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75 años de Cáritas

El cambio que dignificó la caridad

Cáritas ha hecho realidad la aspiración con la que nació en 1942. Profesional y con buenas instalaciones para atender con dignidad a los más pobres, con una evolución desde la miseria al empobrecimiento. Seis personas voluntarias y trabajadoras más veteranas narran sus inicios.

Beatriz Gallego, en el centro, con personal de Cáritas. F. OTERO

León

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Cáritas Española cumple 75 años. Un proyecto que nació en 1947 para luchar contra la miseria y el fomento del desarrollo integral de las personas. Dos años antes, en 1945, el obispo Luis Almarcha dio los primeros pasos en León con programas de asistencia a las familias pobres. Hoy, el objetivo es el mismo, aunque tanto Cáritas como el perfil del usuario ha cambiado. Ahora llegan familias empobrecidas por las distintas crisis económicas, sanitarias, desplazadas e inmigrantes que huyen de los conflictos bélicos. Cáritas se adapta a los tiempos y se prepara para atender a los últimos damnificados, los refugiados de la guerra en Ucrania.

Los testimonios de las personas voluntarias y técnicos de más experiencia coinciden en que Cáritas se ha convertido la aspiración inicial: instalaciones adecuadas y una atención profesional y digna. Y recuerdan a personas que ya no están como Humbelina, Luis Florez, D. Alfonso, María Ángeles. Pero 75 años de historia de para muchos recuerdos.

En el libro 70 años de historia , editado por Cáritas en 2016, Prisciliano Cordero del Castillo publica el extracto de una Carta Pastoral del obispo Almarcha en las Navidades de 1945, cuando empiezan a funcionar en algunas parroquias las Cajas Parroquiales del Pobre. «Esenciales, no son ni pueden ser cajas de ahorro, ni de préstamo; no almacenan dinero, ni alhajas, son y deben ser como aquellas de San Lorenzo, el limosnero del papa San Sixto: cajas de pobres que esperan el remedio de sus necesidades, recuento y fichero de enfermos, abandonados, hambrientos, desnudos...». Almarcha creó en 1946 un fondo económico para obras asistenciales y en 1950 funda la Caja Central del Pobre. La primera actuación fue crear una sección de apoyo a la vivienda, con las llamadas ‘casas de Aguinaldo’ en el barrio de la Inmaculada, destinadas a los inmigrantes de la postguerra que llegaban desde el campo. «El obispo Almarcha se resistió a que León se integrase en Cáritas nacional, pero finalmente cedió. Supongo que pensaría que al crecer la estructura habría más trámites burocráticos», asegura Cordero del Castillo. Pero la maquinaria de cambio puesta en marcha por Cáritas en 1945 anticipaba una revolución asistencial.

El voluntariado

Dolores Vega Pérez Lolina , tiene 87 años y lleva más de 20 años en distintos programas de Cáritas. «Comencé el voluntariado en la Casa de Acogida de mujeres inmigrantes. Pasaba con ellas dos noches a la semana. Entraba a las ocho de la noche, me quedaba con los niños mientras ellas cenaban, y salía a las ocho de la mañana. Después entré en el programa penitenciario, donde tengo los mejores recuerdos. Mi familia no estaba de acuerdo y me decían que si no tenía miedo. Nunca, jamás, me faltaron al respeto. Comía con ellos, yo era como de la familia. Todavía alguno me sigue llamando. Me gustaba más trabajar con los hombres porque son más dóciles que las mujeres».

Lola Redondo, de 85 años, se define ‘voluntaria pluriempleada’. Cuando llegó a Cáritas ya colaboraba en el comedor de la Asociación Leonesa de Caridad. «Cuando era niña pasaba por delante del comedor y veía las colas inmensas de personas a las que las hermanas repartían caldos que echaban en unos botes. Aquellas personas eran pobres, pobres, no tenían nada, iban muy mal vestidos, un perfil muy diferente a lo que vemos ahora en el comedor, que tienen más problemas de drogadicción. Un día me dijeron que viniera a Cáritas. Me pusieron en el programa de acogida, que entonces estaba en la calle Ancha. Después pasé al programa de presos en su puesta en marcha en el 2003. Ahora estoy en el economato. Siempre tuve la idea de darme a los demás porque me satisface mucho. También he sido voluntaria de Calor y Café». Cuando llegó la pandemia y tuvo que abandonar el voluntariado «me sentí muy mal, pensé que Cáritas quería quitarnos de un plumazo a los mayores. Pero yo seguí en el comedor, en contra del criterio de mi familia. Al final me convencieron y lo dejé unas semanas, pero volví enseguida. Nadie de los que colaboramos en el comedor se ha contagiado. Las hermanas lo tienen todo muy controlado».

