La leonesa Baltasara, a sus 108 años: «Estoy baldada»
-Esta longeva leonesa nació en Mataluenga en 1914 -Celebró su aniversario en la residencia de Carrizo
Baltasara Álvarez Díez cumplió este martes 108 años en la residencia pública de la Mancomunidad de Municipios Alto Órbigo, en Carrizo de la Ribera. Una de las leonesas más longevas estaba encantada con su cuelga y con ganas de repartir los bombones y caramelos entre los compañeros y compañeras de la residencia. «Estoy baldada», fue lo primero que dijo, medio en broma medio en serio. Cuando se le preguntó por su edad, que recuerda perfectamente, también tiró de socarronería: «Tengo cientos y cientos de años», comentó.
Por delante de Baltasara están, que se sepa, Ángeles de la Fuente, que nació en Ardón el 24 de marzo de 1912, y Teresa Fernández Casado que nació en Zambroncinos del Páramo el 29 de julio de 1913.
Baltasara, que vivió siempre en su pueblo, Mataluenga, nació el día de Santa Lucía «y tenía una abuela que se llamaba Lucía, pero la madrina mía era la más rica del pueblo y dijo que se ponía el nombre de ella», relató.
Salvo una sordera, que obliga a hablarle en el oído derecho, y la rotura de cadera que sufrió hace cuatro años y que la mantiene en silla de ruedas, la anciana goza de buena salud y buena memoria. Y no tiene ningún secreto. «Comíamos patatas y fréjoles y de todo lo que había», asegura. También un poco de jamón de vez en cuando, porque se mataba el cerdo religiosamente para el gasto del año.
Sopló las velas con los tres números de los 108 años iluminados y mucha paciencia porque las llamas se resistían, sobre todo la del 8. A continuación se comió su trozo de tarta en compañía de las cuidadoras y las cuarenta personas con las que convive en la residencia. Baltasara es de buen conformar y mejor carácter. Y luego repartieron la cuelga, una tradición que se hacía siempre en casa sobre todo con el abuelo, dice una de las nietas que acudió a felicitarle el cumpleaños junto con dos hijos, una sobrina y la nuera.
A cada paso agradecía lo bien atendida que está, compartiendo el mérito de su longevidad con las personas que se ocupan de ella y señalando que ella no puede hacer nada porque está en la silla de ruedas. «Estoy aquí porque me cuidan». «Gracias por venir a verme y gracias a todas las que me cuidan», repetía.
Cuenta que fue a la escuela, aprendió a leer y a escribir y también hizo corte y confección. Se casó a los 19 años, con un mozo del pueblo, Bernardo Vega Arias. «Éramos vecinos, yo le gusté a los padres y se casó conmigo». Tuvieron siete hijos e hijas —y alguno más que falleció al nacer— y sabe bien que uno ya no vive porque se lo llevó un cáncer. Tiene once nietos y nueve bisnietos repartidos por el mundo.
Es una de las heroínas más longevas de la pandemia. Ella, que tomó la decisión de meterse en una residencia cuando se rompió la cadera hace cuatro años, se apuntó desde el primer momento a vacunarse contra el covid y sin miedo. «Peor fue el hambre y la guerra», dijo entonces. Tenía cuatro años cuando la epidemia de la gripe española, de 1918, y ha salido airosa de la del covid.
De los tiempos de la Guerra Civil es el primer recuerdo que saca a relucir cuando se le pregunta por su larga vida. «Mataron a ocho hombres y quedaron junto a mi casa. Luego los enterramos en el cementerio de Santiago (del Molinillo) y Mataluenga», añade. «Le tocó a mi padre por la vecera».
Su hijo Luis y su hija Felicidad Luz, la mayor, completan la historia. «Tocaron a concejo, se reunió el pueblo y los vecinos decidieron coger el carro y las vacas. Le tocó a su padre y cuentan que lo pasó tan mal «que estuvo un mes sin comer». No podía entender que otros les hubieran cogido los zapatos: «Antes ando descalzo», decía. «Mi padre cogió un cinto», comenta la nuera de Baltasara.
La centenaria no se queja de la vida. Trabajó no le faltó. Se acuerda de cuando iban a coger urces para prender la lumbre. Crió a los siete hijos e hijos y se siente orgullosa de que «todos estudiaron, primero en el convento (por los internados) y después donde les tocó», apunta.
Tampoco faltaron las alegrías y las fiestas. Aunque la que tenía fama de bailarina era su única hermana, ella tampoco perdió bailes en las fiestas de San Bartolo. «Era muy bailadora cantar», asegura.
Después de pensarlo un poco, comenta Baltasara, Sara le llaman en la residencia, que las fiestas de su pueblo se celebran los días 24 y 25 de agosto. Lo dice con exactitud, porque son dos días, aunque a veces teme equivocarse y pregunta: «¿Me habré confundido?». En las fiestas del pueblo se hacía el mazapán y se guisaba un cordero, añade su hijo Luis, el pequeño de la saga.
Baltasara vive desde el marzo en la residencia que gestiona la comunidad de bienes Santa Ana y en la que trabajan 16 personas. Está encantada. «Yo estoy contenta en todos los sitios», afirma. Con su turbante negro y el pañuelo de colores parecía una actriz sin necesidad de maquillaje, porque hasta las arrugas le sientan bien.
La segunda supercentenaria leonesa que se conozca supera con creces la esperanza de vida de las leonesas a los 65 años, que se sitúa actualmente en 88,74 años para las mujeres y en 86,67 para hombres y mujeres, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Según el último padrón de julio de 2022, en la provincia de León hay un total de 404 personas que superan los cien años, de las cuales 71 son hombres y 333 son mujeres. Baltasara ha llegado con buena salud y la cabeza despejada a los 108 años, algo que no está al alcance de cualquiera aunque cada año sean más numeroso el grupo de los cienañeros en esta provincia. A nivel nacional, hay 19.573 personas de más de cien años, de las que 4.195 son hombres y 15.377 son mujeres.