«TODOS SOMOS MARIONETAS»
El Paisano de León que hizo una ciudad para la infancia, «sin papeles»
Alberto Muñiz Sánchez, Tío Alberto, es el alma mater de la Ciudad de los Muchachos (Cemu) en Leganés
«Es un espaldarazo, porque el título ya me lo dieron mi padre y mi madre», comentó el premiado haciendo gala de humor y de leonesidad. El acto de Paisano del Año 2022 se celebró como es ya tradición en la bodega de El Racimo de Oro, rodeado de amistades, admiradores y familiares, y con la puesta en escena de su nuevo alter ego, la marioneta-caricatura que realiza el artista y promotor de La Gremial, Eduardo López Casado.
«No me gustan los premios, sobre todo los que me dan en calidad de Tío Alberto porque es algo que hago porque lo necesito hacer», confesó. «Cuando viene la policía municipal y me dice que hay un niño en la calle, tengo que ir y darle cobijo, de comer y ducha si quiero dormir», comentó. Pero el que recibió este miércoles o la Medalla de Oro que recibió la Cemu en Leganés el día de la Constitución son un orgullo.
«Este premio es muy bonito porque los premios suelen ser metálicos, sin vida, y una marioneta es un poco lo que somos todos», comentó. La marioneta enfatiza su labor como arquitecto, carrera que inició en 1965 y de la que dejó en huella en León con tres edificios emblemáticos (la casa de los Picos, de la calle Villa Benavente, el edificio Jardín de la Avenida Facultad Veterinaria y el edificio de la plaza Cortes Leonesas) en autoría compartida con Andrés García Quijada y José Miguel de Prada Poole y con su inseparable amigo Juan Martínez Guisasola (ahora Guisasola Martínez) como aparejador y pieza imprescindible en la ejecución práctica de los proyectos.
De Alberto Muñiz Sánchez se ha dicho que pudo ser un arquitecto millonario, un laureado poeta o un pintor de moda. Pero decidió ser tío Alberto. Una persona polifacética que «trabaja en la trastienda, como las abejas». Desde muy pequeño mostró su afición por los pinceles y el dibujo, a veces pintando las paredes de casa para disgusto de los adultos. A finales de los años 50 se va a Madrid a estudiar arquitectura. Poco después de regresar con el flamante título y tras aventurarse en el mundo del cómic y del diseño, tuvo lugar un encuentro crucial en su vida. En el paseo de la Condesa de León se instaló el Circo de los Muchachos y el joven Alberto se fue con el padre Silva y aquellos chicos desamparados que se abrían camino haciendo equilibrismo en sus vidas.
En 1970 funda la Ciudad de los Muchachos, en Leganés, donde trabajaba como arquitecto en promociones de viviendas. Es su gran obra social. «Para hacer una obra como la Cemu hacen falta muchos azares y necesidades», comenta con la marioneta de tío Alberto en la mano. Una obra que le ha convertido a ojos de los demás «en cuidador y aguantador de niños más que arquitecto».
«Necesitaba hacerlo», dice sobre el por qué de la Cemu. «Estaba un poco programado. Un médico o o periodista hacen su carrera por vocación. En mi caso, el primer azar debe estar en el vientre de mi madre», señala. De pequeñito —relató— «mis hermanos creían que me insultaban llamándome amigo de los obreros y yo me enfadaba», recuerda al contar cómo empezó su rebeldía contra la injusticia.
Necesitaba hacerlo
«Para hacer una obra como la Cemu hacen falta muchos azares y necesidades»
«Cuando se estropeaba la luz o había problemas con el agua, después de la guerra, venían unas personas muy humildes y solucionaban los problemas». Aquello reconcomía su mente infantil y preguntaba a su padre: «¿Por qué estas personas que son más sabias que tú vienen mal vestidas y mamá no me deja juntarme con ellos?», le decía. Y su padre le respondía: «Es injusto, pero es así»...
Aquello le dejó huella. Como también haber nacido en el seno de una la familia numerosa. Es el segundo de ocho hermanos «Eso marca, claro que marca, te enseña solidaridad y yo además ejercía de mayor y eso enseña», confiesa mirando a su hermano Pepe Muñiz, el primogénito de María y José, que «siempre ha sido un niño».
