Diario de León

Cornada de lobo

Un pandero tropicano

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

En el principio fue el verbo bailar y lo hacía este pueblo en zaguán o corral de caedizo al son de un pandero sin sonajas cualquier día que se terciara y hubiera mocedad con inclinación al meneo, aquí te pillo, aquí te bailo; y si subía el patrón al calendario, era danza con dulzaina o chiflo, bailongo de pueblo a la vista de todos, párroco mediante y con pareja de civiles de mirones (no de hecho). En un salón vecinal sucedían los bailes de fiesta señalada, despejado el recinto, sillas y bancos contra la pared, esperando allí el solterío femenino a que la masculinidad se le arrimara y a que empezaran de una vez los músicos, cuya integridad corría pareja a su calidad, lo que les precipitaba en algunas ocasiones al pilón del pueblo o a la estampida. El caso era bailar o bailarles. En el principio de esta ciudad el verbo bailar se conjugaba en tugurios o salones de nombres aún no del todo muertos en la memoria: el Iris, el Salamanca, el Hollywood, donde había pase de artistas a la hora del vermú para que se colaran los estudiantes de Veterinaria que no rascaban duro en el bolso. Lo del Paraíso, camino de Trobajo, era merendero con pista de verano. Y lo del Universal o el Siroco o el Yuma era sólo cabaret, artisteo, puterío de lamé, constructor de descorche y concejal salido. Después abrió el Club Radio y, al poco, llegaron las primeras discotecas (Club XII, Apolo XI, Atomium, Exágono...) con penumbras supuestamente pecadoras y destellos ciertamente mentirosos, con yeyés al canto y de cuento provinciano, con músicas de trepidación que obligaban a bailar suelto y no amarrar chicha, oh desgracia. Y cuando sonaba un agarrao, te clavaban los codos en el carnet y en medio de la pareja cabía una cuaresma entera. Pero llegó un día La Tropicana y aquello era un tumulto, un apretuje y mayor posibilidad de arrimar el material a donde se goza. Y ni por esas. Era sala de fiestas y discoteca a la vez. Concitaba a todos por ver al artista de moda que actuaba (la noche que pasé con Moncho Alpuente y su «Desde Santurce a Bilbao Blues Band» fue épica y de comisaría) y había conjuntos locales para amenizar la bailada general. El domingo se cerró la Tropicana después de treinta y tantos años y se ha rendido a la helada. Vaya.

tracking