LAS TRES VIDAS DE UNA GOTA DE AGUA
Israel ha conseguido resolver sus problemas de sequía al utilizar una y otra vez el agua desde el Mediterráneo hasta los cultivos del país
Al sur el desierto, al sureste el Mar Muerto que languidece al retroceder un metro cada año, al este el río Jordán que separa Israel de Jordania con sus 16 metros cúbicos de agua por segundo, al norte el Mar de Galilea y al oeste el inmenso Mediterráneo. Así queda situado geográficamente Israel que con apenas 50 días de lluvia al año observa cómo sus recursos hídricos son muy limitados, poco más de 4.500 hectómetros cúbicos de agua dulce del Mar de Galilea y sin contar el agua subterránea.
Millones de litros de agua para abastecer casas, regar campos y dar vida a la naturaleza. En total, cerca de 2.400 hectómetros cúbicos al año consumidos, «donde más de la mitad se destina a la agricultura», señala Olga Slepner, asesora del Director General y jefa de la Unidad de Relaciones Internacionales de la Autoridad del Agua de Israel (IWA, por sus siglas en inglés). Un país dedicado a la agricultura que se bebe 1.200 hectómetros cúbicos de agua y que deja similar cifra a los ciudadanos, a la regeneración de la naturaleza y a la exportación del líquido elemento a Jordania y a Palestina.
«El problema está en el uso del agua, nosotros tenemos más demanda que recursos naturales», detalla Slepner. Un balance hídrico que no siempre arroja números negros y se acercan siempre a los rojos. El país aún recuerda la sequía que golpeó el país de 1998 a 2012, «la peor en 900 años» califican los estudios de la época.
Así cambió la gestión del agua en el joven país así se pasó de la sequía a la abundancia. «Hicimos frente a la sequía antes que nadie», defiende Yechezkel Lifshitz actual director General de Infraestructuras Energética y exdirector General del Ministerio de Energía y Agua de Israel.
Un cambio de mentalidad que incluía dejar de beberse el Mar de Galilea y comenzar a hacerlo con el Mediterráneo. «Hemos cambiado la dirección del agua. Siempre ha sido desde el norte al sur y ahora es desde el mar hacia el norte y hacia el sur», comenta Slepner.
1 La primera vida:
el Mediterráneo
En 2005 y a unos 50 kilómetros al sur de Tel Aviv, IDE Technologies puso en marcha en Ascalón la primera desalinizadora israelí. «Durante los últimos nueve años la planta ha cubierto en forma constante las necesidades de agua de más de 1 millón de habitantes», señala la compañía en su página web. A ella se añaden Ashdod, Palmachin, Sorek y Hadera, cinco instalaciones para desalinizar 600 millones de metros cúbicos de agua mediterránea. «Es decir, el 80% del agua que se bebe en el país», destaca Miriam Brusilovsky, directora técnica de IDE Technologies.
Con poco más de 270 kilómetros de costa mediterránea, Israel ha aprovechado al máximo estos terrenos. Las grandes tuberías de las cinco plantas desalinizadoras se intercalan con los edificios acristalados del gran valle tecnológico de Oriente Medio, Silicon Wadi.
A 50 kilómetros, pero esta vez al norte de Tel-Aviv, la autovía 2 que recorre la costa israelí rodea una de las desalinizadoras más grandes del país. «Producimos 137 millones de metros cúbicos de agua desalinizada, pero estamos preparados para conseguir 160 millones», comenta Brusilovsky.
Eso es suministro para 1,2 millones de ciudadanos que «tienen el agua del Mediterráneo en cuatro horas en sus grifos», señala David Muhlgay, CEO de Omis-IDE Hadera Desalination Plant. «Esta ha sido desalinizada hace 30 minutos», explica mientras ofrece un vaso de agua a los periodistas que visitamos la planta en un viaje organizado por la Eipa (Asociación de la prensa israelí en Europa).
Un trabajo del que se encargan 53.000 membranas que reciben 45.000 metros cúbicos de agua del Mediterráneo a la hora, «esto es una piscina por minuto», asegura Brusilovsky. Las primeras gotas de la cadena hídrica israelí llegan a 1.250 metros mar adentro y con una profundidad de 15 metros, «la velocidad de succión es baja para no afectar a la vida marina», aseguran los responsables de Hadera.
A las instalaciones de la planta llegan litros de agua, «pero no llega limpia y necesitamos filtrarla previamente antes de que lleguen a las membranas», asegura Brusilovsky. «No usamos ningún químico», responde Muhlgay. Esta primera purificación se realiza de forma natural con arena y antracita. De ahí, el agua continúa su viaje por las kilométricas tubería de la planta hasta llegar a las membranas donde «a 70 bares de presión» y gracias a la ósmosis inversa se separan las sales. «Del 100% que entra, el 50% sigue el proceso y el resto se devuelve al mar», comenta la directora técnica de IDE Technologies.
