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La hija ficticia de Jovellanos

La escritora pilar sánchez Vicente recrea en una novela histórica la vida de una ficticia hija de Gaspar Melchor Jovellanos, con la que recorre el siglo XVIII y los inicios del XIX.

juan gonzález

Publicado por
León

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m.f. antuña

A pares escribe las novelas Pilar Sánchez Vicente (Gijón, 1961), que presenta estos días La hija de las mareas (Roca). Es una novela histórica que atraviesa el siglo XVIII para instalarse en los inicios del XIX y que tiene como protagonista a Andrea Carbayo de Jovellanos, la ficticia hija de Gaspar Melchor de Jovellanos, el escritor, jurista y ministro ilustrado. Andrea es una mujer que transita por la Revolución Francesa y la Guerra de Independencia y lo cuenta en sus memorias.

—¿Su protagonista es un espejo de las mujeres de su tiempo?

—Ella se ve arrastrada por las mareas de su tiempo, huye de la Inquisición y vive la Revolución Francesa, donde las mujeres marcharon sobre Versalles, estuvieron en primera línea en la toma de La Bastilla, protestando ante la Asamblea Nacional. Es una genealogía del feminismo para demostrar, sin mencionar esa palabra, que la lucha por la igualdad y los derechos viene de muy antiguo.

—O sea, que se adentra en muchos ámbitos de la historia.

—Sí, también en las tertulias, que tienen un papel fundamental, y no solo las literarias. Es en las de las reboticas donde entran las principales novedades en cuestiones de medicina, de física, de astronomía... Son en aquel momento lo más novedoso que hay y son casi clandestinas. No hay que olvidar que estamos bajo el férreo control absolutista de Fernando VII y la Iglesia... Pero la novela acoge también la Guerra de la Independencia, ese Gijón boyante de los palacios y las riquezas que vuelan por los aires, y Oviedo, que es donde nace la protagonista.

—Luego es una crónica de un tiempo.

—Sí, que utiliza la ficción para darle un hilo conductor, y que podamos ver desde los ojos de ella cómo todos los personajes sufren esos problemas de la vida cotidiana. Ella se va a Francia y allí es una española, y cuando vuelve es considerada una gabacha y una afrancesada. Es un vivir siempre en tierra de nadie.

—¿Tiene mucho de lección de historia entonces?

—Muchísimo. Y yo creo que, quien lo lea, ahora que estamos siempre con el móvil en la mano, va a estar consultando. Es un ejercicio de apertura de puertas a la curiosidad, a historias desconocidas totalmente, como la batalla de Renovales, la voladura de Santa Catalina o los episodios de asedio que sufrió Oviedo. La Guerra de Independencia fue como la pintaba Goya: salvajismo.

—Es un siglo de historia.

—Sí, comienza con la última ballena que entra a puerto en Gijón en 1720, el último ballenero es el abuelo de la protagonista, y termina con el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan en 1820.

—¿Qué porcentaje hay de ficción y cuánto de realidad?

—Yo diría que el 10% es la ficción que une la realidad. Todos los episodios que suceden de peleas, de violaciones, está todo sacado de documentos notariales de la época. Toda la tarta de esta novela es realidad y la guinda, la ficción.

—¿Es muy esclava la novela histórica?

—Sí, porque soy muy picajosa. He estado mirando con lupa protocolos notariales, el testamento del Marqués de Vista Alegre, el catástro del Marqués de la Ensenada. Voy al detalle de si la alfombra era de Persia, la jarra de Turquía y si en la cocina había canela, clavo y azúcar.

—Y eso lleva tiempo.

—Esta novela es tan estupenda porque es fruto del confinamiento y olí la sangre, la suciedad y el orín. Y la novela huele también.

—¿Cómo se consigue que una novela huela?

—Intento que los olores se puedan escribir.

—¿Disfruta más investigando o escribiendo?

—Son complementarios. El proceso de documentación me encanta, pero a veces me ataco porque es inabordable. Escribir lleva mucho tiempo porque además me preocupa la corrección y emplear términos de la época.

—¿Qué será lo próximo?

—Tengo dos novelas abiertas. Una negra y otra histórica, que avanzan a ritmo diferente. La primera es un embrión y la segunda está casi terminada.