Cornada de lobo
Croquetas del diablo
Baba negra queda colgando de la boca de los acantilados atónitos, lloran petróleo los mejillones de roca, una manta de eslurri tapiza las playas y los grumos endurecidos que se rebozan en arena parecen croquetas del diablo... es brea que calafatea el viejo casco de la costa gallega, proa de esa balsa de piedra que inventó Saramago. Asómate a ella si quieres saber a qué saben las lágrimas cuando se mezclan con rabia sin nombre y furia con apellidos. El prestigio del desarrollo tiene estos peajes. La marea negra es como un colchón de látex y agua sobre el que fornica la piratería comercial y liberal en una orgía de ganancias (en el puerto de Rotterdam y en los foros dinerarios de la vieja Europa dicen ahora que si se depura y apura la vigilancia costera sobre los buques cisterna, nos quedaremos sin suministro de crudo y sin gasofa; ¡serán cabrones!). Ahí viene otra oleada: Ave, Fraga; las petroleadas gaviotas que han de emplumarte te saludan. El cabo Fisterra es la nariz más prominente de Galicia que se cuela en el Atlántico y amanece cargada de moco negro cada vez que remite la marea. Las regordetas paisanas que barrían berberechos por la ría y segaban entre la arena su jornal tienen las mejillas coloradas de esfuerzo inútil y de pura ira. Una torpeza ajena les ha robado el pan y un montón de años hasta que vuelvan la lapa y el percebe a esa roca infectada y estéril. Enorme pena es la que dan. Ya era bastante jodida y mojada esa su vida de mar empapada en frío, redes cosidas, nasas rotas y pocos céntimos, como para que la fatalidad venga ahora a vestir de luto anticipado su lenta y reumática muerte. Pobres mariscadoras. Las lanchas, ahora sin faena o varadas en la dársena de la catástrofe, volverán a echar la red en los poblados bancos del winston y de la coca. Planearán sobre ese petróleo y sobre la ley. Vete tú detrás pidiéndoles moralidad. Vivimos un tiempo de mierda santificada en Bolsa. Los indios de Bopal mamam cloro en cada hortaliza que cultivan. Las mareas negras se ven, pero hay impunes mareas blancas de veneno en el aire que respiramos sin cuenta, sin conciencia. Y en los manaderos prístinos de peña Ubiña hay sulfuros que llegaron volando desde la térmica de As Pontes.