Del trabajo social a la literatura
«El denominador común de las enfermedades mentales es el dolor psíquico»
Del trabajo social a la literatura. Sol Gómez Arteaga (Valderas, 1967) debutó en la literatura en 2012 siguiendo el hilo familiar de la Guerra Civil y la represión franquista. Después de otras incursiones en la memoria y en la vulnerabilidad de la infancia se adentra en ‘Trazos de sombra’ en los desórdenes mentales a partir de historias de personas anónimas que le tocaron en su labor trabajadora social en salud mental en Madrid.
Con Los cinco de Trasrey otros relatos , editado por la Fundación Fermín Carnero hace ya una década, Sol Gómez Arteaga dio el salto a la literatura publicada. Su abuelo paterno, José Gómez Chamorro, fusilado junto a otros cuatro valderenses en las tapias del cementerio de Astorga el 9 de octubre de 1936 fue sin duda uno de los detonantes de los «doce relatos sobre memoria y dignidad» con los que se presentó al público. Continuó el hilo de la guerra y la represión en la vida real y en Sol a la tinaja . Tras El vuelo de Martín, una novela que hace luz sobre la infancia más vulnerable, vuelve con Trazos de sombra al cuidado de Marciano Sonoro, la editorial que lanza libros desde San Román de la Vega.
—¿Cómo empezó con los relatos de Trazos de sombra?
—Empecé a trabajar en la unidad de agudos de psiquiatría del Hospital General Universitario Gregorio Marañón en el año 2013. Creo que para abordar la escritura de estos Trazos de sombra fue determinante ese hecho, y también la sugerencia que me hizo la profesora de talleres de escritura creativa, Elvira Navarro, de escribir sobre ello al enterarse del lugar en el que trabajaba. En un primer momento desoí esa sugerencia, pero debió de dejar un poso en mí porque, pasado el tiempo, un día me dije: ¿y por qué no? Entonces le propuse a Eloísa Otero, cofundadora de la revista cultural leonesa Tam Tam Press publicar mes a mes, un relato sobre una determinada patología mental. Previamente yo me había hecho un esquema de los temas que creía que estaba en condición de abordar. Eloísa ‘reclutó’ al fotógrafo Óscar García Bárcena para ilustrar cada uno de los relatos y coordinó el proyecto —las fotografías de Óscar están muy vinculadas artísticamente, en mi opinión, con los temas que se tratan—. Empezamos a rodar en una aventura que se inició en febrero de 2017 con el relato Atrincherada y concluyó en septiembre de 2019 con el relato Claudicación . De esta aventura salieron treinta relatos cortos. En el libro que ahora edita Marciano Sonoro hay diez más. Algunos fueron escritos antes de la serie Trazos de sombra y otros son posteriores. Todos ellos son textos ya revisados, corregidos, adaptados.
—¿Qué ha supuesto llevar a la literatura esa realidad cotidiana de su vida laboral como trabajadora social?
—Intentar meterme en la piel de los protagonistas de cada una de las historias a través de diferentes narradores me ha servido para comprender mejor el sufrimiento psíquico de las personas aquejadas por éste. También ha sido, en ocasiones, una válvula de escape. A veces en reuniones de equipo escucho a los psiquiatras contar historias terribles con una tranquilidad pasmosa. Lo comparo a cuando los cirujanos detectan un mal, lo estudian, lo extirpan, tratan de curarlo. Pero a mí esas historias de vida me siguen sorprendiendo, asombrando, conmoviendo —la realidad supera a la ficción con creces— y una forma de liberarme de ellas ha sido sacarlas fuera, ponerlas en una historia, escribirlas.
—¿Es una forma de dar voz al sufrimiento oculto o silenciado de los protagonistas de esos 40 relatos?
—Clara y rotundamente. El objetivo de este trabajo es visibilizar desde la literatura realidades desconocidas, invisibilizadas, silenciadas, en ocasiones estigmatizadas. Para ello pongo el foco en el sufrimiento psíquico que los protagonistas de estas historias padecen; también en el de sus familias, que son, en definitiva, quienes más conocen la enfermedad y la sostienen como pueden. Esto se ve muy claro en el relato Pececitos , que trata la historia de dos ancianos con alzhéimer al cuidado de una hija desbordada, tanto como el agua de la bañera que se derrama por el suelo de la casa en el momento en el que baja a la farmacia y los deja solos. Dar voz y visibilizar determinados aspectos de la realidad social es una constante en mi escritura que ya he trabajado en otros campos: Memoria histórica, el reconocimiento a un mundo, el de nuestros padres, que se extingue, o la esa infancia desprotegida que abordo en mi anterior libro, El vuelo de Martín .
—Los personajes aparecen sin el nombre del diagnóstico, aunque son perfectamente identificados. ¿Es una forma de contestar al estigma que a veces suponen estas etiquetas?
