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Trashumantes

«Ser pastora es una manera de habitar el campo, de ser sus ojos»

Mujeres en la trashumancia. Raquel Martín Varela y Celia Gutiérrez Prado están al frente de un rebaño trashumante de Huelva en el puerto de Las Pintas de Salamón. Cuentan cómo se han hecho pastoras y reivindican el oficio y papel social y ambiental más allá de una postal bucólica.

Celia Gutiérrez Prado y Raquel Martín Varela en Las Pintas de Salamón. DL

León

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Las mujeres han sido pastoras desde siempre. Pero si el oficio es poco reconocido entre los hombres, ellas han sido «invisibilizadas» pese a siglos al frente de veceras y el caudal de sabiduría que atesoraron como maestras del queso. En el siglo XXI, un nuevo modelo de pastoras y se apoyan mutuamente en redes, aunque «hacen falta mujeres con las que seguir creando juntas nuevos panoramas en los que ocupemos un espacio justo y reconocido».

Raquel Martín Varela y Celia Gutiérrez Prado son las dos jóvenes pastoras que este verano guardan ovejas trashumantes que la Fundación Monte Mediterráneo trae a los puertos de León, Palencia y Burgos desde Andalucía y Extremadura. Una viguesa y una cántabra de 38 y 26 años de edad que han llegado al pastoreo por distintos caminos. Desde mediados de agosto coinciden junto con Óscar Román Ayala en el puerto de Las Pintas de Salamón, en el municipio de Crémenes con un rebaño de Santa Olalla de Cala, Huelva.

Raquel cumple su segundo año en los puertos. Ha cambiado su vida urbanita y los estudios universitarios por el pastoreo y el campo y Celia empezó hace tres años en el manejo de rebaños trashumantes, atraída por el oficio de su marido. Para la primera, el referente del oficio es la pastora con la que hizo prácticas en la escuela de pastores. «Me sigo acordando de sus enseñanzas y de la sensibilidad con que supo acercarme y hacerme entender a los animales, porque este oficio no solo es mover ovejas de un sitio a otro, hay que entenderlas, conocerlas, saber qué les pasa y qué necesitan en cada momento. Para mí es y ha sido muy importante contar con una red de apoyo de pastoras con las que compartir experiencias y conocimientos».

Dignificar el oficio
«Hay que incorporar ciertas comodidades del siglo XXI como cobertura móvil y duchas en los chozos»

Para Celia, los referentes son el entorno en el que se ha criado y su marido. «Toda mi vida he convivido con ovejas y vacas» y se decidió a pastorear en los puertos en verano porque «mi marido llevaba ya diez años en la trashumancia y me animé a ir con él».

Raquel dio un vuelco a su vida, a partir de una semilla plantada desde la infancia. «Aunque nací y crecí en un contexto urbano, de siempre me he sentido muy ligada al campo, creo que los veranos en el pueblo con mis abuelos han tenido algo que ver», confiesa. «Siempre he sido curiosa: empecé biología pero aquello no era para mí, luego estudié literatura comparada y creo que gracias al espíritu crítico que ahí adquirí he acabado siendo pastora», apunta. La elección no ha sido fácil. «Me ha costado muchos años librarme del peso y las expectativas sociales que nunca contemplan que ser pastora pueda ser una opción, al menos cuando creces en una ciudad», explica.

El cambio comenzó en una quesería en Granada. Hace cuatro años sintió la necesidad de buscar un sentido mayor a lo que hacía, tenía ganas de aprender un oficio y de vincularse más al campo. «Empecé a ir dos o tres días por semana a ayudar a hacer queso en una pequeña quesería a cambio de que me enseñasen», cuenta. Mientras aprendía a hacer queso, surgió su interés por el pastoreo: «Me de cómo de importante era la calidad de la leche de esas cabras y qué poco valorado está ese trabajo».

El paso siguiente fue matricularse en la Escuela de Pastores de la Sierra Norte de Madrid. Las enseñanzas le sirvieron «para poner un primer pie en el oficio». Valora estos centros de formación, de los que carece León, como «una buena herramienta» sobre todo «para quienes no venimos de familia ganadera: te da algunos conocimientos muy básicos pero luego tienes que moverte y seguir aprendiendo y viendo diferentes sitios y manejos».Celia lo ha aprendido todo sobre el terreno y lo que más le fascina de «esta experiencia maravillosa es el vínculo que el pastor crea con su compañero de trabajo, que es su perro, el carea».

