Un crimen y una bomba atómica en Madrid
l Pérez Ledo rescata la política nuclear franquista en su novela de misterio ‘Cementerio de secretos’
césar coca
Hace sesenta años, el Gobierno de Franco tomó la decisión de meter a España en el reducido grupo de los países que tenían la bomba atómica. Un físico militar hizo un estudio de viabilidad y concluyó que era factible puesto que había científicos capacitados para ello. El coste de la operación era de 20.000 millones de pesetas, una suma enorme que no fue obstáculo para seguir adelante. Y la Junta de Energía Nuclear, situada en el perímetro de la Ciudad Universitaria de Madrid, cerca de las facultades de Derecho y Ciencias Biológicas, empezó a trabajar.
Parece el relato enfebrecido de un guionista curtido en la ciencia ficción, pero es absolutamente real. Y José Antonio Pérez Ledo (Bilbao, 1979) utiliza ese episodio histórico cuya documentación está considerada secreto de Estado como fondo para un thriller (Cementerio de secretos), editado por Plaza & Janés, en el que un lingüista forense debe descubrir qué pasó con una niña desaparecida en torno a esa operación de diseño y fabricación de una bomba atómica.
«No recuerdo cómo conocí la historia, quizá fue a través de algún podcast. Luego leí el libro que publicó Guillermo Velarde, que fue quien estuvo al frente del proyecto», explica Pérez Ledo a este periódico. Fue el propio Velarde quien puso nombre a esa operación: Islero. Como el miura que mató a Manolete en la plaza de Linares, «porque estaba convencido de que participar en la misma le costaría la vida».
Un episodio delirante
Visto con la perspectiva del tiempo, suena delirante por los recursos económicos y tecnológicos que debía disponer con ese fin un país cuyo atraso en tantos terrenos era notorio. Sobre todo si además se pretendía hacerlo ocultándolo a Estados Unidos. «Pero Franco estaba muy tenso con Marruecos y pensaba que disponer de un arsenal nuclear garantizaría la integridad territorial de España», asegura el autor de Cementerio de secretos.
La condición de mantener los trabajos en secreto, además, llevó a extremos absurdos, como «pedir al militar que estaba al mando que no llevara nunca uniforme, para que si se descubría la operación el Gobierno pudiera decir que era cosa de un grupo de chalados».
Pérez Ledo construye el trasfondo histórico a partir del libro de Velarde —publicado en una pequeña editorial y al que ningún gobierno contestó nunca— y las pocas entrevistas que concedió. Muchos datos sobre qué pasó durante los veinte años que duró el proyecto son desconocidos, incluido uno muy relevante: «No sabemos hasta dónde llegaron en el diseño y construcción».
La novela parte de la aparición en el tiempo actual de una mujer a la que se creía muerta treinta años atrás. Hija de uno de los encargados de construir la bomba, había desaparecido misteriosamente cuando era una niña. El protagonista debe averiguar qué ha pasado desde entonces, dado que ella se niega a decir una sola palabra. Y eso le lleva a investigar sobre la bomba y su construcción.
Cementerio de secretos enhebra ficción y datos reales, aunque a veces estos últimos parecen más inverosímiles que los primeros. Sucede por ejemplo con el episodio de la bomba estadounidense que cayó sobre Palomares. «Los científicos de la Junta de Energía Nuclear fueron allí y recogieron la tierra contaminada. Los estadounidenses trataron de impedirlo y ellos les dijeron que la contaminación era suya pero la tierra era española». Es algo que en la novela aparece, aunque contado de otra forma.
Una de las claves para la resolución del caso está en la manera de hablar de los personajes. Como el profesor Higgins de Pigmalión, de George Bernard Shaw (y la película My fair lady, de George Cukor basada en el texto teatral), el protagonista es capaz de saber la procedencia geográfica y la clase social de alguien solo escuchándole. «Quería un personaje así, un asesor de lingüística forense, porque no conozco ninguno que sea el investigador en un thriller».
Dado que cada personaje que interviene en la acción está identificado de esta manera, «la documentación ha supuesto un esfuerzo agotador». El resultado es un investigador diferente al que su creador endurece a medida que avanza la novela hasta transformarlo en un hombre de acción.
El autor es consciente de que la conversión de su novela en una película o una serie de TV tropezaría con la dificultad de plasmar ese elemento lingüístico. Sería el obstáculo mayor, porque el relato está muy influido por el mundo audiovisual y sus modelos narrativos, algo lógico puesto que Pérez Ledo es también guionista. Nada que no pueda salvarse. «Ahora todo es adaptable porque las televisiones están tan hambrientas que aceptan todos los proyectos», asegura. Más si hay misterios, documentos secretos y personajes que son trasunto de los reales, aunque con nombres falsos. El ‘proyecto Islero’ fue cancelado por presiones de EE UU en los últimos meses del Gobierno de la UCD.