Dostoievski y los tormentos del alma
l Reeditan en dos volúmenes ‘Diario de un escritor’
antonio paniagua
Era el 22 de diciembre de 1849. Los cascos de los caballos se acallaron de repente. Los curiosos bisbiseaban murmullos mientras se agolpaban en la plaza Semenovsky de San Petersburgo a la espera de ver cómo fusilaban a tres reos que habían desafiado al zar. Los tres hombres que iban a ser ajusticiados, los tres intelectuales, fueron atados a un poste. Pero de repente el pelotón de fusilamiento bajó las armas. Acababa de llegar un emisario con un decreto imperial que conmutaba la pena de muerte por cinco años de reclusión y trabajos forzados en un campo de prisioneros en Siberia. Cada uno de los que se aprestaban a morir se tomó la ejecución frustrada a su manera. Uno perdió el juicio, al otro se le volvió el pelo blanco y el tercero acabó escribiendo Crimen y castigo. El autor era Fiódor Mijáilovich Dostoievski, de quien el pasado jueves se cumplieron 200 años de su nacimiento.
En su encierro siberiano sufrió un frío insoportable. El piso estaba podrido, sucio y resbaladizo. «Era imposible no comportarse como cerdos, desde el amanecer hasta el atardecer», escribió un siempre atormentado Dostoievski. Esa experiencia le cambio por completo: todas sus esperanzas en el ser humano se desvanecieron. A partir de esa fecha, el escritor se aferró al cristianismo. Sobrevivió al trauma gracias a una conversión religiosa y a un fuerte apego a las tradiciones populares, lindante con la xenofobia. Abominaba de toda veleidad «europeísta» y renegaba de los socialistas utópicos y de todas aquellas ideas que podían salvar a Rusia del atraso y la injusticia seculares.
Un tipo singular este Dostoievski. El autor de Memorias del subsuelo se alegró cuando su padre, tirano y alcohólico, fue asesinado por sus siervos, lo que le suscitaría un lacerante sentimiento de culpa. Epiléptico, ludópata, conservador y atormentado, alcanzó curiosamente la cima de su popularidad mientras publicaba Diario de un escritor, una sección incluida en el periódico petersburgués El ciudadano, donde incluía crónicas, críticas literarias y artículos políticos. En vida del novelista no apareció Diario de un escritor en forma de libro, aunque según Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, que ahora publica estos escritos reunidos en dos tomos, «son su obra más ambiciosa».
Dos mil páginas que son todo un cajón de sastre, en el que caben desde la sátira hasta el cuento, pasando por el artículo político. No en balde, uno de sus relatos más conocidos, Bobok, vio la luz por primera vez en esta sección. Paul Viejo se ha encargado de dirigir y editar este descomunal legado, en el que procura ofrecer la visión «más completa y actualizada» respecto a la que se publicó en 2010. No se ha prescindido de ningún texto, toda vez que ha prevalecido la intención de que se refleje la evolución de Dostoievski y su proyección como autor. Nada le era ajeno. Opinaba de todo, con libertad y sin reparos. A veces con una vena atrabiliaria y contradictoria.
El origen de los escritos se remonta a 1873, cuando salían en la revista El ciudadano, aunque con el paso del tiempo la sección acabó convirtiéndose en una revista independiente que llegó a tener 8.000 suscriptores. A causa de las discrepancias con el propietario de la publicación, el novelista interrumpió la entrega de sus artículos, hasta que en 1876 fue él mismo quien sufragó la edición de un cuadernillo de tirada mensual. El libro, que se presenta en las librerías de España y México simultáneamente, ha supuesto un esforzado trabajo preparatorio en el que se han invertido más de tres años de esfuerzo. Paul Viejo ha dirigido y unificado la labor de las tres traductoras, dos en España y una en Rusia: Eugenia Bulatova, Elisa de Beaumont y Liudmila Rabdanó.
Hombre de espíritu tempestuoso y contradictorio, Dostoievski sentía una honda aversión por el materialismo. Si le daban a escoger entre Cristo y la verdad, no lo dudaba: elegía el crucifijo.