Turismo vivencial con una ganadera trashumante
Tarde de pastoreo y paridera con el rebaño de Violeta
Violeta Alegre, pastora trashumante entre el Órbigo, Omaña y Luna, y Carmen Junco, emprendedora de esVivencial, ofrecen pasar una tarde con el rebaño y vivir en directo un oficio tan olvidado como desconocido. La paridera de febrero es el primer acontecimiento que se podrá contemplar en directo. Los ingresos son para Aldeas Infantiles.
Los mastines de la majada dan la señal de la alerta. Una forastera entra en su territorio. No es un político en campaña. Por el camino flanqueado de enormes chopos, casi medio siglo de antigüedad en sus troncos, se alcanza a ver el rebaño de merinas negras —una especie en peligro de extinción que tiene en León el mayor número de ejemplares juntas— y blancas camufladas entre los ocres de la tierra y los amarillos del maizal.
La pastora, Violeta Alegre, ha avanzado hasta esta tierra cercana a la majada de San Pelayo ( Villazala . León) porque tiene echado el ojo a varias ovejas que están a punto de parir. Son las cinco de la tarde y, según cuenta esta ganadera trashumante, las ovejas tienen tendencia a alumbrar con más facilidad al amanecer y al caer la tarde.
En poco más de una hora se producen cuatro partos, uno doble. Una de las merinas negras trae mellizos. «Tiene la barriga pelada y esa es una señal de que puede traer dos corderos. Pierden la lana», explica la ganadera. Cuando van a parir, las ovejas se tumban primero y luego se levantan para el expulsivo.
A veces les cuesta horas. Se levantan, andan, se acuestan... Otras todo va rápido. La pastora no se acerca. Sólo interviene si observa alguna dificultad. «Si te acercas, se pone nerviosa y se va. Se estresa y se tumba en condiciones. Si la oveja no tiene ningún problema, que el cordero venga de culo o sea grandísimo, no se les debe de tocar».
Violeta tenía ganas de explicar a la gente con sus propias palabras los secretos del pastoreo que es la base de la ganadería extensiva de ovino y de momentos tan importantes para la producción de un rebaño como la paridera. «Hay personas que nunca han visto nacer a un animal, nunca han visto el comportamiento de las ovejas y no tienen ni idea de lo que es la ganadería extensiva y de por qué son productos de más calidad», apunta.
Como integrante de Ganaderas en Red se esfuerza cada día en divulgar el oficio que empezó a desempeñar con su marido, Gregorio Fidalgo, desde que se casaron y que mantienen a partes iguales en su explotación de titularidad compartida Ganadería Fial.
Los dos hatajos del rebaño de merinas se mueven entre San Pelayo y Soto de la Vega en otoño-invierno, Lago de Omaña en primavera y Abelgas, en los los puertos de los montes de Luna, en verano. La gente que compra sus corderos repite y repite cada temporada. Los corderos de la paridera de febrero son los que menos valen. «El día del padre, que antes era una fiesta grande y nunca faltaba el cordero, se celebra poco, y en Semana Santa la gente se va de viaje y también se ha perdido mucho la costumbre del cordero pascual...».
En verano la gente se casa menos y en Navidad, la competencia de los corderos de otros mercados relega a los de más calidad por los precios.
Hacer llegar este mensaje a la sociedad es complicado. Y los políticos hacen demasiado ruido sin ayudar mucho a los productores. La vida de Violeta Alegre, a través de las redes y de Ganaderas en Red, se cruzó la de Carmen Junco, una leonesa que trabaja en el sector del turismo en Mallorca con la idea de poner en marcha una empresa de turismo vivencial.
