Eloy Revilla | Director de la estación biológica de Doñana
«Si no cambiamos ya la energía y el consumo vamos a una catástrofe»
El leonés Eloy Revilla dirige desde 2019 la Estación Biológica de Doñana en Huelva, pero con sede en Sevilla. Estudió Biología en la Universidad de León, es investigador del CSIC de ecología y biología de la conservación. «La ecología es una ciencia. Hay que distinguir entre ecología y ecologismo, que son diferentes aunque estén relacionadas. En la Estación Biológica de Doñana se trabaja en ecología evolutiva y conservación de la biodiversidad», aclara. En Huelva está ubicada la estación de campo Reserva Biológica de Doñana, que es una Infraestructura Científico Técnica Singular (ICTS) para la investigación, un centro único por la capacidad de trabajo que desarrolla, como el seguimiento de la biodiversidad a largo plazo. «Se lleva estudiando desde los años 60, cuando se creó la Estación Biológica de Doñana, y eso nos da una ventaja a la hora de hacer investigación de alta calidad a nivel internacional.
—¿En que está investigando ahora?
—La dirección del centro me obliga a realizar más tareas administrativas y de gestión, pero la investigación a la que más tiempo dedico tiene que ver con la conservación de especies amenazadas y su gestión, como el gato montés en la Cordillera Cantábrica. Trabajamos en la Montaña Palentina, en la conservación de especies de carnívoros como linces, osos y lobos. He trabajado fuera de España con el linces boreales, jaguares y gorilas del Congo. También en el impacto ambiental de las infraestructuras.
—En Castilla y León hay un debate sobre la caza del lobo. La Junta insiste en autorizar la caza pese a una sentencia del Constitucional que anula parte de la Ley que permitía esa práctica. ¿Qué opinión tiene?
—Es una polémica extraña. Hay una legislación europea que España tiene que cumplir y que claramente marca que el lobo no se puede cazar debido al estado de conservación de sus poblaciones. Sólo se puede interpretar esa polémica adecuadamente cuando nos damos cuenta de que determinados políticos utilizan al lobo y su gestión como banderín para evitar que la ganadería familiar evite mirar al frente a los problemas reales que les afectan que son la competencia en costes y precios que supone la producción industrial de la carne. Está claro que los intereses económicos de unos pocos priman sobre los de la ganadería tradicional, quienes a su vez yerran con el objetivo a la hora de pelear por su supervivencia.
—¿Qué cambios en la biodiversidad de León le preocupan más?
—Lo principal a conservar en León es la Cordillera Cantábrica, que es parte de un ámbito más grande, los Montes de León y Tierra de Campos, que tienen, o tenían, un gran valor de conservación de biodiversidad. El paisaje se modifica muy rápido por el cambio del uso del suelo y una interacción con el cambio climático, que hace que esté alterándose ese valor de conservación en León, en España y en el mundo. Los cambios más intensos tienen que ver con la agricultura, que deja de ser una actividad familiar y se convierte en una actividad industrial en la que se requieren grandes inversiones, se producen modificaciones de la gestión del territorio con una gran inversión, se pierden las lindes, las sebes, desaparece el paisaje en mosaico y nos vamos hacia unas grandes áreas homogéneas de un solo cultivo, áreas de regadío en las que se utilizan grandes cantidades de biocidas y el consumo de agua es muy intenso. Eso hace que agricultura deje de tener ese valor de conservación al convertirse en una actividad industrial. Ocurrió en el siglo XIX con la artesanía y ahora pasa con la agricultura y la ganadería, que se intensifican de tal manera que dejan de ser una actividad familiar y se convierten en industrial. También pasa con el sector servicios, las tiendas familiares desaparecen. Es una tendencia general.
—¿Qué efectos se producen en la biodiversidad atribuibles directamente al cambio climático y cómo son de reversibles o irreversibles?
