Las habilidades técnicas de las mujeres prehistóricas facilitaron un cambio social
‘Prehistorias de mujeres’, el nuevo libro de la catedrática Margarita Sánchez presentado en Altamira, valora el conocimiento y la socialización femenina
Desmontar mitos e ideas preconcebidas sobre qué hicieron y qué no las mujeres en la Prehistoria es el eje del último trabajo de la catedrática Margarita Sánchez Romero, donde demuestra que han participado en la vida social, política, económica y cultural en todas las sociedades a lo largo de toda la historia.
Además, sostiene que esos mitos han servido para invisibilizar a las mujeres o para estereotiparlas vinculándolas a determinadas actividades como la crianza o el cuidado de mayores que, en algunos casos, son minusvaloradas, lo que ha servido para mantener las desigualdades que aún existen con los hombres.
Margarita Sánchez Romero (Madrid, 1971) asegura que en el relato construido de las sociedades prehistóricas «las mujeres han ocupado un lugar secundario que la ciencia no se ha preocupado por entender» y explicar hasta ahora, cuando el feminismo reivindica el «papel fundamental» de las mujeres en la historia.
La posición científica de Sánchez Romero —catedrática en la Universidad de Granada, premio Carmen de Burgos a la divulgación feminista de la Universidad de Málaga y colaboradora en programas de La 2 de RTVE—, ha hecho que la presentación de su trabajo en el Museo de Altamira, en Cantabria, atrajese las miradas de decenas de investigadores y curiosos.
El mensaje que ha lanzado ante el auditorio con su libro Prehistorias de mujeres » es que la sociedad actual «no puede permitirse perder la mitad del talento, el de las mujeres, que podría estar dedicándose a los grandes retos que tenemos por delante».
A su juicio, trabajos atribuidos a la mujer como la preparación de alimentos, el cuidado de las criaturas, la socialización y el aprendizaje requieren una serie de habilidades técnicas y un cúmulo de experiencias y conocimiento que producen innovaciones y cambios que no han sido valoradas por los discursos históricos».Por eso considera que el estudio de estas y otras actividades, y de las tecnologías y conocimientos necesarios para realizarlas, suponen «una fuente de información imprescindible» para el conocimiento de las sociedades del pasado que enriquecen las interpretaciones históricas y que contribuyen a mejorar la disciplina.
Según explica, su trabajo «es un libro que no habla de mujeres en la Prehistoria sino sobre las mujeres de hoy y cómo la historia nos ha situado en lugares secundarios», de ahí que pretenda «romper mitos y hacer reflexionar sobre el origen de la desigualdad», y a la vez «destapa la contribución esencial de nuestras antepasadas».
Relata cómo el inicio de la arqueología en el siglo XIX como disciplina científica marcó la visión que se tenía de las mujeres y cómo esta sirvió para justificar las desigualdades, aunque destaca que su empeño no es tanto averiguar quién hizo qué, sino en reconocer el valor de esas actividades, independientemente de quien las hiciera.
A su juicio, el problema es que cuando se dice que las mujeres no participan en una determinada actividad como la caza, la creación de arte rupestre o el conflicto violento, no se hace por razones científicas, sino que se hace por suposiciones de cómo deberían haber sido las cosas.
Es más, lo curioso es que cuando se analiza de forma concienzuda el registro arqueológico lo que se encuentra son pruebas de que las mujeres sí participan en estas actividades, como la caza o el uso de hondas, lanzas, arcos y flechas, o el trampeo.
Existen sepulturas en las que los cuerpos de las mujeres aparecen asociados a estos útiles, como la mujer enterrada hace unos 9.000 años en el yacimiento de Wilamaya Patjxa (Perú), y se ha documentado que entre un 20 % y un 30 % de las sepulturas con este tipo de armas pertenecen a mujeres. Recuerda que algo similar pasa con las pinturas rupestres y que no se puede afirmar de manera científica que las mujeres no participasen en la creación de las representaciones rupestres, pues hay huellas dactilares o de manos en distintos yacimientos, y en muchos lugares hay ejemplos en los que las mujeres realizan estas actividades.
Otro ejemplo sería la recolección, cuando ahora sabemos que el mayor aporte a la dieta de las poblaciones de la Prehistoria, hasta en un 90 %, proviene del trabajo de las mujeres pero eso es algo que ha desaparecido del relato histórico, como su aportación a la tecnología, la innovación o el conocimiento.
Y todo ello porque en las actividades asociadas a las mujeres «se ha minusvalorado su aportación en términos económicos y sociales», solo por el hecho de ser algo vinculado «a lo doméstico».
Sánchez considera que no es cuestión de reescribir la Prehistoria o la Arqueología, «sino integrar, de paliar las deficiencias en los discursos históricos, y de desmontar los estereotipos».