La experiencia de ver nacer a los corderos en medio del campo, caminar con el sonido del rebaño de fondo, conversar con la pastora, regresar a la majada o dar un biberón caliente a uno de esos corderillos más enclenques son momentos de una tarde irrepetible
«Había experimentado esta forma de turismo, que es más una convivencia, en Perú y pensé que se podría poner en marcha en España», explica la emprendedora. El pasado verano nació esVivencial. Violeta Alegre la estrena con su rebaño trashumante en plena paridera de febrero. «Pensé que era un momento bueno para que la gente se acerque unas horas y aprender sobre la marcha cómo hacerlo», explica.
La experiencia de ver nacer a los corderos en medio del campo, caminar con el sonido del rebaño de fondo, conversar con la pastora, regresar a la majada o dar un biberón caliente a uno de esos corderillos más enclenques son momentos de una tarde irrepetible que no se pueden enlatar en ningún folleto de turismo,
Hay que vivirlos. «Hay algunas experiencias pero en general se quedan cortas para dar a conocer el gran patrimonio que tenemos en los productores», explica Carmen Junco, que piensa en un perfil de «viajeros curiosos» para este tipo de experiencias.
«Cuando convives con estas gentes te das cuenta del gran patrimonio que atesoran: conocen el entorno, las especies y si desaparecen porque suben las materias primas y bajan sus productos, no se pierde solo a un habitante ahora que tanto se habla de la España vaciada, se pierde un conocimiento y hay que ponerlo en valor».
La paridera de febrero es un gran acontecimiento en las cabañas leonesas. Sobre todo en las de extensivo como la de Violeta y Gregorio que se presentan en el campo. Es, además, la que destinan casi todas las ganaderías de ovino y caprino a renovar el rebaño. «Los corderos valen poco y hacemos la selección de las corderas», explica.
A lo largo del año los escenarios cambiarán con el recorrido del rebaño trashumante por Omaña y Luna, con los puertos de Abelgas como plato fuerte
«Cada ganadero juega con sus necesidades. Nosotros las echamos un poco antes porque nos vamos a Lago de Omaña en marzo-abril y no queremos tener corderos para el camino», añade. Pasar una tarde con Violeta y su rebaño en época de paridera enseña mucho. A metros de distancia es capaz de distinguir a la oveja que se pone de parto.
«Cuando tiene el rabo fincado (levantado y tieso)», explica. A la merina negra se le da de perlas el segundo cordero. La oveja lame los restos de placenta del más pequeño, el otro retoño anda de pie en busca de la ubre de su madre. «Nacen y se ponen de pie enseguida. Ya podían a ser así los humanos», bromea Violeta.
El regreso a la majada es emocionante para el visitante y está lleno de trabajos para la ganadera. En cada brazo, un cordero; el tercero va envuelto en la alforja para no manchar a la forastera. Otra queda en la finca del maíz lamiendo la placenta al bebé ovino. Hay días en los que tiene que pedir ayuda a la familia: «Hasta diez se me juntaron el otro día».
A las ovejas las tira el rebaño y la rezagada emprende el camino con el cordero recién nacido a su vera intentando encontrar la ubre. En la majada, es el momento de cada oveja con su pareja. Por eso primero aparta a las que tienen crías esperando la leche como agua de mayo; luego desinfecta los cordones umbilicales de los recién nacidos y mueve los apartaderos, clasificados como guardería, infantil y primaria según tamaños.
Comprueba que madre tiene a su cordero y lo sabe de buena tinta por marca a cada animal con un número, en azul si tiene uno y en rojo si son dos. Luego abre el grifo y da de beber al rebaño. Paciencia, organización, maña y fuerza física se dan la mano en este oficio que en tiempos de paridera se hace sentir en los brazos y en la espalda. La paridera es temporada alta de producción y trabajo.
A lo largo del año los escenarios cambiarán con el recorrido del rebaño trashumante por Omaña y Luna, con los puertos de Abelgas como plato fuerte. «Quien suba al puerto tendrá que pasar el día conmigo», advierte Violeta. Y no se hará largo. Hay mucho que contar sobre el pastoreo de altura.