El encuentro con el padre Silva fue definitivo. «Yo iba con mi hermano Carlitos y vi una estampa picassiana: niños con el torso desnudo a caballo. Pensaba que eran los hijos de los artistas y me bajé del coche para coger apuntes». El padre Silva le dijo que necesitaba un arquitecto y se fue con él.
Desde entonces miles de niños y niñas han pasado por la Ciudad de los Muchachos (Cemu) y «la mayoría han salido con éxito», dice con orgullo. Carlos, el Pera, que hoy es una de las personas clave de la Cemu es uno de los ejemplos que siempre menciona.
Alberto Muñiz Sánchez presume también de haber construido la Cemu «sin papeles» porque lo que empezó como un pequeño refugio enseguida cobró forma para una misión que aún hoy es indispensable. Sacar de la calle, del abandono o de los malos tratos a niños y niñas que se merecen un hogar. Aquel complejo lo diseñó, en plena dictadura, con mimbres democráticas: «Mientras mis golfos votaban en la asamblea para tomar decisiones, en España estábamos sin saber lo que era».
Hoy en día ve con preocupación que las instituciones educativas «se queden en lo aparente», lo que hace que la infancia se enfrente a una situación «muy precaria». Sobre la labor de la Cemu destaca el éxito que su modelo democrático está teniendo con los menores extranjeros no acompañados — «ya hemos tenido dos alcaldes menas y lo han hecho de maravilla», apunta— mientras en otros centros fracasan porque «son tratados como objetos pasivos o niños en tránsito y para nosotros son niños que hay que atender».
Este miércoles, con su marioneta en la mano, aprovechó para agradecer. «La Cemu no es un éxito de los que hacen cada día, que también, sino de cantidad de gente invisible», como la policía, los sanitarios y las muchas personas que ayudan a recomponer las infancias rotas que llegan a esa ciudad especial.
«No os imagináis lo que es, cuando una niña entra en crisis porque ha bebido demasiado y vienen los policías y las ambulancias o cuando me avisan desde un pueblo de Galicia o Asturias y, me dicen tío Alberto, pajarito suyo se ha escapado», explicó. «Ese niño no pasa a engrosar la lista de depredadores. Ese niño vivirá para siempre».
Otro elogio fue a parar a los sucesivos alcaldes de Leganés que se ha tenido que pasar la «patata caliente de la Cemu» porque «¿qué paisano del mundo ha hecho una ciudad sin papeles?», señaló al recordar la primera vez que recibió una visita de la policía y dijo que estaba haciendo una caseta de herramientas: «Claro, y las herramientas tienen su ducha y todo?», dijeron los policías, que marcharon como habían llegado. Tío Alberto, el nuevo Paisano de León, no tenía papeles ni licencias, pero lleva consigo sobredosis de humanismo y bondad.
«La persona más buena de León»
La Gremial es un grupo de amigos leoneses que, capitaneados por Eduardo López Casado, que hace las marionetas conmemorativas del premio Paisano del Año y de maestro de ceremonia, que desde hace cinco años otorga este galardón a personajes que brillan en el paisanaje leonés.
Antonio Gamoneda fue el primero, pero no sólo de Cervantes se nutre la savia leonesa y por detrás del poeta han ido el incomparable Pepe Muñiz, que se precia de tener la mejor marioneta; el profesor y fotógrafo Vicente García; el añorado crítico de arte de Diario de León, Marcelino Cuevas; el maestro vitralista, Luis García Zurdo y la pareja de hecho del periodismo leonés que forman Fulgencio Fermández y el fotógrafo Mauricio Peña.
Fernández entregó este miércoles el testigo de Paisano de León a Tío Alberto como digno sucesor de este título, de quien dijo que «probablemente es la persona más buena de León» parafraseando la anécdota al escritor Quinti González, a quien su esposa le ha elevado a la categoría de «probablemente el mejor poeta en lengua castellana» en las solapas de sus libros. La periodista Ana Gaitero recalcó el ejemplo de humanidad de Tío Alberto, digno de imitar cada cual en sus quehaceres.