Diario de León
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León

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Estás, querido amigo, en la patria del hacha a pie de árbol y del hocil al cinto para esmochar todo tronco o mata que se cruce en el camino. No se ajusta esta gente a respetar el árbol viejo o el que puede dejar dos duros porque pone cara de tablón. Sierra al tobillo. Leña al fuego... Cuando un aborigen de estas tierras planta chalé sobre parcela, lo primero que hace es arrasar y despejar el solar, fuera árboles que impidan contemplar el alarde, que lo vean bien de lejos los del pueblo o la oficina, que le entre el sol a los de dentro y la envidia a los de afuera. Por el contrario, a los anglosajones les encanta que su casa sea amparada por gran fronda y hasta devorada o sepultada por enormes arces o roblones. A los norteamericanos del norte les pirra este arbolón a pie de casa y ya casi es cultura popular tabletear en su copa un caseto con escala para que refugie allí la chavalería sus sueños de aventura y sus conjuras gamberras. En las tierras donde el invierno aúlla y el sol derrite el barro eligen por vecindad árboles que sombreen en verano y pierdan en otoño sus hojas dejando entrar el sol hasta el retrete. Además, nunca agradeceremos a esos árboles de porte el tremendo favor que nos hacen por lo que son, por la orientación de nuestra vida con sus estaciones escritas con majestad de copa y bóveda y, sobre todo, por ocultar parcial o totalmente la arquitectura barata o histérica de tantos bodrios y fachadas pretenciosas. Pero aquí no es el caso. Lo nuestro es más cultura de tapia conventual y seto alto que deslinde defendiendo. Los árboles, dicen aquí, atoran de hojas los canalones y te meten las raíces por el desagüe. Hacha al canto. Y lo que hacen en el chalé lo confirman en esta ciudad segando árboles que nos recuerdan que su personalidad estuvo escrita en el aire de pueblón que siempre recorrió sus calles. Pero ahora somos villa, pijilla plazoleta y esculturas en todo rincón como hacen los nuevos ricos horteras en el salón de su casa. Hemos conseguido ya, por ejemplo, que los cascos históricos de todas las ciudades sean clónicos, iguales, mismos colores, mismos mobiliarios, mismo perfil. Ponte a temblar, pues, que ya han entrado con máquinas en la plaza del Arco de la Cárcel. Hay allí unas viejas acacias...

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