Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Hay que indicar de antemano que nos hallamos ante un libro excelente; conviene declararlo porque su título puede causar extrañeza: Cuerpos de Cristo. Quizá no nos sorprenda tanto cuando entremos en un ámbito de espíritu cristiano, evangélico, y cuando repasamos poemarios anteriores del autor, como Historia de un alma (2017). Cuerpos de Cristo brotó de un hecho luctuoso: la muerte del mayor amigo del poeta, a los 48 años, víctima de la pandemia que padecemos, en abril de 2020. El poeta ha declarado que en el poemario los otros se presentan como mediaciones de Cristo, verdaderas «presencias reales y sagradas de Cristo, aquí, ahora y siempre».

El poemario se articula en dos secciones, con trece poemas en cada parte. Es la segunda la que se centra en el amigo fallecido. En la primera nos encontramos con un poema cuyo significado más hondo proviene de una sencillo acto piadoso: una anciana pobre le regala al poeta en navidades una pastilla de jabón: un don humilde que sus manos oferentes entregan al poeta, el cual impregna el acto de sentido evangélico y de trascendencia hacia algo absoluto, «comparable al acto / que crea el universo de la nada». La evidente impregnación religiosa del poemario se explicita en títulos como «Al corazón transverberado de Santa Teresa» o en la dedicatoria de otro a San Juan de la Cruz, en cuya figura se ve personificado el propio poeta. En todo caso, los poemas nos ganan por su fuerza de persuasión, por su balanceo entre el dolor y la belleza y por ahondar en las entrañas del alma humana. Y si un poema canta a García Lorca («hay dolor en tu ausencia»), otro se inspira en la película china Amor bajo el espino blanco, poema tan breve como intenso de color y de belleza. Pero es la segunda sección, titulada significativamente Ecce Homo, la que se dedica expresamente al amigo muerto; las palabras del título coinciden con aquellas con las que Pilatos entregó a Jesús a la muchedumbre hostil, como aquí el amigo es entregado imaginaria y piadosamente a los lectores.

«Vivo o muerto, / yo sé que estás resucitado»: estos versos testifican que por encima del dolor prevalece la esperanza, por más que se constate, a medida que se cumplen años, que con la muerte de conocidos y amigos «me falta algo, / y es el centro». La obra termina con el poema Ecce Mulier: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», reza el relato evangélico; esa mujer es la dolorosa, la madre del amigo muerto limpiado la tumba de su hijo.

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