LA EPILEPSIA, NI SAGRADA NI MALDITA
Cada segundo lunes de febrero —este año el día 14— se conmemora el Día Internacional de la Epilepsia, una enfermedad cerebral, crónica y no transmisible, que sufren entre 50 y 65 millones de personas en el mundo y que en España afecta a más de 400.000.
La epilepsia es un trastorno neurológico en el que la actividad cerebral se altera. Una descarga eléctrica anormal de las neuronas provoca convulsiones o períodos de comportamiento y sensaciones inusuales, y a veces, pérdida de la consciencia. La intensidad y duración de las crisis varían según la zona del cerebro donde se localice la descarga, y pueden ir desde episodios muy breves de ausencia hasta convulsiones prolongadas. Su frecuencia es también muy variable: desde menos de una al año hasta varias al día. Es una de las enfermedades neurológicas crónicas más frecuentes y cualquier persona puede padecerla, tanto hombres como mujeres y de cualquier edad, aunque se manifiesta con más frecuencia en la infancia y a partir de los 65 años.
En ocasiones, la epilepsia se identifica equivocadamente como una enfermedad mental o como una discapacidad. Por esta razón, quienes la padecen pueden tener problemas de relaciones personales y de integración social.
El término epilepsia deriva del griego «epilambaneim», que significa «coger por sorpresa», en referencia a las crisis que provoca. Es una enfermedad tan antigua como el hombre y que históricamente ha estado rodeada de mitos y estigmas. La primera descripción por escrito de una convulsión epiléptica es de 2000 a. C., y aparece en un texto en acadio, lengua de la antigua Mesopotamia. El código de Hamurabbi (1790 a. C.) prohibía a las personas que padecían epilepsia casarse y declarar en juicios. También permitía devolver a un esclavo cuando se presentaba Bennu (la epilepsia).
Para los antiguos griegos era una enfermedad divina o sagrada (morbus divinus o morbo sacro), ya que pensaban que sólo un dios podía arrojar a las personas al suelo, privarlas de sus sentidos, producir convulsiones y llevarlas nuevamente a la vida. Hipócrates fue el primero que la incluyó entre las enfermedades físicas y la situó en el cerebro, «ni más divina, ni más sagrada que cualquier otra enfermedad», dijo. Roma, sin embargo, la tachó de enfermedad impura y contagiosa. Uno de los nombres que recibió por entonces fue «morbus comicialis», debido a que cuando se realizaban comicios, si alguno de los presentes tenía una crisis epiléptica, se suspendían para purificar y evitar el contagio.
Hoy se atribuye la epilepsia a muchos personajes famosos. En la lista estarían Alejandro Magno, Julio César, Pedro I de Rusia, Napoleón, Fedor Dostoievski, Vincent Van Gogh, Handel, Paganini y muchos más… También se sospecha que la epilepsia pudo estar detrás de los episodios de éxtasis de algunos santos como la misma Teresa de Jesús. Entre los epilépticos ilustres uno de los más citados es el escritor ruso Fedor Dostoievski, quien tuvo su primer ataque a los 18 años, tras el asesinato de su padre, y que llegó a escribir hasta siete obras en los que había algún personaje epiléptico. El más conocido, el príncipe Myshkin, protagonista de El idiota.
La epilepsia puede tener distintas causas (malformaciones congénitas, alteraciones genéticas, traumatismos craneoencefálicos, accidentes cerebrovasculares, infecciones…), aunque en la mitad de los casos se desconoce el factor exacto que la provoca. Los síntomas también varían mucho. A veces la crisis supone que la persona permanece con la mirada fija durante algunos segundos, o que mueve repetidamente los brazos o las piernas. Hay también crisis generalizadas en las que la persona cae al suelo, el cuerpo se pone rígido y se producen sacudidas rítmicas de brazos y piernas. En estos casos se puede producir también mordedura de lengua, labios morados, salida de espuma por la boca y relajación de esfínteres.
Tener una sola convulsión no significa que se tenga epilepsia y, de hecho, para diagnosticarla es necesario que ocurran al menos dos convulsiones sin un desencadenante conocido. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), referidos a 2019, en el mundo hay en torno a 50 millones de personas epilépticas, aunque otras fuentes elevan la cifra a 65 millones. La posibilidad de controlar bien a un paciente epiléptico es alta. Tres de cada cuatro epilepsias se controlan con fármacos, mientras que el 25 % restante es resistente a ellos. Pero incluso en los casos que no responden a la medicación a veces se puede recurrir a la cirugía o a la estimulación del nervio vago mediante la implantación de un electrodo bajo la piel.