Sor María Martín Villoria. 35 años en Cáritas y Dolores Vega Pérez ‘Lolina’, con más de veinte años en distintos programas. F. OTERO PERANDONES

Cáritas cuenta con 700 personas voluntarias —198 hombres y 502 mujeres— para los programas de ropero, economato, transeúntes, toxicómanos, inmigrantes y extranjeros, acogida e intervención sociolaboral a mujeres, programa penitenciario, formación y empleo, atención a la infancia y acompañamiento a mayores.

Sor María Martín Villoria tiene 85 años y ha sido voluntaria desde 1981 a 2016. Es la cara visible del ropero. «Mi actividad profesional es sanitaria y siempre trabajaba en acción social, con visitas a domicilio en el Barrio de la Inmaculada y Secretariado Gitano. En Cáritas he participado en la elaboración de las normas del ropero y en la comisión del paro, con visitas a las fábricas para que organizaran talleres». Gracias a su gestión, el ropero dejó de ser un centro de almacenamiento de ropa usada, en unas instalaciones pésimas en Dámaso Merino, para convertirse en un servicio de acompañamiento a las familias. «Dimos talleres sobre técnicas de búsqueda de empleo, alimentación, costura, higiene y salud impartidos por profesionales. Organizamos una recogida y reparto digno de ropa. Las mujeres aprendían a coser y hacían arreglos. Repartíamos canastillas a las madres con pocos recursos que daban a luz en el Hospital. Organizamos una recogida de mantas para las familias alojadas entonces en el Palacio de Don Gutierre, algunas dormían en los pasillos. La pobreza ha cambiado, como la sociedad. Antes llegaban personas sucias, andrajosas, ahora tienen otras necesidades. Hemos conseguido la aspiración que teníamos hace 35 años con mucho trabajo». El ropero se ha transformado un proyecto de economía solidaria textil llamado Moda Re, con una tienda de segunda mano y reciclada.

Prisciliano Castillo tiene 84 años. Comenzó el voluntariado en Sevilla tras su jubilación como maestro. Durante diez años dio clases a ex alcohólicos, colaboró como maestro en un centro de menores de Save The Childen, en un centro de mujeres y en primeras acogidas en distintas oenegés. «Volvimos a León hace 10 años. Mi mujer se apuntó al ropero y yo en el centro de inmigrantes. Sigo de voluntario en Jesús Divino Obrero donde soy tesorero y estoy para lo que me necesiten, como el reparto de alimentos. No recuerdo ninguna mala experiencia y para mí todos los días han sido muy especiales. No pienso dejarlo».

Prisciliano Castillo Arredondo, con más de 24 años de voluntariado y Lola Redondo, que lleva más de 30 años. F. OTERO PERANDONES

Las técnicos

Maribel Arias tiene 59 años y es la tercera técnico contratada por Cáritas. «Entré como voluntaria y me contrataron en 1987. Querían relanzar Cáritas con programas que se extendieran a la zona rural y empezamos a buscar recursos. Comenzamos en Valencia de Don Juan y Villablino. Se pusieron en marcha programas de toxicomanías porque veíamos una preocupación y una necesidad social. Cáritas creció con la creación de Cáritas Regional, y la unificación e fuerzas. Fui a muchas reuniones a otras provincias, un proceso que duró 10 años y que supuso un cambio en la atención rural, para que las parroquias desarrollaran los programas».

Rosana Soto lleva «toda la vida» en Cáritas. Realizó las prácticas de Trabajo Social y como voluntaria en el ropero. «Intenté acercarme a las familias de las chabolas de San Lorenzo, con un curso de costura. Los programas crecieron y surgió la oportunidad de trabajar con drogodependientes. Luis Flores, entonces delegado, fue un pionero. Estábamos en la calle Ancha y las personas con problemas de toxicomanía demandaban medicación con agresividad. Teníamos un botiquín con el que dispensábamos las recetas. He vivido situaciones de pánico y miedo y sigo tan animada y con ganas como al principio. Ahora llegan más personas con enfermedad mental. Es un colectivo difícil para trabajar, no tienen recursos y sí problemas jurídicos y sanitarios. Me gusta acercarme a los sitios para intentar conocer la realidad de las personas que vienen a vernos. Trabajamos en coordinación con otros servicios, pero para todo este trabajo son fundamentales los voluntarios».

 

Imágenes para la historia

Ayuda procedente de EE UU en 1960. ARCHIVO DE CÁRITAS

Colas en la Asociación Leonesa de la Caridad en los años 50. ARCHIVO DE CÁRITASARCHIVO DE CÁRITAS

Refectorio de los pobres en los Franciscanos en 1955. ARCHIVO DE CÁRITAS

Comedor de la Caridad. ARCHIVO DE CÁRITAS