—El cambio climático está dentro del cambio global que se produce por el impacto de la actividad humana. Los efectos son muy intensos como los cambios en la temperatura, la cantidad de nieve que cae y cuándo cae, cuándo y cómo llueve, el calor, todo afecta a la naturaleza, igual que nos afecta a nosotros de la misma manera que a otras especies. Hay tipos de vegetación que están sufriendo mucho, como los bosques que son dependientes de zonas más húmedas como las hayas o algunos tipos de robles y matorral, que se secan y arifican el terreno, lo que hace que se pierda capacidad de retener agua. La vegetación es el embalse principal, lo que más agua retiene, mucho más que las infraestructura. Esos cambios de vegetación suponen cambios en los recursos que vamos a tener disponibles.
—¿Son reversibles?
—No estamos a tiempo para revertirlos, pero sí para frenarlos para que sean menos intensos. El clima es un transatlántico gigantesco que afecta a todo el planeta y cambiar la dirección de ese transatlántico es muy difícil, lo que podemos hacer es frenarlo, que es lo que tenemos entre manos ahora mismo. Tenemos que cambiar con urgencia el sistema económico y la manera de producir y consumir bienes y servicios, incluyendo la energía. Eso tiene que redundar en que se produzca menos CO2 a la atmósfera con objeto de ir a un escenario de calentamiento global intermedio o suave porque si no nos vamos a una catástrofe gigantesca, que es la dirección que lleva ahora mismo. El tiempo meteorológico que sufrimos este verano es directamente atribuible al cambio climático y va a seguir así o peor, depende de nosotros.
—Las grandes potencias que anunciaron una apuesta por las energías verdes parece que vuelven sus ojos a las energías fósiles sin cambiar el modelo económico, e incluso ahora consideran la nuclear una fuente de energía verde. ¿Qué le parece?
—Tiene que ver con la contradicción de los seres humanos a la hora de tomar decisiones. A pesar de que tenemos información de calidad nos cuesta mucho cambiar las costumbres y hacer las cosas diferentes. Sobre todo a la gente que tiene el control sobre el dinero, que van a tender a maximizar el beneficio a corto plazo, independientemente de lo que les pase a los demás. Son los que controlan el flujo de inversión, o algunos de ellos, que aprovechan de situaciones como la guerra de Ucrania para seguir maximizando el beneficio que obtienen. La entrada de la energía renovable es irreversible. No hay petróleo ni gas para todos. Carbón hay más, pero no nos podemos permitir quemarlo porque nos cargamos el planeta. La transición se va a producir por las malas o por las muy malas. Ya vamos tarde. Tiene que ver con el sufrimiento que tengan algunas partes de la población humana y con la disponibilidad de comida, energía, agua y la capacidad de acceder a servicios básicos como la salud y la educación, que es lo importante. No hablo de ir de vacaciones. No digo que las energías renovables no tengan impacto ambiental, que lo tienen, pero mucho menor. Por eso es tan importante la cantidad total de energía que consumimos y por eso es necesario reducir el impacto de cada uno de nosotros. Las medidas como las que se acaba de aprobar en España y otros países para reducir el consumo son fundamentales y están para quedarse, no son coyunturales.
—Hay sectores de la población que presentan mucha reacción a las medidas.
—Bastante sorprendente porque las medidas serán muy parecidas gobierne quien gobierne. En lo que tendrían que incidir es en la importancia de un consumo responsable. Muchas de las cosas que consumimos son innecesarias. Las personas mayores son conscientes de esto.
—El presidente francés, Enmanuel Macron, ha dicho que se acabó la era de la abundancia.
—La abundancia se asocia a felicidad y a ser superiores a los que consumen menos, pero es justo al revés. La felicidad no depende de lo que consumes, depende de las relaciones sociales, familia y amigos o grado de satisfacción en el trabajo.
—¿Cree que el planeta ha llegado al límite de extracción energética?
