GUERRA CIVIL
«Ahora nos falta encontrar a Teodora»
Los tres fusilados de Torrebarrio, en Babia, el 28 de octubre de 1936 fueron exhumados este sábado de la fosa común de Candemuela. «Queremos que estén donde les podamos dejar un ramo de flores», dijo Víctor Alonso, bisnieto de una de las víctimas. Le queda la espina de Teodora, su tía abuela, también paseada.
«Tienen que estar entre los dos cerezos», sentenció Rogelio, un vecino de Candemuela de 85 años cuando, el viernes por la tarde, después de casi dos días abriendo zanjas y moviendo tierras , los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) sólo habían encontrado los casquillos de tres proyectiles Mauser que se sumaban a otro idéntico hallado en la prospección de febrero.
Rogelio tenía la certeza porque se lo contó su padre, uno de los hombres que se ocupó de dar sepultura a los fusilados. Posiblemente al abrigo de la noche y con la ayuda de otros vecinos. El hombre señalaba con el brazo extendido el lugar que, desde muy niño, le indicó su padre, al lado del muro de contención de piedra construido para contener el río Torrestío.
Fue meter el cazo de la retroexcavadora y dar con los huesos de un brazo y un cráneo. Eran las 18.30 horas del viernes cuando encontraron la fosa. El sábado por la mañana los tres cuerpos quedaron al descubierto. La posición dejaba claro que habían sido enterrados «con cuidado, no como en otras fosas donde eran arrojados por los asesinos», comenta Xerxio López, arqueólogo de la ARMH. Los cuerpos, los tres seguidos, con la cabeza mirando hacia el oeste y las piernas al este. Sólo el rumor del río y los suspiros de un familiar cortaban el silencio alrededor del enterramiento.
Víctor Alonso, de 71 años, su hijo Alipio Alonso Tejerina, de 36, y el otro vecino de Torrebarrio, Manuel García, estaban allí tendidos. Lo habían estado durante casi 86 años desde que la noche del 28 de octubre de 1936 los sacaron de sus casas y los fusilaron en el paraje de La Llera de Candemuela, un pueblo a unos 70 kilómetros de la capital leonesa, del municipio de San Emiliano, en la comarca de Babia.
El episodio quedó grabado a fuego en la memoria familiar y de los pueblos. «Cuando era pequeño, un tío mío me decía al pasar por ahí. Mira, ahí están enterrado tu bisabuelo y un tío abuelo», comenta Víctor Alonso, el familiar que se puso en contacto con la ARMH para solicitar la búsqueda cuando se enteró de que la asociación había investigado hace años la fosa.
Una vez más se cumplió la sentencia del poeta Enesto Cardenal: «Quisieron enterrarnos pero no sabían que éramos semillas». El recuerdo de los fusilados de Candemuela y de una cuarta víctima, Teodora, aún en paradero desconocido, aunque se sospecha que en algún lugar del cementerio de Torrebarrio, empezó a removerse entre papeles viejos.
Todo el mundo sabía que, entre los dos cerezos, estaban enterrados las víctimas de una de las muchas tragedias que se vivieron en Babia tras el golpe contra la República del 18 de julio de 1936. A partir del 12 de agosto, las tropas motorizadas que llegaron desde la capital leonesa, tras romper la resistencia republicana en Los Barrios de Luna, «tomaron todos los pueblos del municipio de San Emiliano, excepto Torrestío», comenta el investigador de la ARMH, José Manuel Doutón Carracedo.
«Torrebarrio fue uno de los que más sufrió la represión», añade, En la investigación histórica realizada para la exhumación de la fosa de Candemuela ha encontrado «asesinados, desaparecidos y numerosas personas encarceladas en la prisión de León, en San Marcos, así como personas trasladadas a Cádiz y a Sevilla y mujeres enviadas a la prisión de Astorga, que fue uno de los penales de la represión de género más importantes».
Una carta encontrada en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca corroboró las ideas republicanas de Alipio Alonso Tejerina, maestro y labrador de 36 años, en la que pide al ministro Marcelino Domingo, en abril de 1934, que le repusiera en el cargo de maestro del que había sido apartado por sus ideas de educación laica acorde con el espíritu republicanos.
Víctor Alonso ve más cerca su deseo de que su bisabuelo Víctor y su tío abuelo Alipio sean enterrados «en un sitio digno. Queremos que estén donde se les pueda dejar un ramo de flores». Le queda la espina de Teodora, su otra tía abuela. «Nos gustaría encontrarla, pero no tenemos de dónde tirar, no hay nada fijo», lamenta. En el pueblo se cuenta que fue fusilada a las puertas del cementerio. En la familia se cree que puede estar en el cementerio, en la zona más antigua junto a una cruz de hierro. La falta de precisión del acta de defunción no ha ayudado a aclarar nada. Al contrario que las actas de los otros tres, que señalan la tumba en «las inmediaciones de Candemuela», la de Teodora no especifica el lugar de enterramiento, simplemente dice «en San Emiliano».
Víctor no ha podido acercarse a la fosa por motivos laborales, pero está inmensamente emocionado del trabajo realizado por la ARMH: «No sé como se lo voy a agradecer», comentó por teléfono.
Al pie de la tumba estaba Gerardo, familiar de Manuel García. «Es el momento más feliz de mi vida», dijo tras agradecer a Víctor que diera el paso para hacer la exhumación, «era una asignatura que tenía pendiente», y a los que los enterraron «por el cuidado que pusieron». «Mi abuela me contó la historia. Dormí con ella hasta los diez años», señaló con la respiración entrecortada mientras los voluntarios de la asociación limpiaban los restos para extraerlos de la tierra.
«Mi bisabuelo no era político, incluso a veces cocinaba para un destacamento de falangistas, pero se enfrentó a ellos porque estaban quemando casas en el barrio de arriba y una de las que quemaron era la de mi abuela», relata. Es la única razón que encuentra para que su abuelo fuera fusilado, aunque lo que sucedió la noche del 28 de octubre de 1936 entre Torrebarrio y Candemuela sigue siendo un misterio. La única certeza es que tres hombres fueron fusilados con un fusil Mauser, un arma que fue reglamentaria en España desde finales del siglo XIX hasta más allá de la Guerra Civil.
Con la fosa de Candemuela se abrió la memoria en Babia por tercera vez. El año pasado fueron exhumados en Cospedal, también en el municipio de San Emiliano, los cuerpos de Luis Vega González, un joven de 18 años procedente de Noceda del Bierzo, que fue asesinado en 1936, junto a otro varón de Quintana de Fuseros (Igüeña).
Fue una mujer, Genoveva Vega, hermana de Luis, la que, con 90 años, solicitó la intervención a la ARMH. También fue el deseo de dos mujeres, familiares de personas que fueron fusiladas en la Babia alta, las que pidieron la exhumación de una fosa que se localizó en Piedrafita de Babia. Fue el 5 de julio de 2002, hace 20 años, y se encontraron cuatro cuerpos.
La búsqueda de Teodora, la mujer cuyo rastro se pierde en una partida de defunción y en la foto con su novio cubano encontrada en un desván, dependerá de que aparezcan nuevos datos que puedan dar con su paradero. De confirmarse la versión que se ha transmitido en la familia sobre su enterramiento en el interior del cementerio ya tendrían un lugar donde ponerle flores y nombre a su tumba.