De las chabolas de León al mundo
La Fundación Secretariado Gitano presenta hoy un libro sobre Pedro Puente, fundador e impulsor de la estrategia para el desarrollo del pueblo gitano en España
A Pedro Puente le llamaban el cura de los gitanos, pero nació payo en Villafeliz de la Sobarriba. Desde que fue nombrado sacerdote, su destino está ligado a los más desfavorecidos. Primero con las casas de los muchacos y después con la primera semilla de la Fundación Secretariado Gitano (FSG), un proyecto que comenzó en León y que ahora está presente en toda España y varios países europeos. Pedro Puente. Gitano del Alma: una vida de emprendimiento y compromiso , recoge una semblanza del actual presidente de honor de la fundación, un documento que el autor, el periodista Ramón Ajo, presentará hoy en el Museo Diocesano de Semana Santa, en el que hace una semblanza del fundador de la FSG y ACCEM, además de coordinador de proyectos del Obispado y otras instituciones que le han valido reconocimientos como el de Prelado de Honor del Papa, la Cruz de Oro de la Solidaridad Social o el Premio a la Concordia del Instituto de Cultura Gitana. En el acto, conducido por la abogada gitana Selene de la Fuente, participan, entre otros, el director general de la FSG, Isidro Rodríguez; el consultor José Manuel Fresno, director de la FSG entre 1982 y 2005; el obispo emérito de Sigüenza - Guadalajara, José Sánchez; y tío Jesús, en representación de familias gitanas de León.
La población gitana del León de los años 60 y 70 con los que comenzó a trabajar Pedro Puente poco antes de ser ordenado sacerdote en 1973 era analfabeta. «Sólo dos gitanos sabían poner su firma y poco más», recuerda. Hoy varios jóvenes nietos de aquellas familias tienen carreras universitarias. Puente impulsó desde León un proyecto que comenzó en las chabolas del barrio de las Ventas de León y se ha extendido por toda España y varios países europeos. La Fundación Secretariado Gitano es hoy en día una institución de referencia con voz de peso en todos los organismos nacionales e internacionales.
«Cuando me ordené sacerdote me mandaron a la parroquia de San José de las Ventas. La gente pensaba que me dejaron allí porque en esa parroquia era donde más gitanos había, pero en realidad me destinaron allí para atender a los muchachos de la calle, que estaban recogidos en un hogar que había formado el sacerdote Daniel Rodríguez Peláez, venido de capellán de la guerra».
Muchachos en la calle
Puente se incorporó al proyecto para dar una segunda oportunidad a esos muchachos que crecían huérfanos y con pocas posibilidades de mejorar su futuro. «Cuando este sacerdote murió me dejaron atendiendo las casas de los muchachos. Algunos estaban en la escuela de oficios, trabajaban y se les controlaba la cartilla para que ahorraran y pudieran defenderse. Los colocábamos donde podíamos».
Después de un paso llega otro y el camino que emprendió este cura le llevó directamente a las chabolas. «Empecé a trabajar con los gitanos cuando estaba en el Seminario. Nos mandaban a las catequesis y opté por la parroquia de la Inmaculada». La hija de tío Caquichu estaba entre los menores a los que daba clases. «Un día la acompañé a casa para conocer a la familia, porque en ese momento no conocía a ningún gitano. El tío Caquichu, que ya era un gitano respetado y después se convirtió en el patriarca de la comunidad, me presentó su libro de familia. Estaba casado por lo gitano y sus hijos mayores no constaban en el libro. Yo se lo arreglé y entonces empezaron a llegar gitanos para que les pusiera al día el libro de familia». Todo un clan de mayores como tío Aquilino, tío Diego, tío Gira o tío José, entre otros, que aceptaron como uno de los suyos a este cura que inició en León los primeros programas de educación, sanidad, trabajo y vivienda para las familias más marginadas. «Cuando veas que un gitano de León se llama Pedro es porque es mi ahijado o es hijo de un ahijado mío», dice orgulloso. «Me gusta cómo viven las familias, la alegría, la libertad y la fiesta, y la idea de que no hace falta atesorar, vivir el día a día».
Todavía hay un reto: las drogas. «Siempre queda algo pendiente. Las mafias siempre ganan entre los más desfavorecidos y con menos formación». Recuerda que el primer objetivo con el que empezó a trabajar fue la normalización social y la incorporación de los menores a la escuela, la salud, el trabajo y la vivienda.
«Los 2.600 gitanos de León vivían en casas muy modestas en las Ventas. Eran chabolas con una chapa por encima». Se siente muy orgulloso del Hogar de la Esperanza, una guardería que levantaron en una modesta casa del barrio, adquirida por Cáritas, para preparar a los niños y niñas para su incorporación al colegio. «Cuando los hijos del resto de las familias de León iban al colegio con 6 años ya estaban preparaditos, pero los de las familias gitanas no sabían nada. Era desigual».
Entonces comenzó una carrera por conseguir subvenciones nacionales y europeas para poner en marcha proyectos como el apoyo escolar a los gitanos y gitanas que tenían entre 9 ó 10 años para que se incorporaran a la escuela en el curso que les correspondía por edad, clases nocturnas, escuelas puente y la guardería laboral. «Era una guardería laboral y nos criticaron en la prensa porque decían que a ver dónde trabajaban los gitanos y la gitanas. La realidad es que las mujeres gitanas trabajaban fuera, limpiando casas, escaleras, vendiendo de puerta en puerta, otra cosa es que no podían presentar un contrato, porque no lo tenía, pero claro que trabajaban. Yo tenía relación con el político Fernando Suárez, y le convencí». Y la guardería se llenó de niños y niñas. De hecho, Puente pone en valor el trabajo de la Fundación por el impulso a los primeros mercados ambulantes en toda España. «Fue uno de nuestros mayores logros. Copié la idea de Bruselas, comprábamos las colchas y las sábanas en Ciudad Rodrigo y se bordaban aquí. Creamos una cooperativa y los primeros puestos se pusieron en las escaleras de la iglesia de San Martín».
La vivienda fue otro objetivo importante. «Trabajamos con cinco familias que se instalaron en cinco pisos de Pinilla. Queríamos probar cómo funcionaba la convivencia. Resultó bien y después, cuando se construyeron las casas de Armunia, fueron a vivir 73 familias, con los problemas de cualquier comunidad, pero la experiencia resultó muy buena». Hoy, dice, hay tres clases de gitanos: «Los que tienen mucho dinero y viven muy bien, los que viven bien y los que tienen muchas carencias».