Diario de León

Cornada de lobo

Sudario de sábana negra

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León

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Aquel agosto del 68 en Lastres me rindió de por vida al mar. Justo por ese camino de sal líquida por el que va llegando al Cantábrico el grueso eslurri del crudo vertido llegaban entonces sólo las angulas desde el mar de los Sargazos o las lanchas y boniteras que regresaban de vender su carga en la lonja de Avilés porque en la rula de Lastres se saturaban los remolques y la abundancia hacía bajar los precios hasta cabrear a la marinería que un día arrojó al puerto todo un barco de chicharro. Aquel mar aún fecundo y de redes llenas fue el que conocí y aquel mes dio mucho: fina pesca de salmonetes, cestín de xulias, pulpos de pedrero, marisqueo leve en unos roquedos asquerosamente tapizados de percebes, mejillones y lapas, jornada merlucera en un lanchón de brega, tardes de chalupa y calderos enteros de panchitos pescados tan sólo por dos guajes -uno de Bañugues y este menda- a las cinco de la mañana oscura bajo la farola casi única que tenía aquel puerto del viejo Lastres, chavales que macizaban su caladero a pie de espigón con serrín de anchoa desechada que les daban en una fabricucha de conservas situada en lo cimero de la empedrada cuestona que baja al puertín; panchitos de caña sin carrete, maña y calamar en el anzuelo; siete o diez kilos de panchos cada vez, gran salud tenía aún el mar; y después cenábamos los cuarenta que dibujábamos en la rectoral el verano más redondo que recuerdo; estudiantes dominicos; tomaríamos hábito al mes siguiente y despedíamos la vida civil emborrachándonos de mar y de dicha cantada en velada, en coro de misa marinera o en jolgorio de san Roque con sardinada en la pomarada... Saludable mar. La sospechosa espuma que hoy festonea las olas no existía, los vertidos no eran aún tan criminales, las mareas químicas que infectan nuestros mares no pudrían la fe todavía y los peces se colaban hasta el puerto o pacían en la orilla, lirios, sargos, abadejos, botones, sarrianos, congrios, anguilas, tiñosos, alguna nécora... tirabas la caña y no sabías qué saldría, una breka, una lubina (llamábanle furagaña, lubina chica). Una esquilmación pescadera acabó con buena parte. Y ahora vienen por el mar sábanas negras que serán sudario de aquellos acantilados. (Continuará) La marea negra también.

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