«Si perdemos la esperanza, morimos»
La primera vez que Robert Waisman decidió contar su historia fue en 1984 cuando un profesor dijo a sus alumnos que el Holocausto no existió: él fue uno de los niños supervivientes del campo de concentración de Buchenwald e insiste en la necesidad de saber hasta dónde puede llegar el odio para evitarlo.
carmen naranjo
Cuando el campo de concentración fue liberado por los norteamericanos el 11 de abril de 1945 había mil niños judíos que habían logrado sobrevivir al horror, y cuando le preguntaron su nombre, Waisman respondió: 117098. Waisman, nacido hace 90 años en Polonia como Romek y que vive en Canadá desde 1948 tras ser rescatado por la OSE, una organización creada para cuidar a niños judíos, cuenta su historia en El chico de Buchenwald, editado en español por Destino,
Antes de acabar en Buchenwald, fue un niño esclavo en una fábrica de munición, y al ser liberado el campo tuvo que vestir un uniforme de las juventudes hitlerianas porque no había otra ropa. Quería volver a casa, pero no podía. Los psiquiatras dijeron que ninguno de esos chicos pasaría de los 40: «Estábamos demasiado heridos, dijeron», recuerda Waisman, que habla de sus vivencias en una entrevista con Efe.
—En su libro habla de cómo los nazis intentaron arrebatarle su identidad y cómo consiguió recuperarla. ¿Hubo supervivientes que no lo lograron?
—Sí, claro, hubo muchos supervivientes, niños incluidos, que después de la liberación se preguntaron por qué habían sobrevivido. Nos habían reducido a números. Los niños nos convertimos en animales, ni siquiera sabíamos comer en condiciones —usábamos las manos— ni bañarnos. Algunos, incluidos algunos de los chicos, no sabían por qué vivían, ni para qué, y perdieron las ganas de vivir. Algunos de los niños murieron en Buchenwald tras la liberación por pura desesperación. Creo que conseguimos sanar las heridas gracias al amor del equipo y los mentores, y de las personas que aparecieron en mi vida en Francia, al empujoncito para devolvernos la humanidad; nos ayudaron no tanto a pasar página, sino a no vivir cada día arrastrando el duelo y las pesadillas.
—Decidió compartir su experiencia al conocer que había un profesor que aseguraba a sus alumnos que el Holocausto era un invento. ¿Cree que sin testimonios como el suyo estas ideas negacionistas habrían prosperado?
—En los campos siempre nos decíamos que, quienquiera que volviera a ser libre, debía compartir las historias de lo que había ocurrido allí. No podemos olvidar, y no solo el Holocausto, sino todos los genocidios. Debemos recordar que el odio forma todo un espectro, y en uno de los extremos están los genocidios. Así que debemos comprender hasta dónde nos puede llevar el odio como seres humanos, qué somos capaces de hacerles a los demás, para poder evitarlo. Podemos elegir el amor, la tolerancia, la comprensión, el interés por las historias de los demás.
—¿Su libro se inscribe en ese intento de que la historia no vuelva a repetirse?
—Por supuesto, sin duda. A pesar de las promesas del «nunca más» por parte de militares y líderes políticos al final de la Segunda Guerra Mundial, hemos vivido genocidios desde entonces —Camboya, Bosnia, Ruanda y los yazidíes en Irak, por ejemplo—, y las limpiezas étnicas siguen siendo algo habitual.
—En Canadá se han hallado recientemente los restos de 215 niños indígenas en una antigua residencia escolar. ¿Cree que estamos condenados a que los peores episodios de la Historia se repitan cada cierto tiempo?.
—Los restos de esos niños, y los horrores que debieron de vivir, son de antes del Holocausto. Pero sí, la historia se repite: los yazidíes del norte de Irak están encontrando fosas comunes de seres queridos asesinados por el ISIS. Sin embargo, lo peor es que el ISIS sigue en activo y continúa esclavizando a muchísimas mujeres y niños yazidíes.
—Relatar al mundo lo que le ocurrió a usted de niño ¿le ha ayudado también personalmente a superar el horror?.
—Hablar puede ser algo terapéutico, sí. Pero siento que es mi responsabilidad, y a veces sigue costándome hablar; compartir las historias.
—¿Le da miedo que futuras generaciones olviden lo que fue el Holocausto?.
—Tristemente, sí. Sé que hoy día hay niños y jóvenes que desconocen el Holocausto.
—¿Cree que los sistemas educativos debieran ser más activos en la enseñanza de la memoria histórica para evitar que la historia se repita?.
—Sí, es importantísimo. El mundo debe aprender a prevenir que se repitan los mismos errores.
—¿Cómo valora el auge de partidos de la ultraderecha en diferentes países europeos?.
—Es inquietante y me apena. Pensaba que habíamos progresado más.
—Vio lo peor de la Humanidad pero luego encontró también personas que le devolvieron la confianza en ella. ¿Debemos mantener la esperanza?
—Nunca debemos perder la esperanza. Si la perdemos, morimos.