Cien años de maldición
Una de las maldiciones más famosas del mundo es la del faraón Tutankamón, que reinó en el Antiguo Egipto. Desde que se descubrió su tumba en el Valle de los Reyes en 1922, circularon historias sobre el terrible destino al que, presuntamente, se enfrentaron aquellos que se atrevieron a violar su lugar de descanso final
Segado-Uceda (Jaén, España, 1983) es licenciado en Historia del Arte, especializado en arqueología y patrimonio histórico, y un activo divulgador de los secretos, leyendas, enigmas y la historia ignorada, tanto de su provincia natal, como del mundo. Analiza el surgimiento y la evolución de la que quizá sea «la maldición más famosa del mundo» en su libro ‘Tumbas misteriosas’, donde expone una serie de investigaciones sobre los cementerios, sepulcros, epitafios, esculturas y monumentos funerarios, situados en distintos puntos del planeta. «La cultura del Antiguo Egipto tiene una vinculación y una vertiente mágica muy fuertes relacionadas con la muerte», recalca el investigador a EFE. «Encontramos sortilegios que protegen a los difuntos plasmados sobre las paredes de las ‘mastabas’ (construcciones funerarias), en los intrincados pasillos de las pirámides, y también en el «Libro de los Muertos», un manuscrito que funcionaba como una especie de guía para el viaje al Más Allá…», señala.
«También encontramos versos que pueden interpretarse como maldiciones que recaerán en quienes osen profanar las tumbas y el descanso de sus moradores, acerca de lo cual ya hablaba el egiptólogo francés Henri Sottas, en un libro de 1913», añade. «En noviembre de 1922 la expedición comandada por el arqueólogo Howard Carter y financiada por Lord Carnarvon, se topó en la necrópolis del Valle de los Reyes, cercana a la ciudad de Luxor, con el primero de los dieciséis escalones horadados en la piedra que conducían hasta la tumba, prácticamente intacta, del conocido como `faraón niño´, debido a su juventud», explica Segado-Uceda.
Añade que, «a comienzos de 1923, durante la apertura de la cámara mortuoria, Carter y Carnarvon descubrieron, iluminándose con una vela, `cosas maravillosas´ (una frase que se ha hecho famosa) en el interior de la tumba de Tutankamón». «En aquel instante todavía no eran conscientes del enorme descubrimiento que habían realizado, ni sospechaban los extraños y macabros acontecimientos en los que la expedición se iba a ver envuelta», señala el historiador jienense.
«Los sucesos que muchos comenzaron a relacionar con la llamada `maldición del faraón´ no tardarían en producirse», prosigue.
EL ESCORPIÓN Y LA COBRA
«Carter sufrió la picadura de un escorpión el día anterior a la apertura de la tumba. Además, el mismo día en que descubrió el primer escalón que bajaba hasta el enterramiento, una cobra (símbolo protector de muchos faraones) se comió al canario que el egiptólogo tenía como mascota y al que le tenía un especial afecto, en la casa donde se hospedaba», explica. Ese suceso fue publicado por la prensa de la época. De igual modo, el diario New York World, hizo referencia a un antiguo y presunto documento árabe en el que se recogía la existencia de una «maldición de los faraones», una condena que recaería sobre los miembros de la expedición por profanar la tumba y los enseres del faraón. «La muerte extenderá sus alas sobre todo aquel que se atreva a entrar en la tumba sellada de un faraón», rezaba ese documento, que al parecer estaba en poder de la escritora Marie Corelli, según Segado-Uceda. «Siete semanas después de la apertura de la cámara mortuoria de Tutankamón, poco después de publicarse la historia del documento de Corelli, Lord Carnarvon moría. Fue en abril de 1923, a los 57 años de edad», relata el autor.
De acuerdo a la investigación de Segado-Uceda, Carnarvon sufrió una grave infección (septicemia), que se extendió rápidamente por todo su cuerpo, ocasionándole una neumonía que le causó una muerte agónica, entre delirios, repitiendo la frase «He escuchado su llamada. Y le sigo», según cuentan. «Se afirma que la misma noche que Carnarvon falleció, su perra Susie murió en su casa de Londres, aullando de modo lastimero», según narra el autor de ‘Tumbas Misteriosas’. «Lo cierto es que Carnarvon tenía una salud pulmonar delicada y por eso se habría trasladado a Egipto, ya que el clima seco del país del Nilo le resultaba beneficioso», según este experto.
