Diario de León
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c José Isidro Rodríguez Pérez titula su carta ‘El orden de factores, sí altera el producto’: «Entre los nacionalismos centrífugos y el españolismo centrípeto, existe una España ninguneada. Tan poco patriota o tan patriota como la españolista o la nacionalista, pero ignorada. La España centralista y centralizadora, Madrid, está supercómoda con ser el ombligo de la nación, con ser sede física, capital y corte de los servicios centrales del Estado y colateralmente beneficiaria de lo que ello conlleva. Y toda la riqueza que ello le genera, la asume, como algo propio, inherente, intrínseco. ¿Le corresponde por legado, histórico, divino?

¿A cuánto se eleva el PIB de Madrid sobrevenido por ser la capital de España? Este PIB, es suyo o debería ser compartido con el resto de la patria, a la que como capital representa. (Son madrileños: la Monarquía, el Congreso, el Senado, los ministerios, el Banco de España, el aeropuerto, el Museo del Prado, etc, etc, etc...).

Históricamente Madrid comenzó a ser sede capitalina fija, con Felipe II en 1561. Antes, hubo otras capitales en el reino: Oviedo, León, Toledo, Burgos, Cádiz, etc, etc... y está demostrada históricamente la riqueza que te aporta el ser capital del reino. (Felipe III y el duque de Lerma, provocaron el empobrecimiento y la ruina de Madrid, cuando decidieron trasladar la capitalidad del reino a Valladolid, entre 1601 y 1606. Es una evidencia histórica. Un dato irrefutable).

La búsqueda de influencias políticas, aglutinadas en las capitalidades, bien autonómicas, bien centrales, ha producido en la España no ‘capitalina’ una deslocalización de las sedes sociales de las empresas y su consiguiente empobrecimiento.

El ejemplo: la central térmica producía en tu pueblo Kw, tu pueblo se tragaba el humo de la generación de esos Kw, la suciedad del carbón, las escombreras de sus minas, la ruina de los ríos, antaño trucheros y en un concepto ‘limpio y honesto’ de patria, suministraba ‘solidariamente’ Kw limpios a zonas no productoras; pero la sede y la facturación de la empresa estaba en Madrid. (A efectos oficiales, ¿quién estaba creando riqueza? Madrid).

Curioso, ¿verdad? Luego, el orden de factores sí altera al producto. ¿Cómo ha revertido todo esto a la zona del Bierzo? Cero patatero. Y así estamos. Convertidos en un ‘erial’. Pero si alguien decide descentralizar servicios, tan impropios de Madrid, como minas, marina, costas, pesca, etc... etc… la ofensa es inmediata. ¡Eso pertenece a Madrid! ¡Quieren quitarnos lo nuestro! (¿La pesca?, ¿las minas?, ¿los barcos?, etc...). Quieren destruir la patria. La unidad de España ante todo. El resto de la nación, no tiene porque darse por ofendida. Es que Madrid es la capital de España…. Pero tranquilos, cuando nos necesiten, ya nos reclamarán para manifestarnos en la defensa de la patria, la unidad, la Monarquía, la Constitución y la ¡solidaridad!, si hace falta. Los eternos ‘mantras’, volverán a la palestra puntualmente. Para esto sí existimos. Nos necesitan de comparsas. Lo del dinero es otro asunto.

Pero en lo que se refiere a la solidaridad fiscal y demás cuestiones monetarias… como decía mi idolatrado padre: ‘Esos son otros Lopeces, hijo’. En asuntos de dinero, como inculcaba un docente a su hijo: ‘Hijo mío, en estos temas, dignidad la justa’. ¡Que viva la solidaridad Nacional!».

c Eutimio Martino escribe una carta por la columna Pelagio es plagio de Pedro García Trapiello y la titulra ‘Pelayo. No plagio’: «Su nombre latino, Pelagio, nada tiene que ver con plagio, sino con el latino pelagus, ‘piélago’, ‘agua’, para ser como ‘ribereño’. Así se explica el topónimo San Pelayo, que es el caserío de Liébana, ribereño del Deva en el ayuntamiento de Camaleño.

Según la tradición y los realia, como la gran caballeriza, hace poco destruida, este es el solar del caudillo Pelayo, que de aquí tomó su nombre solariego.

Un formidable apoyo a esta tradición lo proporciona el episodio de Brez, situado sobre San Pelayo, adonde llegó un destacamento árabe desde Córdoba con la misión de apresar a Pelayo. Pero, alertado por los amigos, Pelayo emprendió la carrera y, cruzando el río Belondio, subió a la montaña.

Por increíble que parezca, personalmente recogimos la tradición de esta fuga de labios de un lugareño de Brez en ese mismo camino hacia la peña. Por cierto que él se explicaba la fuga de Pelayo porque los árabes habían de llegar cansados tras la fuerte subida hasta Brez tras venir de viaje».

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