Diario de León

Huimos de los pandilleros, que violan, secuestran y asesinan»

Guerras, violencia en la calle, persecución por motivos ideológicos, religiosos o de sexo... Cada minuto, 24 personas huyen de sus países para salvar la vida, según datos de Acnur. 233 desplazados de distintas nacionalidades solicitaron protección internacional en León en 2021. Diario de León inicia una serie semanal para contar sus historias.

MARCIANO PÉREZ

MARCIANO PÉREZ

León

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La violación de los derechos humanos expulsa de sus países de origen a millones de personas que huyen de guerras y de todo tipo conflictos sociales y persecución. 233 personas procedentes de distintos países solicitaron protección internacional en León en el año 2021. 859 ciudadanos salvadoreños pidieron protección en España el año pasado, y en el histórico de la provincia de León hay 24 expedientes de personas procedentes de El Salvador que han solicitado asilo, a los que hay que añadir otros 25 que se han trasladado de otras provincias.

Enma Maribel Rivas Méndez (28 años) y Dinora Noemí Hidalgo Mejía (26 años) son refugiadas salvadoreñas en León. Salieron de su país en 2019 huyendo de las pandillas (maras). «Para los jóvenes de nuestra edad es muy peligroso vivir allí. Los pandilleros violan, secuestran, torturan y asesinan».

Las dos son amigas y emprendieron el viaje hacia España casi al mismo tiempo. Dinora llegó unos días antes. Como turista, en un avión con billete de ida y vuelta que le costó 1.100 euros, y con un presupuesto de 800 dólares en el bolsillo, Enma aterrizó en Lugo poco después. Allí la esperaba su amiga. Las dos se reservan detalles de «experiencias traumáticas» vividas en su país por miedo a que, pese a los 8.600 kilómetros y un océano por medio, sus palabras puedan causar problemas a sus familiares. «Las pandillas tienen conexiones por todas partes, nunca estás segura aunque estés muy lejos. Usted puede ver a una persona con apariencia normal y no se imagina que pueda pertenecer a esa estructura, pero puede pasar», aseguran. La «apariencia normal» ya no es una garantía para diferenciar a los grupos de pandilleros «con una estética concreta que hace que se diferencien de los demás. En El Salvador nadie puede llevar zapatillas Adidas o Nike, por ejemplo, si no perteneces a una pandilla. Y si vives en una colonia (barrio) no puedes pasar por otro diferente si no conoces a alguien. Ellos controlan todo y te paran, te piden el carné y si no les gusta te pueden torturar y matar si creen que les miras mal». En la capital, San Salvador, trabajaban en el Burger King. «Cuando sales a trabajar nunca sabes si vas a volver. Las pandillas lo controlan todo. A las seis de la tarde ya no puedes salir a la calle porque el peligro es muy alto».

El informe de 2020 de la oenegé Human Rights Watch señala que El Salvador presenta una de las tasas de homicidio más elevadas del mundo. «Las maras ejercen el control territorial en algunos vecindarios y extorsionan a residentes en todo el país. Reclutan por la fuerza a niños y niñas y someten a abuso sexual a mujeres, niñas y lesbianas, gais, bisexuales y personas transgénero (LGBT). Las maras son responsables de la muerte, desaparición, violación sexual o desplazamiento de quienes les muestran resistencia. Estas condiciones han provocado desplazamientos internos y transfronterizos». La oenegé señala la ineficacia de las fuerzas de seguridad para controlar la violencia en las calles. El informe cita fuentes de noticias publicadas en los medios de comunicación para cifrar en aproximadamente 60.000 los miembros de maras que operan en al menos 247 de los 262 municipios del país. «Controlan los límites de sus territorios y extorsionan y obtienen información sobre residentes y personas que circulan, sobre todo en el transporte público, escuelas y mercados», dice el texto. La Fiscalía General de El Salvador registró 3.664 víctimas de desapariciones, secuestros y desaparecidos, incluidas 1.218 mujeres y al menos 24 niños y 29 niñas, según las conclusiones de Human Rights Watch.

