Diario de León

DEAN MARTIN, LA ESTRELLA MÁS COOL

Un documental de Filmin reivindica el legado del actor y cantante, que patentó la imagen del golfo vividor, cuya mayor trageida fue la muerte de su hijo

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Cuando Dean Martin canta, puedo escuchar su sonrisa», cuenta Josh Homme, fundador de grupos tan alejados del ‘crooner’ italoamericano como Queens of the Stone Age y Eagles of Death Metal. Dino Paul Crocetti (Steubenville, Ohio, 1917; Beverly Hills, 1995) permanece en nuestra memoria sonriente, con un eterno cigarrillo entre sus dedos, siempre en busca de una copa. «Cantaba, bailaba, actuaba y era un líder romántico. Todo lo hacía bien», resume Alec Baldwin en ‘Dean Martin, el rey del cool’, documental disponible en Filmin que reivindica la figura de un gigante del ‘show business’ estadounidense. Si en algún momento pudo parecer que vivió a la sombra de dos mitos como Jerry Lewis y Frank Sinatra, ahí está un monumental legado compuesto por 750 canciones grabadas, 60 películas y dos décadas en televisión con el show más visto de su tiempo. Sin embargo, la huella más imperecedera que ha dejado Dean Martin es la de su actitud, la manera de estar en la vida, heredada por estrellas de nuestros días como Julio Iglesias y George Clooney. Hagan la prueba. Vayan a YouTube y recuperen una actuación en Las Vegas o en su programa en la NBC, por donde pasaron las mayores estrellas de su época.

Martin se movía entre la indolencia y la displicencia, como si nada le importara demasiado. Era un vividor que se paseaba por las canciones con su voz maravillosa sin implicarse emocionalmente, el amigo golfo que los hombres adoraban y el canalla divertido que las mujeres deseaban. El borrachín filósofo que jamás perdía los papeles y que disfrutaba de la vida ajeno a los problemas mundanos. Frank Sinatra y Elvis Presley querían ser como él, reproducir esa parsimonia cachonda en el escenario. Lo revela su hija Deana Martin en el documental. Cuando Presley la conoció le espetó: «Yo seré el rey del rock, pero tu padre es el rey del ‘cool’». Nada bueno podía salir de Steubenville, donde los obreros empleados en las acerías perdían el sueldo en los locales de apuestas. Hijo de padre barbero y madre costurera, Dino Crocetti no habló inglés hasta los seis años, lo que le hizo objeto de burlas en el colegio. Fue minero, crupier, tahúr y un boxeador que ganó «uno de doce combates» hasta que le rompieron la nariz. Era un granuja de voz portentosa modulada para parecerse a sus ídolos, Bing Crosby y Harry Mills, de los Mills Brother, tal vez el mejor grupo vocal en la historia de la música popular norteamericana. Como cantante no le hacía ascos a ningún palo y se dirigía por igual a italianos y estadounidenses. Tan pronto le daba al repertorio de su tierra de origen —’That’s amore’, ‘Volare’—, como a los ritmos latinos y la canción francesa. Alcohol, tabaco y Percodan Quizá, si Jerry Lewis no se hubiera cruzado en su camino, Dean Martin no habría salido del circuito de locales del hampa. Ambos habían coincidido en bolos y descubierto que el público se partía de risa con ellos. Lewis, 19 años, era un payaso nato, un dibujo animado de carne y hueso preso de una locura infantil; Martin, de 29, el cantante serio que soportaba las payasadas. El vividor y el bobo, la contención y el exceso, la mesura y la sobreactuación.

Durante 16 taquilleras películas bajo un contrato millonario con Paramount fueron la pareja cómica más popular de Estados Unidos. Hasta que Jerry Lewis intuyó que la labor del director Frank Tashlin la podía hacer él y se pasó a la silla de director, mermando el protagonismo de su compañero. Estuvieron sin hablarse veinte años, desde 1956 hasta 1976, cuando Frank Sinatra invitó a Martin al ‘Telethon’, el maratón benéfico televisivo que Lewis conducía. Cuando el cantante aparece, cigarrillo en mano, y se funden en un abrazo, se escucha claramente cómo Jerry Lewis suelta a Sinatra: «¡Qué hijo de puta!».

El documental de Tom Donahue contiene decenas de testimonios de amigos, familiares y personalidades del mundo del espectáculo como Peter Bogdanovich, Carol Burnett y Jon Hamm. Todos intentan trazar el perfil de una estrella que, pese a su continua exposición pública, era un enigma. En cuanto se apagaban los focos, Dean Martin desaparecía. Lo recuerda Angie Dickinson, su compañera en esa obra maestra que es ‘Río Bravo’. Gritaban ‘¡corten!’ y el actor se retiraba distante y callado. Impenetrable. La última etapa en la carrera del actor vino de la mano de un show televisivo que duró nueve años. No ensayaba, porque prefería jugar al golf. Los fallos en directo los suplía con improvisaciones y buen rollo. El alcohol, el tabaco y el Percodan aceleraron su declive. Murió de cáncer el día de Navidad de 1995. En el epitafio de su tumba está grabada la primera estrofa de su mayor éxito: Todos amamos a alguien...

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