Diario de León

Cornada de lobo

Silencio: el pueblo actúa

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La garganta se estripa en su cuello cuando se pronuncia Jiménez de Jamuz, guapísimo nombre atacado de jota que evoca automáticamente algún rastro mozárabe y aquella chirigota infantil que recitábamos muy de corrido para bromear con la jerga de la moraima: bájamelajaulaJaimebájamela. Y en Jiménez de Jamuz ha concluído estos días el segundo certamen de teatro «Tierra de Comediantes» resucitando esa cierta pasión por la comedia y sus ropajes que siempre ha latido en el pueblo llano, cuyo horizonte de terrón y vida perra quedaba roto y abierto a la ensoñación con unos versos de Calderón, un auto se Navidad o unos diálogos de «La zapatera prodigiosa», obra escrita por García Lorca que hoy habría variado y titulado «Zapatero y sus prodigios». Y precisamente la actriz Estrella Zapatero, jiminiega que no niega patria, fue la encargada de tributar los premios y honores a los grupos participantes, mientras los viejos del lugar evocaban recuerdos de cuando ellos subían a las tablas (montaban su propio escenario en la plaza y el lunes de Pascua llegaba a verles gente de toda la contorna) y conjuraban la rutina de los días con lecturas y ensayos, añadida la dificultad de que muchos actores, sobre todo mujeres, no sabían leer exprimiéndose la memoria; eso sí, limitadísimos de medios y castrados por censuras aberrantes, pues en los años cincuenta la tijera del franquismo tajaba diálogos, prohibía obras enteras o exigía que los actores fueran solteros (las casadas, en casa y con el texto quebrado)... Esporádica o intermitentemente, en muchos pueblos surgió o se reavivó la fe teatral. No hay nada mejor para hacer peña que ensayar y soñar, drama de atrio, corderada en la iglesia, comedia de salón vecinal. Teatro. Al pueblo es lo que más le gusta porque el hombre fue actor antes que literato o poeta. La imitación es imán poderoso. Primero representó a los animales y a la naturaleza; después imitó o ridiculizó a su gente; y, finalmente, los griegos hicieron que bajara Zeus a la grada y al odeón. Y no he visto cultura más viva y conmovedora que aquella vez en una cocina de Mataluega con una madre y una hija repasando sus papeles en una obra de Lorca con el hervor del pote como música de fondo. Alentador.

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