—No. El planeta modifica el rango de variación, que no es el adecuados para los humanos. Es una cuestión egoísta. Podemos seguir quemando carbón, pero entonces no habrá muchos sitios para que podamos aguantar dentro de nuestro rango de tolerancia ambiental. Habrá especies que sí lo aguanten, los humanos no.
—Con la guerra en Ucrania afectan más estos problemas a Europa, pero es una crisis mundial que requiere políticas universales...
—Tiene que ver con gobernanza. No estamos preparados para afrontar una situación así porque las sociedades humanas se gestionan a múltiples niveles, pero hay sectores que están por encima de la regulación de los países y que sistemáticamente se la saltan. Las multinacionales se apoyan en tratados internacionales que les permiten saltarse la regulación local (nacional o europea). En España se ponen normas para evitar que se usen ciertos pesticidas en la agricultura, pero podemos importar productos agrícolas en cuya producción se han utilizado esos pesticidas. El sistema de gobernanza no funciona. El problema es que somos mucha gente, 8.000 millones y creciendo, y el impacto que causamos en el planeta es la suma del impacto de cada uno de nosotros. En León y en Europa el impacto es mayor que en un país africano, pero menor que en Estados Unidos. El impacto total va a seguir aumentando aunque deje de crecer la población mundial, que espero que ocurra más pronto que tarde. La cantidad de suelo disponible para la agricultura es el que es. Ya utilizamos el 50% de la superficie terrestre mundial para agricultura, y no hay mucho más margen. Cualquier problema como la guerra de Ucrania, con la caída de producción de trigo, supone un problema porque hay que alimentar a las personas y miles de millones de cabezas de ganado que consumen más de la mitad de la producción mundial. Si hay un cambio en el patrón de los monzones en Asia va a afectar a la producción de arroz mundial. Las cadenas de suministros están globalizadas y eso lleva un riesgo. Tendríamos que tender a una soberanía alimentaria mayor e intentar consumir productos locales y sostenibles.
—Decía que espera que deje de aumentar la población mundial, pero el problema que hay en esta zona del mundo es la despoblación.
—Es un problema de escala. La despoblación afecta sobre todo a Europa. Tiene un lado negativo por la falta de servicios básicos necesario en la zona rural, una escuela, un servicio médico o comunicaciones decentes. El factor que corrige la falta de gente en esas zonas es la inmigración. Lo ha sido históricamente y lo seguirá siendo. Me preocupa más el exceso de gente y no tener recursos como el agua en países que nos pueden mandar gente en cuanto su situación ambiental se vuelva crítica, como Egipto o Siria. La guerra de Siria está asociada a un problema de sequía intensa a largo plazo.
—¿Hay especies que ya se están adaptando al cambio?
—Muchas. Todas nos adaptamos. Las especies de gran tamaño tienen más dificultad porque tienen menor número de individuos y el ciclo de vida es más largo. Nosotros somos una especie de gran tamaño a pesar de lo cual también se produce la adaptación.
—¿Cree que será posible esa buena gobernanza entre todos los países?
—Los humanos actuamos de manera reactiva, no actuamos de manera estratégica. Cuando hay un problema serio de verdad actuamos todos a una. Hay múltiples ejemplos, como la pandemia, a pesar de que una vez que se controla la situación ya empiezan a tirarse los trastos a la cabeza unos a otros. El agujero de la capa de ozono es otro ejemplo. Todos los países se ponen de acuerdo para establecer unas normas que todos debemos de cumplir. El problema que tenemos es tan grave, que el que seas chino o estadounidense o de Burgos es irrelevante.
—¿Cómo va a afectar toda esta situación de crisis al presupuesto que se dedica a investigación?
—Acaba de aprobarse una modificación de la Ley de Ciencia en España por unanimidad en el Congreso. Ojalá nos demos cuenta de que tenemos que invertir en conocimiento, educación, formación e investigación, que son parte para que una sociedad pueda vivir de una manera sostenible.