Un pueblo con más personas refugiadas que vecinos
Una pequeña Ucrania en paz en La Nora del Río
La Nora del Río se ha convertido en el pueblo más acogedor de León. El medio centenar de personas refugiadas de la guerra de Ucrania que se alojan en el antiguo colegio Amor Misericordioso duplicarán el padrón de esta localidad del municipio de Alija del Infantado.
Por las calles de La Nora del Rio corren niños muy rubios con los ojos claros. Y en las casas se conocen episodios de la guerra de Ucrania estremecedores, como la historia de una madre que estuvo encerrada con su criatura un mes en un búnker.
La única niña que vivía hasta ahora en el pueblo ha encontrado unos inesperados compañeros de juegos . En el bar que regentan Ciano y Raquel, conocido por sus buenas tapas en toda la contorna, se habla en ucraniano, ruso y español y milagrosamente se entienden. Y el padrón de Alija del Infantado pronto crecerá como la espuma con las primeras inscripciones censales de estos nuevos vecinos , tras cumplir el primer mes de estancia y sobre todo de cara a la escolarización de los menores de cara al nuevo curso escolar en Alija del Infantado.
Colegio en septiembre
El colegio del Amor Misericordioso ha roto su silencio después de cinco años cerrado , aunque sorprende el poco ruido que hacen sus nuevos residentes, una colonia de 48 personas refugiadas que han huido de la guerra de Ucrania —mujeres, menores, jóvenes y también mayores— y han encontrado a orillas del Órbigo un remanso de paz donde empezar una nueva vida .
Empezaron a llegar a finales de abril de la mano de la asociación Diaconía, la oenegé de la iglesia protestante y una de las entidades que gestiona la protección internacional para el Gobierno de España, con la mediación de la Diócesis de Astorga y la Diputación provincial que canalizaron el ofrecimiento de la congregación Hijos del Amor Misericordioso de este edificio que se abrió como seminario en 1975 y se cerró como colegio en 2017. « El paisaje es muy parecido al sur de Ucrania », comenta Alexandra una mujer que huyó con sus dos hijas desde Jersón, ciudad asediadas por las bombas, a La Nora del Río, con el deseo de que «la guerra acabe pronto» y volver a su tierra , pero con la certeza de que «es imposible» por ahora y lo primero que quiere aprender es el idioma «para poder trabajar y tener un colegio para su hija» menor (la mayor ya se ha asentado en una ciudad catalana con su novio).
Su marido ha quedado en Jersón, a cargo de la madre que ya no se vale por sí misma para las tareas de la vida cotidiana. «Los hombres no pueden salir salvo en casos excepcionales. Alexandra vive entre la incertidumbre del peligro permanente que acecha a su marido y a su suegra y haciendo un esfuerzo para caminar hacia una «vida normal». En su ciudad caen misiles y bombas . «Puedes salir de casa y no volver», comenta la mujer. Siempre salían sin móvil por temor a la infiltración de los rusos, los mercados estaban desabastecidos y la falta de alimentos acabó con las aves de una granja avícola «a la que los rusos no dejaron ni entrar a sacar a los cadáveres».
Al principio no quería dejar a su marido y a su suegra, pero «mi marido me convenció: ‘Tienes una hija que tiene que acabar el colegio y la guerra no sabemos cuándo se acabará». España fue el país elegido porque tenían una amistad.
Cuando salió de Jersón y de la zona ocupada se quedó en shock, relata a través de la voz del traductor, Sasha. «La gente caminaba y llevaba comida. Me parecía extraño. Aquí la también la gente tiene su vida. Es como otro mundo». Está tranquila, puede esperar.
Los ucranianos hablan en un tono suave , que nada tiene que ver con la algarabía española. Pero se han integrado muy bien en el pueblo y ya han participado de sus primeras fiestas. Celebraron en comunidad el Día del Refugiado y las fiestas patronales de San Pelayo. Los vecinos buscaron música ucraniana por internet y quedaron fascinados al ver cómo bailaban. Les ven «muy tranquilos» y con el idioma «nos arreglamos como podemos, el traductor es el que nos salva», comenta Ciano.
«Somos refugiados gracias a otras personas», puntualiza Alona T, de 21 años, que salió el 22 de marzo de Milolaiv, una ciudad de Odesa, con su madre y su hermana. En Ucrania solo quedaron sus amigos. Está «un poco triste; es mi ciudad, es mi país», dice esta joven que se había formado en algo parecido al marketing digital y a la que la gustaría encontrar una oportunidad laboral en España.
Como a muchos de sus compatriotas alojados en La Nora del Río no le molesta estar alejada del ruido de la ciudad. Al contrario. Agradecen estar rodeados de naturaleza y un poco de silencio después de haber sufrido el estruendo de los bombardeos. «No es un problema, es como si fuera unas vacaciones», dice la joven que ya se defiende en castellano sin traductor. Ya sabía algo de español antes de la guerra y lo perfecciona con una app y las clases que ofrece Diaconía, a pesar de que no es requisito en la fase 0 de la acogida.
Enseñarles el idioma y la cultura española , ayuda psicológica, acceso a la sanidad y «ajustar sus expectativas» son las prioridades con las que trabaja el equipo de trabajadoras sociales de Diaconía en La Nora del Río, comenta Conchi Rodríguez, directora general de esta oenegé vinculada a la León con un programa de Protección Internacional desde 2019.
Minerva Rodríguez Lorenzana y Carmen Sevillano Fuertes tienen una larga experiencia con migrantes y ambas proceden del medio rural, de Zamora y León. «La fuerza del entorno rural» es una de sus aliadas. «La gran mayoría son ventajas porque cuando una comunidad te acepta es mucho más que a nivel institucional o personal», comentan. También cuentan con el apoyo del padre Ángel y el padre José Luis, dos religiosos. Los fresales de su huerto se han convertido en un entretenimiento diario.
Más transporte público
La Nora, Alija y los pueblos vecinos se han volcado . «Se movilizaron enseguida con donaciones», explican. Como contrapartida, tienen los mismos inconvenientes que la población rural. «La asistencia médica está limitada a un día a la semana en La Nora y para el pediatra hay que ir a La Bañeza», comentan. El transporte público es otro inconveniente. Solo hay un servicio al día y necesitarían más frecuencias para este pueblo que se ha convertido en una pequeña Ucrania en paz lejos de una guerra que se complica día a día.