que enumeraciones y reiteraciones son como un martilleo con el que vamos sintiendo y asintiendo a la impasibilidad de todo frente al sufrimiento, pues todo sigue su curso ajeno al dolor de ese yo que percibe que el mundo cobra sentido «cuando ya nada es tuyo, pero aún está contigo»; o el segundo poema, en el que la figura del ciclista esforzado que sube el puerto jadeando y asido al manillar es el referente del enfermo agarrado a los hierros de su cama hospitalaria, que se da los mismos ánimos en su pesadilla: «fuerza, vamos, arriba, un poco más...». Los versos no pueden surgir de la serenidad del ánimo, con fluencia melodiosa, sino más bien como latidos que reflejan las afecciones o dolencias del cuerpo y del ánimo, de la fiebre y la congoja: «escribo aprisa / desde un abismo al lado de la muerte», y sabiendo que la enfermedad cambia el modo de ver las cosas, de vivir «otro tramo más de vida»: la lluvia se verá como milagro y el tacto del amor descubrirá «huecos antes nunca tocados».

Recuerdos, lecturas (Vallejo, Cernuda, Lorca...) y otros aspectos vitales acuden a la memoria del enfermo, los seres a los que ama («último clavo ardiendo»), lo que ha perdido («la risa, el alma, el sueño»), lo que persiste como pesadilla acaso, pues «lo cambiaría todo, / por un día tan solo de alegría... / sin muerte en la cabeza». Nada extraña que un largo poema sea expresión del afecto por Goya, por su biografía y por su pintura, porque «sé que de pronto comenzaste a verlo todo negro, a oírlo todo / claro».

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