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Flores sobre la sangre en Cabrera

Los crímenes del 24 de abril de 1951 en Santa Eulalia han traspasado el silencio de quienes lo cometieron y han llegado sin palabras a sus descendientes. Un «pálpito» que inquietó a Gema Rodríguez Ballester y le llevó a poner flores sobre la sangre.

Las flores en honor a las víctimas de Santa Eulalia de Cabrera fueron colocadas en la puerta y la ventana de sus casas. DL

León

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Gema Rodríguez Ballester nació en Sevilla y en su casa nunca oyó hablar del rastro de sangre que su abuelo y su tío abuelo dejaron al norte, en la lejana comarca leonesa de Cabrera. Tiene acento andaluz y una voz pausada. Y tenía una cuenta pendiente con la tierra de su linaje paterno.

Ahora la ha saldado. Y está satisfecha de que «el mensaje de perdón haya llegado a los familiares, la cual era mi verdadera motivación». Un hombre, Antonio León, y una mujer, Carmen Ballesteros, convecinos de sus antepasados son las dos víctimas cuyo nombre desconocía.

El crimen reverberó en su conciencia, como un eco de lo que sucedió en Santa Eulalia de Cabrera desde el 24 de abril de 1951. «Hay cosas que repercuten durante años y generaciones de manera invisible, de manera similar a como ocurre con las radiaciones tóxicas de Chernobil», explica de manera gráfica.. Y sintió la necesidad de «agachar la cabeza y pedir perdón» para «intentar reparar en la medida de mis posibilidades ese dolor latente», explica.

Un sufrimiento que recuerda de forma vívida la hija de una de las personas que fueron testigos del crimen. «Mis padres estaban presentes, los mataron en su casa», relata esta mujer que prefiere permanecer en el anonimato. «Los convocaron allí», agrega. Eran Antonio Valle y Rosa Carrera.

«Mi madre estaba allí y siempre dijo que cuando les dieron los tiros ya estaba muertos, molidos a palos», comenta. Otro detalle que ha traspasado la memoria familiar es que «mi madre les tuvo que dar un pañal de mi hermano para envolver la oreja que le cortaron a él y el pecho de ella», torturas concretas que los historiadores e investigadores ponen en cuarentena.

«Eran tres encapuchados», detalla. Y ahora cree que los tres podrían pertenecer al mismo linaje. De José Rodríguez Cañueto, el asesino de Girón, nadie duda que participó en los hechos. De Benjamín Rodríguez Cañueto se ha dicho y se ha escrito que era el enlace del hermano pequeño con la Guardia Civil.

El comandante Miguel Arricivita había sido destinado en 1948 al Bierzo con la misión de «acabar con todo rastro de resistencia. Para alcanzar el objetivo era preciso capturar, vivo o muerto, a su pieza más preciada, Manuel Girón, sin reparar en gastos, aunque tuviera que valerse de la única arma que podría acabar con él, en vista de los constantes fracasos: la traición», escribe Santiago Macías en su libro El monte o la vida (Eolas).

José Rodríguez Cañueto fue el ejecutor. «Luego, cobró el dinero de la recompensa y se fue paraSevilla, donde ya estaba su hermano Benjamín. Su rastro se perdió allí en la bruma de la leyenda, que afirmaba su muerte en circunstancias oscuras, tal vez a manos de un hijo de Antonio, camionero, no mucho tiempo después», escribió Manuel Garrido en la revista Argutorio en 2019.

Gema Rodríguez Ballester, la nieta de Benjamín, sabía que su tío abuelo fue el hombre que ejecutó a Girón. Que se había infiltrado y que su abuelo era el enlace con la Guardia Civil. Pero nunca pensó que el crimen de Santa Eulalia estuviera relacionado con lo de Girón.

Un tío, hermano de su padre, fue quien le contó la historia. Y él, igual que ella, tiene el «pálpito» de que Benjamín fue más que un enlace. «Si participó como intermediario para saber cómo iban los asuntos que se traían no veo tanta dificultad a considerar que también participó en el crimen».

«En este último año se ha producido en mí una toma de conciencia y aunque no planeé ir expresamente a Cabrera un viaje a León capital por otro motivo me empujó», explica por teléfono. Por este motivo, a primeros de julio de este año dejó unas flores blancas en las casas de la mujer y el hombre que fueron asesinados el 24 de abril de 1951 en Santa Eulalia de Cabrera.

No vino expresamente a hacer ese gesto. Asegura que viajó a León capital por otro motivo y vio la oportunidad de acercarse a Santa Eulalia, donde no pisaba desde hacía dos décadas, y hacer un acto de reparación acorde con sus creencias: «Soy sensible a este tipo de asuntos. Sea cual sea el crimen cometido, por la guerra o no, la reparación del dolor causado es necesaria».