¿Quién soy yo y qué estoy haciendo aquí?
Recuerdo perfectamente aquel día, aquel momento, las siete de la tarde de aquel veinte de julio del año 2020 cuando me hice esa pregunta existencial que en algún momento de la vida todo ser humano se hace: ¿Quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo aquí?
En un principio, y para los que aún no se han hecho esta pregunta desde un
prisma filosófico, la respuesta puede ser sencilla y hubiera bastado con decir que
soy Adela Martínez, licenciada en la Universidad de León y otras descripciones de piel para afuera. Sin embargo, antes o después en nuestra línea de vida, ya
sea por acontecimientos con los que la vida nos sorprende o bien al final del camino cuando sentimos que el tiempo se nos escapa entre los dedos, las personas necesitamos encontrar un sentido a nuestra vida, un para qué estamos en este mundo, saber quiénes somos en realidad y es entonces cuando la respuesta sobre quienes somos empieza a tomar matices más experienciales, mostrándonos más vulnerables, describiéndonos según nuestras emociones, sensaciones y vivencias.
Solemos definirnos a nosotros mismos como si fuéramos de una sola manera y
nuestra personalidad fuese una especie de bloque sólido, lo cual está muy lejos
de la complejidad que forma nuestra verdadera identidad. Y, como por arte de
magia, cuando la pregunta ¿quién soy yo? resuena en nuestra mente más profunda, de una manera más consciente, no como meras palabras, si no con un significado más desde la visión como ser humano que como persona, se nos presenta el gran regalo que nos permite despertar de ese sueño en el que permanecemos dormidos. Nos remueve las entrañas, remueve lo más profundo de nosotros, nos hace tomar conciencia de que en realidad y a pesar de todo el tiempo que pasamos con nosotros mismos, en muy pocas ocasiones somos capaces de responder a una pregunta que debería ser en primera instancia
sencilla de contestar.
Y es que, en realidad, en cada uno de nosotros habita una gran comunidad de
emociones, creencias, sentimientos, formas de percibir y actuar dispersas de
manera desestructurada en nuestra mente, que se alternan aleatoriamente y que
nos dificulta enormemente saber quiénes somos. Sólo si observamos como
testigos, desde una visión de observadores de nuestra propia vida nos dirigiremos a conocer nuestra identidad real, lejos de los focos del mundo exterior, de la mirada de los otros y de nuestra propia crítica interna.
Sin embargo, y aunque el momento de la gran pregunta haya llegado, esta observación que nos hará conocedores de nuestra verdadera identidad y nos acercará a la ansiada felicidad puede provocar incomodidad, dolor, desasosiego lo que nos hará zozobrar entre continuar siendo un nombre y apellido o encontrar
realmente el sentido de nuestra vida.
El dolor es la incómoda llamada de atención para abrir nuestra mirada a nuevos horizontes al tiempo que es la base sólida que sostiene nuestro crecimiento y desarrollo personal. Solamente sabiendo realmente quienes somos nos
convertiremos en personas cada vez más felices, porque esa ansiada búsqueda de la felicidad no se encuentra en lo que hay a nuestro alrededor sino en aquello
que se encuentra en nosotros, en aquello que somos y quienes realmente somos.
Satisfacer nuestros verdaderos deseos nos acerca a la felicidad y conocerlos es
parte de un trabajo de observación consciente que comienza cuando llega ese momento en nuestra vida en el que nos preguntamos quienes somos y qué
hemos venido a hacer aquí. El descubrir nuestra identidad y cuál es el sentido
de nuestra vida actualmente se ha convertido en una de las necesidades
nucleares en esta sociedad conocida como la New Age y, en esta búsqueda
incesante de la ‘nueva felicidad’, nos alejamos cada vez más de ella si no somos
capaces de identificar quienes somos como personas, como especie humana y
como conjunto universal.
Buscamos la felicidad en esos títulos que nos describen, en ese físico, en ese
estilo de moda que nos caracteriza, cuando realmente la felicidad estuvo, está y siempre estará en ese conocimiento de nosotros mismos. Por ello cuando llegue tu momento y resuene en tu cabeza esa duda existencial de quien eres, acógela con el respeto que se merece, acepta el miedo y el dolor o desequilibrio que pueda provocar en ti pero sigue preguntándotelo una y mil veces, todos los días que sea necesario, hasta que encuentres esa respuesta que dará el sentido a tu vida.