—Curiosamente una persona que leyó el manuscrito, cuya opinión para mí es importante, me sugirió poner en el índice, al lado de cada relato, el tema que trataba. No era mala idea pero, tras sopesarlo, pensé que era mejor no hacerlo. Por dos razones. La primera y más importante es que no me interesa cómo se llama eso que le pasa al protagonista, el diagnóstico o DSM, sino mostrar cómo se siente por dentro. La otra razón es porque yo no cuento estas historias desde el conocimiento o autoridad científica, no soy psiquiatra —aunque en este sentido he de decir que, a veces, ni los propios expertos en la materia atinan a la primera en el diagnóstico, ello requiere mucho tiempo y seguimiento—. Yo cuento estas historias, en las que la realidad y la ficción se mezclan, desde la observación ‘privilegiada’ que me ha dado el hecho de trabajar en salud mental, desde la escucha atenta, desde el compromiso, desde el esfuerzo por comprender, desde el acompañamiento, desde la empatía, desde el asombro.
—¿Qué voces hay que escuchar de las enfermedades mentales que están silenciadas socialmente?
—El denominador común de las enfermedades mentales, sean de la índole que sean, es el dolor psíquico. En este sentido creo que todas las voces relacionadas con éste tienen algo que aportar y todas tienen que ser escuchadas. Cuando la persona que sufre consigue contar lo qué le pasa a la persona que tiene delante —una presencia que escucha—, se separa de su soledad esencial y eso es importante. A veces solo podemos escuchar al otro, acompañarlo, pero eso son también formas de cuidado. Estudios realizados en países como Laponia demuestran que cuando la salud mental se acerca al ciudadano de forma estrecha y continuada, los trastornos mentales disminuyen. Socialmente se habla poco de éstos, y cuando se hace es desde una postura amarillista y sensacionalista que hace mucho daño. El caso más claro de es el suicidio, el gran silenciado, pero ocurre también con la escucha de voces, con los delirios, con el autismo… Un sitio para hablar de estos temas podría ser en las secciones de salud de los periódicos, no en las de sucesos.
—¿Quién se puede reconocer en esos relatos, al margen de los personajes?
—Creo que todos en mayor o menor medida si leemos atentamente, si queremos ver. Decía José Jaime Melendo Granados, psiquiatra, prologuista del libro, en la presentación que se hizo el día 17 de diciembre en la Casa de León en Madrid, que una forma de leer estos Trazos de sombra era sintiéndolos pegados a nuestra vida, reconociendo en ellos a personas cercanas de nuestro entorno, vecinos, amigos, familiares, incluso yo me atrevería a decir que a nosotros mismos. Yo misma me identifico en algunas de las obsesiones y manías de la protagonista del relato “Partículas invisibles”, al meterme bajo la ducha y no saber cuando apagar el grifo, en el relato del Ermitaño cibernético, adicto a redes, que me causa, cada vez que lo leo, tremendo desasosiego, o en la preocupación obsesiva, irracional, de este virus invisible, real, que nos acecha desde hace dos años.
—¿Se ha inspirado en alguna obra o autor para abordar el trabajo de escritura?
—Creo que se puede ver algunas pinceladas o influencias de libros que leí en esos momentos: El Horla de Guy de Maupassant que habla de la psicosis, A esmorga , de Eduardo Blanco Amor, que inspira el relato construido a cuatro voces Hermanos de Leche , Homer y Langley de Doctorow en Una gotera , El barón rampante de Ítalo Calvino en Un árbol , El extraño incidente del perro a media noche en Una caja . Hay relatos locos, hilarantes, disparatados, chiflados, donde se hace un guiño a la propia locura en los que se puede ver la influencia de mi admirado Javier Tomeo, un autor que desbarra y derrapa dentro de la propia escritura. El hombre sin sombra , El hombre que tocaba las esculturas , De dinosaurios y elefantes son tres ejemplos de ello. Pero estos Trazos de sombra beben sobre todo de la vida, de historias anónimas que me tocaron, que hicieron contacto conmigo, mezcladas, eso sí, con elementos de ficción.
—¿Habría que escribir más sobre los problemas mentales o de otra manera?
—Creo que se ha escrito mucho sobre salud mental, pero se ha hecho desde la ciencia y para los científicos, no para las personas que están a pie de calle. Me vienen a la cabeza el libro del neurólogo Oliver Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero , que hace una descripción de casos clínicos bastante asequible, cercana. Pero es un tema que se ha tratado poco desde la literatura y sí, creo que habría que escribir más sobre estos temas, acercarlos a la vida cotidiana, sin miedo. Se necesitan más voces, más miradas.
—En su carrera profesional, habrá habido una evolución del perfil de pacientes y enfermedades que llegan ahora. ¿Qué predomina ahora?
—En salud mental, dentro de lo que se considera trastorno mental grave, trabajo desde hace ocho años. Este tiempo es muy poco para ver una evolución de perfiles o variación en los diagnósticos. Sin embargo, antes trabajaba en la unidad de agudos del Gregorio Marañón y ahora, desde hace algo más de dos años, lo hago en el Centro de Salud Mental de Moratalaz, donde se atiende a pacientes de forma ambulatoria en un trabajo mucho más comunitario. En mi actividad profesional atiendo en la actualidad a adultos y niños. Y dentro del programa infanto-juvenil –campo nuevo para mí- las situaciones que observo, que creo que la pandemia ha agravado, son de una enorme complejidad: adolescentes que se autolesionan como forma de calmar su angustia, que se ponen al límite, que no controlan sus impulsos, que se quedan en casa sin ir al instituto por fobia social. Un reto difícil. También apasionante.