El sonido de las cosas escondidas
josé enrique martínez
Cumplo dieciséis años con unas alpargatas de esparto y el sonido de las cosas escondidas»; así comienza un poema de Mario Obrero que con diecisiete consiguió el Loewe de poesía joven. Aún estudiaba y estudia en un instituto de Getafe. Lo sorprendente es que Peachtree City es su tercer poemario publicado y que con uno de ellos había ganado ya un premio relevante. Resulta estimulante el encuentro con una voz nueva, pues es como ingresar en un bosque inexplorado.
Dado el insólito título del poemario, conviene ir a la nota final, que indica que el poemario comenzó en el avión que conducía al poeta a Atlanta en el verano de 2019 y se terminó en Getafe durante el confinamiento. Atlanta es la capital del estado de Georgia, en el cual se ubica también la pequeña ciudad de Peachtree City. No está de más constatar el acompañamiento de las voces de Whitmann y Lorca, con muchos nombres más que van apareciendo a lo largo del poemario, como Plath, Rimbaud, Pessoa o León Felipe, por citar algunos de los que van salpicando el discurrir de los versos, que como el avión, el «vencejo de hojalata» en el que cruza el Atlántico, las palabras se aceleran y despliegan con un vuelo imaginativo que de momento, en el primer poema, no sabemos adónde nos lleva. Entendemos al proseguir la lectura que es mejor dejarse llevar por la desbocada imaginería del poeta que nos instala en otro reino, el de la libertad para crear otro mundo, sin desprenderse de la realidad de la que brotan los poemas. Es una poesía impensable para los que no suelen leer versos o permanecen anclados, sin otra salida, en la tradición métrica. En cambio, la poesía de Mario Obrero no resultará extraña para los acostumbrados a la de Juan Carlos Mestre, con la que linda: mezcla de prosas y versículos, uso de diversos registros lingüísticos, inclusión de frases en otras lenguas, singularmente del inglés, pero en Obrero también del gallego y del portugués, el carácter visionario, la supresión de signos ortográficos que ofrecen caminos varios al lector, la suma anafórica de versos que alargan las composiciones y, sobre todo, el saber que en cada verso nos espera «lo que no conocemos y apenas sospechamos», como diría Rubén Darío. Un breve fragmento: «el poeta es alguien que no sabe qué o por qué pero sabe cómo / el porqué puede ser mi abuela recogiendo limones de su limonero / puede ser el sueño de una ardilla joven o el sabor de las frambuesas cálidas».