Diario de León
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León

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Antonio paniagua

Alfonso XIII es el rey de las dos caras. Hasta la Gran Guerra quiso ser el monarca regeneracionista, el jefe de Estado que iba a sacar de su postración a España después de la humillación de la pérdidas de las colonias. Pero algo sucedió que le hizo temblar: la abdicación del zar Nicolás II en 1917 le impresionó tanto que se alió con las fuerzas conservadoras, la Iglesia y los militares, dejando atrás sus veleidades liberales y progresistas de principios de su reinado.

Simpático, seductor y campechano, Alfonso de Borbón se creyó elegido por Dios para acometer los cambios que harían de España una potencia europea, industrial y moderna, lejos de las vergonzantes tasas de analfabetismo y unas maltrechas clases campesinas. En su época de querencias progresistas, hizo amistad con el liberal Canalejas, que abogaba por una mayor intervención del Estado a favor de las clases populares y una política social avanzada, lo que se tradujo en la supresión del impuesto de consumos y el establecimiento del servicio militar obligatorio. De la mano de Canalejas, apoyó incluso romper relaciones con el Vaticano, en aras de una secularización de la política. «Le gustaba alardear y gastar la broma de que se había hecho anticlerical», asegura Javier Moreno Luzón, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid. Moreno Luzón acaba de publicar El rey patriota. Alfonso XIII y la nación (Galaxia Gutenberg), un libro que destaca que ese joven que se ciñó la corona a los 16 años y que tantas expectativas había levantado acabó convertido en un nacionalista católico, contrarrevolucionario y militarista. Moreno Luzón resalta la paradoja de que quien quiso erigirse en salvador de la patria terminó en el exilio soportando el peso de graves acusaciones de corrupción.

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