El asesino de Madame Bovary
l En su bicentenario, Páginas de Espuma rescata los relatos inéditos en español de Flaubert
miguel lorenci
Muy a menudo dudo de si alguna vez haré imprimir una línea». El nivel de autoexigencia de Gustave Flaubert (Ruán, 1821- Croisset, 1880) rayaba en la neurosis. Perfeccionista extremo, publicó con 36 años ‘Madame Bovary’ (1857), su primer libro, cuyo manuscrito está plagado de tachaduras y correcciones. Lo mismo pasó con la veintena de cuentos que el genial narrador francés escribió a lo largo de su vida, la mayoría publicados tras su muerte e inéditos hasta ahora en español. La editorial Páginas de Espuma los rescata todos con traducción y notas de Mauro Armiño (Cereceda, Burgos, 77 años) en una edición que se anticipa al segundo centenario del nacimiento de Flaubert que se cumple el 12 de diciembre. «Flaubert no triunfó con ninguna novela. Vivió bajo la sombra del fracaso constante y de su extrema autoexigencia. Tanto, que a veces parece el asesino de su propia prosa», dice irónico Mauro Armiño, ganador dos veces del Premio Nacional de Traducción. Escritor, crítico teatral y periodista, Armiño ha traducido a Molière, Rousseau, Voltaire, Beaumarchais, el marqués de Sade, Julien Gracq, y en especial a Marcel Proust, además de Oscar Wilde o Edgard Allan Poe. En sus casi 800 páginas, Cuentos completos reúne sus tres relatos largos, —Un corazón simple, La leyenda de san Juan el Hospitalario y Herodías—, con los diecisiete publicados tras la muerte de Flaubert, la mayoría inéditos en nuestra lengua, como ‘La danza de los muertos’ o ‘Borracho y muerto’. Autor de vocación temprana, Flaubert escribió su primer cuento con 13 años. Pero se tomaría más de dos décadas para publicar ‘Madame Bovary’, universal personaje al que según Armiño «acabaría odiando». Luego publicó ‘Salambó’, ‘La educación sentimental’ y ‘Tres cuentos’, su último libro, aparecido en 1877 y «en el que aumenta su exigencia estilística, ofreciendo una suerte de síntesis sobre sí mismo y la naturaleza de su obra», según Armiño. Arruinado, solo, sin amigos ni amantes, a tres años de su muerte, dejó todos los demás cuentos inéditos junto con otra novela inconclusa, ‘Bouvard y Pécuchet’ también publicada con carácter póstumo. Aborda Flaubert en sus cuentos temas que no están en sus novelas, como el terror, la lucha del Demonio contra Cristo o el bien y el mal. «Pero resulta imposible que no haya trasvase entre novelas y cuentos después de veinte años escribiendo de sí mismo, como le pasó a Marcel Proust», apunta Armiño. Cita como ejemplo ‘Noviembre’, cuento en el que Flaubert relata su primera experiencia sexual con una prostituta «y que, en realidad, habla de su amor juvenil por una mujer casada». «Toda esa pasión interna del protagonista será la base para la trama de La educación sentimental», asegura el traductor.
La causa de la escasa producción de Flaubert «es la propia exigencia artística» de un autor al que Armiño llega a definir como «un asesino de la prosa, capaz de escribir solo dos páginas en tres meses y eliminar del texto todo cuanto consideraba innecesario e inútil para el lector, incluidos muchos adjetivos». «Es quien más se corrige a sí mismo en toda la literatura francesa», asegura Armiño del escritor «que persiguió y logró el sueño de ‘le mot juste’» (la palabra justa).
Esa neurosis por la perfección la aplica Flaubert a su estilo, a la sintaxis, y a la documentación que recopila para sus perfeccionistas obras. Para ‘Un corazón simple’ recurrió al Museo de Ruán para pedir prestado un loro disecado que colocó junto a su escritorio —el famoso Loro de Flaubert sobre el que noveló Julian Barnes—, y para ‘Salambó’ leyó millar y medio de libros y viajó a Cartago para visitar las escasas ruinas que seguían en pie. «La falta de reconocimiento le amargó la vida: Flaubert quería ser un estilista, no un escritor escandaloso», sostiene Armiño, que asegura que la novela sobre Bovary «le generó odio hacia su personaje». Flaubert fue juzgado por inmoralidad.