A los pies de la inmensa planta, las olas no se acercan a la orilla, sino que son empujadas por la fuerza del agua que sale de los canales del interior de la instalación. «En otros lugares la lanzan a 2 kilómetros de la costa», señala Brusilovsky. «Cada dos años hacemos evaluaciones medioambientales y no hay impacto», aseguran ambos responsables. «Localmente en las costas y en el mar, los impactos son mínimos hasta ahora», refrenda Youval Arbel, director de campañas sobre el mar de la asociación ambiental Zouval. «El problema está en la energía que usan», asegura.
A escasos metros, dos imponentes chimeneas lanzan al aire imponentes humaradas blancas mientras que el Mediterráneo recibe litros de agua expulsada en este proceso. «Algo más caliente y un poco más salada», responden los responsables de la planta desalinizadora. «No usamos energías renovables», añaden. «Operamos a distintas horas para ser más eficientes energéticamente», apostilla Muhlgay.
Su suministrador es su vecina central de carbón de 2.650 megavatios (MW), «nosotros trabajamos a 3,3 KWs y tenemos que ser más eficientes». La apuesta de futuro del país es el gas natural, aunque en Hadera hacen uso de la economía circular al aprovechar parte del agua captada para recuperar la energía en otras partes del proceso. «Reducir el consumo hasta en un 45%», explica Muhlgay.
2La segunda vida:
uso doméstico
Tras conseguir el agua potable, «en cuatro horas está en los grifos de los israelíes», asegura Muhlgay. «Ahora mismo, el 85% del agua que llega a los hogares es del Mediterráneo», comenta Lior Gutman, portavoz de Mekorot (la compañía nacional de agua de Israel). «Esperamos que en 2026 sea el 100%», apostilla.
Un viaje de 13.000 kilómetros por las tuberías distribuidas a lo largo del país y que ha cambiado el sentido de viaje del líquido elemento. «Desde 2005 hemos cambiado el paradigma», recuerda. Ahora, el trayecto se hace desde el oeste, lugar del Mediterráneo, a todos los puntos del país «y también a Palestina y a Jordania», apunta.
3 La tercera vida:
el reciclado
Al año, la población de Israel consume 160 litros de agua per cápita que se van por el sumidero, pero que no se pierden. «En 72 horas ese agua que sale de los grifos está regando un tomate a 400 kilómetros», advierte Gutman.
Israel es el primer país del mundo en reciclaje de agua con casi el 90%, «si no me equivoco el segundo es España», asegura. Según datos de la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento (Aeas), en 2020 se reutilizaron 289 hectómetros cúbicos, un 7,1%, de los 4.066 totales que se trataron en las depuradoras.
En el caso del joven país asiático, los hectómetros cúbicos no se miden en centenares, sino en millares. Ingentes cantidades de aguas residuales que llegan a Shafdan, a pocos kilómetros de Tel-Aviv, y que recolecta los litros desechados de 3 millones de personas. «Aplicamos tres pasos para su reciclaje, pero podríamos aplicar uno más y que fuera apta para el consumo humano», señala Gutman.
El cambio de planes hídricos también implica un reto de dimensiones bíblicas. La hoja de ruta de los responsables del agua en Israel pasa por rellenar el Mar de Galilea. Según la religión cristiana, esta pequeña laguna fue el escenario donde Jesús multiplicó los panes y peces y anduvo sobre sus aguas.
Más dos mil años después, los 4.500 hectómetros cúbicos de agua del mar de Tiberíades, así también se llama, son casi un milagro nunca visto desde 2010. «Si hay un buen invierno con lluvias estará lleno y eso hace mucho que no pasa», responde Lior Gutman, portavoz de Mekorot, en la orilla de este lago.
Sin embargo, las precipitaciones en Israel son cada vez menos frecuentes y los modelos de predicción apuntan a una reducción del 15% de las precipitaciones y la temperatura aumentará dos grados. Un cóctel perfecto para reducir los litros de agua dulce. «Queremos que sea un reservorio de agua en caso de emergencia», apunta Gutman. Por ello, el próximo mes de noviembre «abriremos el mayor ‘grifo’ de agua para rellenarlo», apostilla.
Un grifo de unos 290 millones de euros que llevará agua desalada del Mediterráneo a este enclave. «Queremos que el nivel sea estable», apunta el portavoz de Mekorot. Así, desde hace varios años, las tierras verdes del norte de Israel se abren en dos para acoger grandes tuberías que discurren de forma paralela al actual sistema de extracción de agua del Mar de Galilea. «Damos agua a Jordania y a Palestina», asegura. «Además, de vez en cuando, rellenamos acuíferos al sur del país para situaciones de emergencia. Es vital mantener este reservorio».
Es el milagro de una gota de agua.