Raquel ha probado por segunda la experiencia en los puertos de montaña, los pastos de lujo de la trashumancia desde tiempo inmemorial y ahora sobre todo de la trasterminancia. Primero en Palencia y ahora en León. El resultado ha sido sorprendente para ella misma: «Creía que me gustaban más las cabras que las ovejas pero el pastoreo de montaña con rebaños tan grandes (1.400 ovejas) me encanta».

Por encima de las dificultades, esta pastora destaca los beneficios que le aporta la vida que ha elegido. «Hay días duros, en los que el aislamiento o el cansancio pesan un poco pero compensa infinitamente con la reconexión con una misma y con la naturaleza», subraya.

Lejos del mundanal ruido, para Raquel, «las cosas más básicas cobran sentido y te liberas de un montón de necesidades creadas». Los hábitos de consumo, que en ella siempre han sido pocos, los ha reemplazado por actividades como «recolectar plantas, reparar cosas, observar lo que sucede alrededor y entender mejor el entorno; la fauna, la flora, las nieblas, la orografía...». Todas estas vivencias, asegura, aportan equilibrio a la vida del siglo XXI.

Para ella, «ser pastora es una manera de habitar el campo, de ser sus ojos». Pero no está en la inopia presa de ensoñaciones, sino con los pies bien en la tierra y alza su voz reivindicativa para reclamar que se incorporen «ciertas comodidades básicas del siglo XXI a la vida del pastor de montaña». Algo tan básico como la cobertura para los móviles y duchas en todos los chozos. «A alguna gente le parece muy bucólico que algunas cosas del oficio sigan intactas pero esto no son unas vacaciones, estamos trabajando con animales, nos pillan las tormentas en el campo, pasas frío, calor…Si pretendemos que el pastoreo siga vivo y no sea solo una postal, hay que cuidar este tipo de cosas que además no cuestan na», advierte.

Celia cree que el pastoreo se está valorando un poco más y anima a hombres y mujeres a sumarse a este oficio que ofrece el privilegio de vivir en un espacio «maravilloso» como son los puertos de montaña durante el verano. El resto del año ella y su marido trabajan con ovejas y vacas en Potes, el pueblo insignia de Cantabria en Picos de Europa, del que resalta sus valores turísticos.

Raquel Martín ha encontrado en el pastoreo «la manera de darle sentido al esfuerzo de mi trabajo, hacer algo en lo que creo, lo siento como un oficio justo en el que no solo obtengo beneficios sino que mi sacrificio también aporta algo al medio y a los demás produciendo alimentos de calidad, contribuyendo a la mejora del suelo y diversificando, haciendo posible la vida en el rural». Las muchas horas que supone la jornada de una pastora, las compensa con salud. «Echo muchas horas, pero estoy cuidando mi cuerpo y mi mente mientras trabajo, me siento fuerte y sana, no tengo dolores de espalda por estar sentada delante de un ordenador.

Raquel es crítica con lo que podría llamarse postureo ante la ganadería extensiva mientras las políticas agrarias hacen que pastores y pequeños ganaderos se vean abocados a la precariedad.«Me llegan muchos artículos que la gente me reenvía en los que habla del valor de la ganadería extensiva, y casi todos me parecen bucólicos y poco realistas. Es positivo que esto se de a conocer pero no suficiente. Hace falta una reflexión más profunda de por qué por qué cada vez hay menos rebaños», recalca.

La realidad que ve Raquel en el monte y al lado de los pastores con los que ha trabajado sobre todo en Andalucía es que «este es un oficio totalmente vocacional en el que es muy difícil subsistir, las pequeñas ganaderías tienen que hacer cábalas para poder salir adelante y les es prácticamente imposible contratar un pastor que les permita tener algo de descanso. Por mucho que se creen escuelas o se promueva este tipo de ganadería desde algunas instituciones, mientras no cambien las políticas agrarias y se facilite el acceso a la tierra, mal vamos», concluye.

Celia y su marido ya han visto las orejas al lobo y han sufrido los daños. En Palencia atacó al rebaño a plena luz del día y mató a varias ovejas. Raquel lo ha tenido a 300 metros del corral en tres ocasiones. «Creo que nos libramos del ataque porque los mastines eran muy buenos. O por la suerte, no sé...».

«Miedo hay siempre», admite Raquel. «Cuando entra la niebla, sobre todo, porque tenemos la responsabilidad de un rebaño y puedes estar toda la temporada cuidando y haciendo todo bien y que de un plumazo te mate un montón de ovejas y se lleve todo por delante. Hay que estar con mil ojos y a veces ni con esas». En Las Pintas parece que hay menos lobos... Pero nunca se sabe.