Sea como fuere, a partir de su fallecimiento la prensa comenzó a hablar de la «maldición de Tutankamón», y a divulgar una supuesta inscripción hallada por Carter al abrir la tumba, que decía «la muerte golpeará con sus alas a aquel que turbe el reposo del faraón», y que el propio egiptólogo habría ocultado o destruido, para evitar que cundiera el pánico entre su equipo.
MUERTES INQUIETANTES
«Cierta o no la maldición, el miedo y la creencia en esa supuesta condena se fueron acrecentando. Durante los años siguientes al descubrimiento de la cripta real se produjeron acontecimientos insólitos, así como más de una veintena de muertes en circunstancias extrañas de personas relacionadas de alguna manera con el descubrimiento», señala Segado-Uceda. «Algunas de las muertes más inquietantes fueron la del magnate del ferrocarril americano George Jay Gould I, quien enfermó de unas extrañas fiebres mientras visitaba la tumba, a consecuencia de las cuales falleció en mayo de 1923», asegura. «En julio de 1923 falleció en Londres a causa de un disparo que le efectuó su esposa tras una discusión, el príncipe egipcio Ali Kamel Fahmy Bey, quien también había visitado la tumba de Tutankamón», prosigue.
«En septiembre del mismo año, el coronel Aubrey Herbert, hermanastro de Carnarvon y que había estado presente en la apertura de la tumba, falleció a causa de una infección tras someterse a una intervención dental», añade el historiador. «Al año siguiente, en enero de 1924, Archibald Douglas Reid, especialista que había radiografiado y estudiado la momia de Tutankamón, murió sin que los médicos lograran descubrir la causa de su fallecimiento», agrega el especialista. «Otra muerte extraña fue la de Georges Bénedite, conservador del Museo del Louvre, quien falleció en marzo de 1926, poco después de visitar la tumba del faraón Niño», matiza. «En abril de 1928 Arthur Mace, arqueólogo ayudante de Carter, que estuvo en la apertura de la cámara mortuoria, dejó de trabajar debido a su mala salud y murió al poco tiempo», continúa relatando el experto. «En noviembre de 1929, Richard Bethel, secretario personal de Howard Carter, apareció muerto en su cama en extrañas circunstancias, al parecer por asfixia, y en febrero de 1930, el padre de Bethel, Lord Westbury, se suicidó arrojándose desde un séptimo piso. El coche fúnebre que trasladaba su cuerpo al cementerio, atropelló a un niño de ocho años, matándolo», asegura Segado-Uceda. Otro hecho extraño tuvo lugar en 1962, según el autor. «Ocurrió cuando un doctor apellidado Eldin, quien negó la maldición de Tutankamón y atribuyó muchas de las muertes a la presencia en la momia del peligroso hongo «Aspergillus Niger», causante de serios problemas respiratorios, murió en un accidente de tráfico… justo tras presentar esas conclusiones en una rueda de prensa».
«A lo largo de las décadas, durante los traslados de algunas piezas arqueológicas del Museo de El Cairo procedentes de la tumba de Tutankamón a museos de Europa para exponerlas al público temporalmente, también se produjeron sucesos extraños y accidentes, así como la muerte de algunos responsables del museo egipcio», señala el historiador.
«La leyenda es muy extensa e incluye otros acontecimientos, siendo numerosos los sucesos extraños y las muertes de personas relacionadas con la tumba y sus objetos», concluye Segado-Uceda.
Algunas de las piezas arqueológicas y maravillas artísticas descubiertas en 1922, podrán contemplarse en persona a partir de finales de 2022.
Para esa época está prevista la inauguración oficial y apertura al público del Gran Museo Egipcio (GEM), que ha recibido y restaurado alrededor de 55.000 piezas, incluyendo las de la colección de Tutankamón, levantado a dos kilómetros al oeste de la necrópolis de Guiza, próximo a El Cairo y que será el mayor museo del mundo dedicado a una única civilización, según sus organizadores.