Diario de León

EL TRAGO DEL MINISTRO

En el caluroso verano de 1895 se desvelaron los tragos preferidos del gobierno de Cánovas: gazpacho, horchata, refrescos y ‘cocktails’. En 2019 una portavoz socialista dijo que Sánchez usaba el Falcon tanto como Rajoy, pero sin extra de whisky. Trump  y Biden jamás han probado una gota de alcohol. Son míticas las melopeas atribuidas a Churchill y Yeltsin

Sookyung An

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Los políticos ya no beben alcohol. No sé si por frugalidad, corrección política o elección personal, pero está claro que durante las últimas décadas las bebidas espirituosas han ido perdiendo admiradores entre los círculos de poder. Las últimas elecciones presidenciales en EE UU fueron unas de las más reñidas de la historia, pero también las primeras en que se enfrentaban dos personas completamente abstemias. Joe Biden y Donald  Trump, irreconciliables en casi todo, comparten un rasgo común: ambos aseguran no haber probado nunca el alcohol. Son lo que en inglés se denomina ‘teetotaler’, un término acuñado en Norteamérica en 1832 para referirse a quienes se comprometían con la templanza total o abstención radical de cualquier bebida alcohólica.

A pesar de sus diferencias ideológicas,  Trump  y Biden podrían tomarse algún día un refresco juntos y hablar de las cosas que tienen en común. Por ejemplo, que los dos han sufrido en su familia las dramáticas consecuencias del alcoholismo. O que siendo jóvenes decidieron que beber no era un placer sino un potencial obstáculo para su futuro. Curiosamente ninguno de ellos suele hablar sobre el tema y tampoco han querido nunca exaltar su abstinencia como virtud, cosa que sí hicieron en su momento otros presidentes partidarios de la sobriedad como Hayes o Carter.

Lejos quedan los tiempos de Martin Van Buren, a quien los estadounidenses apodaron ‘Blue Whiskey Van’ por su gran afición a empinar el codo, o las míticas melopeas atribuidas a sir Winston Churchill o Boris Yeltsin.

Ahora lo que se lleva es el estilo de vida saludable. A los políticos de hoy en día se los podrán encontrar ustedes, como mucho, presumiendo de orgullo proletario con alguna cerveza ocasional o defendiendo a capa y espada el libertarismo tabernario del vino autóctono, pero no me imagino a ninguno cantando las excelencias de un licor de alta graduación.

Aunque en España se hayan querido marcar diferencias entre las preferencias líquidas de la izquierda y la derecha —¿recuerdan cuando en 2019 una portavoz socialista dijo que Sánchez usaba el Falcon tanto como Rajoy, pero sin extra de whisky?—, lo cierto es que en nuestro país existe una bebida verdaderamente transversal. Según una encuesta publicada por Sigma-Dos en 2021, los españoles preferimos la cerveza a cualquier otro bebedizo, por abrumadora mayoría e independientemente de edad, sexo o ideología política.

Nuestro actual amor por la malta y la cebada resulta llamativo, sobre todo teniendo en cuenta que la cerveza no se popularizó en España hasta la segunda mitad del siglo XIX. Durante mucho tiempo se vio como una bebida propia de extranjeros o de la clase obrera, así que no es extraño que el artículo sobre el que les voy a hablar a continuación la obviara por completo. Lo escribió el gran periodista Mariano de Cavia (1855-1920) en su columna ‘Platos del día’ y apareció en el diario ‘Heraldo de Madrid’ el 26 de julio de 1895. Después del gran éxito que el año anterior había tenido un texto de Ángel Muro sobre lo que comían los ministros, a Cavia se le ocurrió darle una vuelta de tuerca al tema y tratar la parte líquida del menú.

‘El refresco en el poder’ detalló lo que bebían para soportar el sofocante verano madrileño los miembros del sexto gobierno de Antonio Cánovas del Castillo y, además, sirvió de casual introducción al público español de una rabiosa novedad etílica: los cócteles americanos. Por entonces aquellos combinados se servían sólo en los grandes hoteles de lujo y en contados locales de vocación internacional, así que es probable que el artículo de Cavia fuera para muchos lectores su primer encontronazo con el mundo del ‘cocktail’.

‘El refresco en el poder’ tuvo la deferencia de incluir hasta tres recetas, así que gracias a él sabemos de qué manera se elaboraban en aquella España de hace 130 años clásicos de la coctelería como el sherry cobbler —una combinación a base de jerez de la que ya hablamos aquí hace unos meses—, el ponche americano o el cóctel Buffalo Bill.

Este último era al parecer el favorito de Carlos Manuel O’Donnell, duque de Tetuán y ministro de Exteriores. Decía Cavia que «hoy por hoy no domina en nuestro Foreign-Office más que lo norteamericano», así que resultaba enteramente apropiado que el encargado de nuestra diplomacia disfrutara en sus ratos libres de una mezcla hecha con «un vaso de vermouth francés y otro de vermouth italiano, algunas gotas de Fernet Branca, de ajenjo y de Angostura bitter más un pedazo de cáscara de limón y hielo machacado.

El titular de la cartera de Gobernación, Fernando Cos-Gayón, prefería el sherry cobbler, que era igual de cosmopolita pero al menos tenía un regusto patrio al llevar producto nacional. Su receta mandaba utilizar una copa de gran tamaño y echar en ella un vaso de buen vino de Jerez, tres rodajas de naranja y una cucharada de azúcar en polvo. Después se completaba con abundante hielo picado, se agitaba y se trasegaba con deleite.

El ministro de Marina, el gaditano José María Beránger, hacía honor a su trayectoria como capitán de navío eligiendo un cóctel basado en el espirituoso de referencia entre la marinería, el ron. ¿Quieren ustedes emular su ponche americano? Pues mezclen vino blanco, ron, champán, azúcar moreno, trozos de naranja, limón y mucho hielo. Beberán como un señor ministro.

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