Una novela de superación y de amor
l Andreu Claret Serra cierra un ciclo con ‘París éramos nosotros’
irene dalmases
Con París éramos nosotros, obtuvo Andreu Claret el último premio Ramon Llull y cierra su incursión literaria en el período de la República, la guerra civil y el exilio, convirtiendo a su progenitor en el protagonista de «una novela de superación y amor».
El escritor y periodista comenta que la figura de su padre le ha permitido centrarse en «toda una generación, gente con muchos sueños, que vivieron la República y fueron derrotados por la guerra, muchos de ellos sin poderlo explicar y otros sin fuerza para hacerlo».
Publicada por Columna en catalán y en castellano por Planeta, el lector descubrirá en París éramos nosotros a un hombre, hijo de una familia humilde de payeses (rabassaires), nacido en Súria (Barcelona) en 1908, que acabó exiliándose a Francia, comprometido con la República, hasta recalar en Andorra, con un primer matrimonio fallido y casado, después, con Maria, la mujer con la que descubre el amor y lo que significa estar enamorado.
A la vez, es la historia de alguien que fue amigo del presidente Lluís Companys; el gestor del mayor circo de Francia durante un tiempo; el encargado de explotar bosques en este país durante la ocupación de la Alemania de Hitler; colaborador del maquis de la Cerdanya; un hombre que escapó de las garras de la Gestapo; organizador de los primeros conciertos solidarios de Pau Casals; el director de una publicación catalanista que abogaba por la unidad.
Para Claret Serra, se trata de «un superviviente, siempre buscando la brecha con la que conseguir superar las adversidades, como durante la ocupación alemana de Francia. También era muy consciente de la importancia de la amistad, como la que mantuvo con Pau Casals o con el judío Georges Abraham». Desde muy joven, sostiene, «tuvo esta voluntad de superación» y pone como ejemplo su introducción en el juego del billar, que le permitió ganar su primer dinero y pasear por diferentes localidades catalanas «haciendo exhibiciones, maravillas en la mesa».
Reivindicaba la libertad, pero, advierte Claret Serra, «no era un político al uso». Fue militante de ERC prácticamente toda su vida, pero «no era un hombre de partido, porque la disciplina de la organización no encajaba con su mentalidad de ‘rabassaire’ y esto me interesa -subraya-, porque creo que todavía existe este tipo de catalán con convicciones».
Asimismo, «no era nada amante de las armas y la violencia, algo que le horrorizaba, convencido de que con la palabra se puede resolver todo, otra característica muy marcada de su personalidad». Para su hijo, tenía el don de palabra, como quedó demostrado en un episodio que vivió en el pequeño pueblo de La Fatarella (Tarragona), donde le envió Lluís Companys después del trauma que supuso para sus habitantes el asesinato por parte de la FAI de una treintena de agricultores contrarios a la colectivización. «Siempre tuvo la sensación de que hablando se podía resolver cualquier situación complicada. La paradoja es que con la palabra fue incapaz de resolver su primer y desacertado matrimonio, él que había hablado con miembros de la Gestapo y consiguió zafarse de ellos», apunta el novelista, que trabajó durante unos años en la Agencia Efe. Sobre el exilio español después de la guerra civil, no duda en calificarlo de «epopeya sin parangón, con más de 450.000 personas cruzando las fronteras en apenas unas semanas, en unas condiciones deplorables. Ríete de las imágenes de ahora». A su juicio, estas situaciones «son portadoras de miseria y de dificultades, pero también de esperanza y es en este sentido que la peripecia de mi padre es interesante, porque es la lucha controlada de un hombre contra la adversidad, igual que mi madre, que también partió con su familia desde Manresa hasta La Junquera y, luego a Francia, donde se conocieron con mi padre».