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Un abrazo de un siglo

Esta familia de cinco generaciones ha pasado la pandemia separada. La primera vez que tatarabuela y tataranieta se vieron fue a través del cristal de la residencia. Ayer, tras un año y medio de espera, por fin se han podido abrazar estas cinco mujeres.

Las cinco generaciones, reunidas. FERNANDO OTERO

Publicado por
León

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La pequeña Daniela Aina de tan solo 14 meses de edad nacía en pleno confinamiento. 97 años antes lo hacía su tatarabuela Ángeles García cuando la gripe española asolaba Europa. Un siglo y dos virus de diferencia separan a estas dos mujeres que vinieron al mundo en tiempos complicados para la inocencia de un niño que apenas conoce la realidad que le rodea. La mala fortuna y un arrebato del destino hizo que el bebe abriese los ojos a la vez que Ángela enfermaba de covid. Aunque afortunadamente la tatarabuela lo superó y pudo conocer a la quinta de su legado.

La primera vez que estas dos generaciones se cruzaron en el camino fue a finales de junio cuando el desconfinamiento hizo posible que Daniela saliera de la cuna para conocer a su tatarabuela en la residencia a través de un cristal. Con inocencia y los ojos entrecerrados por el sol de comienzos del verano Daniela saludaba a Ángeles sin saber muy bien por qué había tanta expectación en ese saludo.

Un bebe y un positivo

Daniela nacía en marzo de 2020 a la vez que su tatarabuela enfermada con covid en la residencia

24 años entre ellas

La edad que separa a cada una de las cinco mujeres es de un cuarto de siglo de diferencia

La maravilla y la casualidad que une este primer cruce de miradas es la remota posibilidad de que cinco mujeres con 24 años de diferencia entre cada una abarcaran un siglo entero de vida en un ligero movimiento de mano.

La pandemia continuó y los caminos de estas cinco mujeres se separaron en diferentes puntos de la península. Nerea Fernández, de 25 años, y su hija, Daniela volvieron a Zaragoza donde residen. María del Pilar Robles, la segunda en la lista generacional, con 73 años, se fue a Barrillos de Curueño, y Mabel, la abuela de Daniela, de 49 años, marchó también a la capital maña. La hija de Ángeles, María del Pilar, se quedó en Curueño para visitarla las veces que las medidas de protección de contagios en las residencias le permitieran pasar tiempo con su madre a la que acompaña en estos momentos complicados en los que la cercanía parece lejana.

Por trabajo, azar, o la vacunación, las cinco mujeres no se volvieron a cruzar hasta ayer.

El reencuentro

El cumpleaños de la abuela Pilar fue la excusa perfecta para que las cinco se juntasen en la residencia para la 3ª edad de Puente Villarente.

Es la primera vez que la familia se puede reunir sorteando el cristal de la ventana del anterior encuentro. Las mujeres conversan sobre lo que ha cambiado la vida en el último siglo. Ángeles resume como era crecer a principios del siglo XX: «Éramos más pobres, pero felices», Nerea cuenta sobre la actualidad: «Vivimos mejor». Los dos tiempos no se ponen de acuerdo en cuanto a las condiciones de la mejor época, pero en lo que sí que coinciden las dos es en que «hoy hay más derechos para las mujeres», aclaran la madre y la tatarabuela de Daniela. «Antes no mandabamos nada», dice Ángela», pero Nerea y Mabel reconocen: «Ahora nuestros maridos ayudan más en casa». Los esposos de las mujeres asienten desde la lejanía. Todas se reúnen para inmortalizar el momento.

Cinco generaciones

La tatarabuela sostiene por primera vez a Daniela después de catorce meses de su nacimiento

«Una alegría», comenta Nerea al ver a todas juntas. La familia se sienta y conversa mientras miran embobados a la pequeña. La niña se emociona cuando llegan los regalos, con gestos torpes e infantiles abre el envoltorio y se encuentra un oso de peluche blanco que estruja con ternura. El pelo suave la hace sonreír y su madre coloca a la pequeña en el regazo de la tatarabuela. Es la primera vez que la sostiene en brazos.