Lo que no borra el tiempo
José enrique martínez
Quien esté al tanto de la poesía recordará títulos como Donde muere el Roble Mirador, Pasos cortos, En tierra húmeda, Esa verdad insistente o En los días claros. Son títulos del poeta leonés Néstor Hernández Alonso que publica un nuevo poemario, También en la lejanía. Introduce el libro una poética que generalmente implica ofrecer al lector el sentido que el poeta da o quiere dar a su poesía; en la de Hernández Alonso un verso la resume: «De nada sirve un hermoso jardín cerrado»; de nada valen la belleza, la alegría y la libertad si se hallan manchadas y prisioneras: acaso la labor del poeta consista en luchar por rescatarlas. Se cierra el poemario con un «Autorretrato» en el que el poeta comienza autonominándose: «Me llamo Néstor»; en el poema aparece, entre otras cosas, el amor indeclinable por la naturaleza que contempló al nacer y las enseñanzas de la vida y de la muerte; gracias a esta supo del dolor y de los altos muros del amor: con ambos «he vivido yo, / reconfortado por la esperanza». Naturaleza y vida forman el núcleo significativo de muchas composiciones. El Roble e Mirador, por ejemplo, que dio título a su primer poemario, inspira una verdadera oda al árbol centenario que sigue suscitando recuerdos, concitando la historia y la leyenda y manteniendo «el amor / a esta tierra dolida». El poeta es natural de Calzada del Coto y los paisajes de infancia siguen alimentando su poesía, a pesar de que regresen al sabor de los recuerdos, los que «el tiempo no consigue borrar». El recuerdo acerca lo lejano y atrae el pasado hacia el presente, sin que el poeta caiga en la idealización, pues sabe de la pobreza y la injusticia.
S Son las vivencias del poeta las que comparecen en los poemas, las del mundo rural y las de las ciudades, sobre todo las de esta ciudad de León en la que ha transcurrido buena parte de su existencia, sea en el bello poema a la plaza del Mercado o el ubicado en el jardín de San Francisco pongamos por caso.
Y en la ciudad los seres que sufren de soledad o de pobreza. En la poesía de Néstor Hernández la naturaleza, el recuerdo y la infancia semejan paliativos de una suerte de dolor que el poeta con-siente con los que sufren, sin que eso sea ajeno a una especie de pena ínsita en el ser y en el vivir, de modo que los poemas resultan imbuidos de consideraciones melancólicas, a pesar de que la vida encuentre sentido en el amor y la belleza, dos asuntos vitales que siguen dando aliento a la existencia.