En su informe de 2016, Amnistía Internacional sitúa al denominado Triángulo Norte (El Salvador, Honduras y Guatemala) en una de las regiones más peligrosas del mundo debido a la actuación de las maras. «Esta ¿nueva realidad? ha dado lugar a un importante cambio en los factores de expulsión que afectan a los flujos migratorios en el corredor de migración de Centroamérica-México-Estados Unidos: los altísimos niveles de violencia han provocado que cada vez más personas huyan hacia el norte para salvar la vida. Los gobiernos del Triángulo Norte se muestran poco dispuestos a reconocer hasta qué punto la creciente violencia ha modificado la migración», señala el informe

Enma y Dinora se sentían perseguidas. «Si los pandilleros te quieren como pareja te obligan a estar con ellos, te secuestran. Hablé con mi familia. Decidí venir a España porque Dinora ya estaba aquí, con su hermano, y porque resulta más fácil la adaptación por el idioma». Enma Maribel recuerda que sus primeros días en España «fueron muy difíciles».

Vivieron en un hostal de Lugo. Pero sin papeles y sin posibilidad de trabajar —llegaron a España como turistas— el dinero se acabó pronto. «Es muy caro pagar día a día un hostal, sin papales y sin trabajo, pero hay que comer. Nos acogieron unos amigos durante unos días, pero como no teníamos papeles nadie nos daba empleo. En la desesperación me fui interna a una casa, sin contrato, a trabajar en negro. Sufrí mucho», recuerda Dinora. «Era un trabajo duro, no tenía tiempo libre y como cuidaba a una persona mayor tenía que estar las 24 horas pendiente de ella, incluso por la noche, por si necesitaba o le pasaba algo. No podía salir».

Enma puntualiza: «Es muy duro no tener un lugar al que regresar y lo sientas como tuyo, donde poder descansar después de un día de trabajo, y tener las cosas que te gustan a tu alrededor». Una amiga les habló de Accem, la oenegé que trabaja con las personas refugiadas y migrantes. «Nos ayudaron a tramitar los papeles para pedir refugio. Nos trasladaron a León porque aquí quedó una plaza libre. El primer papel que tuvimos fue una tarjeta roja, que tiene seis meses de duración y que te sirve para poder hacer cursos, después un permiso temporal de trabajo hasta que llegara el documento de la concesión del asilo, que si no te lo conceden quedas en una situación de desprotección: o vuelves a tu país o te quedas de manera irregular, con lo que nunca podrás tener un trabajo. Siempre teníamos ese miedo. ¿Qué pasa si no nos conceden el asilo?, nos preguntábamos». Después de dos años de espera, el gobierno de España les notifica la concesión de refugiadas.

El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Filippo Grandi, cifró en 82,4 millones el número de personas que en el 2020 huyeron de guerras, persecución y violación de derechos humanos. Sólo la guerra en Ucrania ha desplazado a 3,6 millones de personas este mes de marzo de 2022. Hay conflictos enquistados, con años de duración, como ocurre en Afganistán, Somalia Siria, Yemen, Palestina, Mozamabique, Etiopía, Sáhara, Mali...el número de refugiados crece continuamente.

Accem ayudó a esta dos salvadoreñas durante todo el proceso. Con los papeles, llegó un permiso de residencia para cinco años y la búsqueda de empleo. «A los cinco años, si no nos metemos en líos y no tenemos antecedentes nos vuelven a renovar por otros cinco años». Pese a la dureza de la experiencia personal, ninguna pierde la sonrisa.

«Empecé a trabajar con una empresa de ayuda a personas mayores en agosto y en septiembre caí enferma con una pancreatitis. Estuve ingresada un mes. Mi madre quiso venir a verme, pero el billete es muy caro», relata Enma. «Mejoré poco a poco y los médicos me dijeron que tenía que guardar reposo porque todavía no estaba bien. Aún así pedí el alta para incorporarme al trabajo. En enero me contagié de covid y en una revisión el médico me dijo que tenían que operarme de la vesícula, por complicaciones de la pancreatitis. Entonces me despidieron».

Enma y Dinora comparten un cuarto piso sin ascensor por el que pagan 400 euros. «Estábamos ahí ya con la ayuda de Accem y ahora la dueña se ha portado bien y nos lo ha rebajado un poco». Las dos trabajan por horas en el servicio doméstico y en el cuidado de personas mayores.

«Nuestra vida transcurre entre el trabajo y la casa. Compartimos gastos, apenas salimos ni vamos a los bares, no tenemos amigos, nos pasamos el día cuidando a personas mayores, que es un trabajo muy digno. Nunca ponemos la calefacción en casa, es muy cara. Se supone que ahora la vida tenía que ser más fácil, pero llegamos en un momento difícil por la pandemia de coronavirus. No pensamos volver a nuestro país, de momento, el peligro existe, pero aún así somos felices. Hemos venido a España por la cara mala de nuestro país, que tiene otra cara maravillosa y la gente que va de turismo está encantada porque es un país maravilloso y a los turistas los tratan muy bien».

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