Diario de León
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León

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josé enrique martínez

La aparición de una nueva poeta es siempre motivo de contento. Más aún si es de nuestra tierra, caso de Mayela Paramio, que sintió el apremio de escribir, con ilustraciones de Vílchez, las prosas poéticas de estas Baldosas amarillas danzan en el desván del alma para liberarse de determinadas cadenas asfixiantes. «Baldosas amarillas» se titula un texto en el que resuenan voces de infancia transfigurados en poesía, haciendo, por ejemplo, que la «alegría danzarina del cantar de las fuentes» brotara en la voz de la abuela y que esta voz estallara en «serpentinas aladas y confeti incontenible al viento»; y si aparece Aladino es para evocar aquella memoria poblada de cuentos y de personajes como Barba Azul, Simbad el Marino, Blancanieves o Alicia, la cual da título a otro texto en el que reaparecen las baldosas amarillas de la infancia perdida, hallando en el recuerdo del abuelo la primera baldosa reluciente, un puntal decisivo en la ardua aventura del vivir. No van a ser textos complacientes los de Mayela, que nacen de las entrañas como una necesidad apremiante, como si el sujeto quisiera librarse de los pecios que bullen en el más desabrido interior del alma, pecios que exigen salir a flote para poder respirar. Sostén firme, referente esencial, como he indicado, es la memoria del abuelo, ese abuelo cuyo recuerdo sigue siendo vivificador, «mi brújula y mi rosa de los vientos». La remembranza del abuelo es a la vez la de la infancia perdida, de aquel tiempo dilatado opacado por «el peso de los años», y de imposible rescate por más que reste el sueño de recuperar «mi arboleda perdida» para suavizar el choque con la hiriente realidad.

Pero no siempre la memoria es alivio; en ocasiones abre heridas difíciles de cerrar, y entre ellas las originadas por los naufragios del amor, cuyo tránsito de la ilusión al desengaño se despliega en prosas como «Palomas al vuelo» y a lo largo del poemario.

El amor vivido como opresión, como frustración, como amputación del vuelo, por lo que acaba encendiéndose el espíritu rebelde de la poeta, que ya no cuenta con las «voces protectoras» de la infancia, sino con la voluntad de liberación, de ser «dueña de mí» en suma.

Es la rebeldía que va fraguándose en silencio o entre reproches hasta el estallido, resultado del cual son estos textos que acaso sirvan de terapia y liberación. En las prosas de Mayela hay tensión verbal y emotiva, y de cara al futuro, una singular voluntad de expresarse.

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