Como quien desvela un secreto
josé enrique martínez
En ocasiones, la lectura de un primer libro nos instala en la verdadera poesía; es un pequeño milagro entre tantos poemarios irrelevantes. Sucedió, como se sabe, con El don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, por señalar un nombre eminente. Ocurre ahora, en mi lectura al menos, con Las infancias sonoras, un primer poemario con el que obtuvo el premio Adonáis la joven poeta almeriense Nuria Ortega Riba. Las primeras palabras que me vienen a la pluma son delicadeza, emoción, ingenuidad aparente… Y otras como saber, sentir y transmitir. La infancia subsiste en el presente, permanece en el recuerdo; aquel tiempo ha desparecido, pero su evocación aviva brasas en la memoria; de ahí la emoción contenida. Qué hermoso canto a la memoria es el poema «Secar flores»: «A quienes vivimos de ilusiones / nos mata la memoria. / Viene en noches como esta, en días como hoy. / Es dulce y quema y la bebemos en cálices de hojas. / Es dulce y buena porque en ella cabe todo. / Los que han muerto, los lugares / que dejamos, las canciones / de la infancia…»; es dulce y buena, «pero nos daña con ternura». En la memoria cabe todo, sí; parece como si bastara con nombrarlo para que se reavive desde un presente que no despeja, sin embargo, las incertidumbres del próximo futuro. En los brotes de la niñez poetizados destacan acaso los elementos familiares y los espacios de la infancia. En cuanto a los espacios, una poeta de Almería se reconoce en la tierra, el sol, la luz, el mar…: si un día «le mordiera el vientre» a la tierra, «me sabrían sus entrañas al sabor que tiene el mar». Los espacios de la niñez fueron el mundo que uno aprendió a mirar y a maravillarse y a nombrarlo. Cuando la poeta se aleja de ese mundo suyo, «tan lejos como la niña que los mira», buscará «ponerle nombre / al amor por esta luz después del abandono», al igual que en gallego «existe una palabra / para llamar al primer rayo que asoma tras la lluvia», y esa palabra es «Loaiara», título del poema. Para la poeta, ese nombrar es esencial. Consciente de su oficio, sabe de «La indeterminación de las palabras», título de un poema, pero sobre todo conoce lo que tiene que ser la poesía: «saber desde otro sitio», «escribir poesía como quien desvela un secreto», y la poeta lo hace desde la sencillez expresiva, desde la levedad y la delicadeza de la palabra para descubrir el otro lado de las cosas, para «escribir las mismas cosas / de otro modo diferente».