«Me atrae el thriller culto»
l Eva García Sáenz de Urturi aborda en su novela un hecho vital de Dalí
antonio paniagua
Venecia, ciudad sitiada por la belleza y corroída por el turismo de masas, es un laberinto indescifrable para quien se aventure en sus callejuelas y canales sin un buen guía. La escritora Eva García Sáenz de Urturi, con tres millones de lectores en su haber, hace de cicerone en su última novela, El ángel de la ciudad (Planeta), para mostrar una Venecia trufada de misterios, falsificaciones, crímenes e impostores. La escritora vitoriana se sintió de siempre fascinada por una urbe que es en sí una obra de arte al aire libre. Después de emplazar sus ficciones en bosques y paisajes de su tierra, creyó el momento de crear un contraste, de desplazarse de la naturaleza del País Vasco a las galerías y museos que pueblan la ciudad italiana, como la Colección Peggy Guggenheim, que reúne obras de Picasso, Ernst y Pollock, entre otros muchos, y que es una de las localizaciones de las tramas. «Me atrae el thriller culto, el que tiene que ver con el arte y la bibliofilia. Me gusta que mis lectores aprendan, porque en mis novelas hay mucho didactismo», apunta la escritora.
En esta ocasión, Sáenz de Urturi urde una historia que tiene un magnífico y declinante ‘palazzo’ veneciano como ‘leitmotiv’. Los cuerpos de los seis invitados desaparecen entre los escombros, y se sospecha que la madre de Unai, Ítaca, está involucrada en el incendio que sucedió en idénticas circunstancias décadas atrás. «Hay una parte etnográfica, de leyendas y tradiciones orales venecianas, que me parecía muy adecuada con la serie de Kraken, que comencé con la saga de la El silencio de la Ciudad Blanca. El contraste entre las costumbres alavesas y las venecianas me parecía muy bonito». Eva García Sáenz de Urturi, ganadora del Premio Planeta en 2020, bibliófila y amante del arte, compara Venecia con una vieja dama aristocrática que ha conocido tiempos maravillosos y, aunque ahora ajada por los años, conserva algo de ese viejo esplendor. «En Venecia resalta mucho la confrontación entre los palacios opulentos y la decadencia, una característica que se aprecia también en algunas ciudades cubanas. Ese esplendor tiene que ver con el arte, la belleza y la cultura. Y a mí ese tipo de escenarios me encantan».
En una ruta con periodistas para mostrar los escenarios de su novela, la escritora enseña los emplazamientos que fueron la espoleta que desató su imaginación: la Piazza de San Marcos, el hotel Danieli, el Puente de la Academia, el mercado de Rialto, la librería Acqua Alta, donde los libros descansan a veces desparejados, a veces amontonados en bañeras y góndolas, con el fin de que la crecida de las aguas no destruya los volúmenes. Y entre todos esos lugares hay alguno que sobresale por lo procaz: el ‘palazzo’ Venier dei Leoni, en el Gran Canal de Venecia, donde la heredera Peggy Guggenheim instaló allí en 1947 una de las mejores colecciones de arte moderno de su tiempo. A la entrada colocó un bronce de Marino Marini que representa a un jinete con un enorme falo erecto. Dicen los venecianos que el pene, hoy bien sujeto al pubis, se enroscaba y se desenroscaba, y que la irreverente Peggy lo acoplaba al jinete cuando se acercaban grupos de monjas. «He querido imprimir en la novela esa imagen de un ángel de protector frente a los demonios que también habitan Venecia».
El libro es un viaje por el mundo de las imitaciones perfectas de lienzos, los museos y los libros antiguos, nada extraño en García Sáenz de Urturi, que de niña contempló con su padre la Glosas Emilianenses en el monasterio de San Millán de la Cogolla. La acción no solo se desarrolla en Italia. Otra trama discurre en Vitoria, donde Estíbaliz investiga un caso que puede hacer que Kraken se enfrente a la encrucijada de su vida: quién mató a su padre.
El incendio que se propaga en el palacio de la isla de Santa Cristina tiene su origen en el desastre que sobrecogió al mundo cuando las llamas envolvieron la catedral de Notre Dame de París. «Me impactó mucho en su momento, que era justo cuando me estaba documentando a fondo para escribir la novela Aquitania. Me conmovió ese contraste entre algo milenario y medieval que se quemaba y verlo en las pantallas de los móviles, en las televisiones de todo el mundo. Ver esa joya consumiéndose era como en una máquina del tiempo, de modo que cuando empecé a escribir El ángel de la ciudad tuve muy claro que me debía inspirar en eso».
En la novela la autora habla de un hecho de la biografía de Dalí que recorre la trama. El genio surrealista, que nació unos años después de la muerte de su hermano, fue bautizado con el mismo nombre del difunto, lo que le causó un conflicto de identidad. El artista de Figueres estaba obsesionado con los niños muertos, una fijación que le persiguió toda su vida. El pintor quedó obnubilado con una pintura de Jean-François Millet, Ángelus, en la que una pareja de campesinos desconsolados observa una cesta de frutas. «El cuadro tiene un trasfondo sacrílego, oscuro. Por lo visto hicieron un análisis de rayos X y vieron que debajo del cesto había un ataúd pequeño: era el cadáver de un niño que no podía ser enterrado en tierra santa. Como Millet no podía vender la obra debido esa aura de tristeza, la repintó».
«¡Ya no te debo nada!» Dalí tuvo una relación tormentosa con su padre al pensar que no era sino la reencarnación de un niño muerto, señala la escritora. Tras ser desheredado y prohibírsele volver a Cadaqués, Dalí visitó a su padre para entregarle un objeto con su semen, unos dicen que fue un preservativo; otros cuenta que era una carta y algunos, un frasco. Fue entonces cuando Dalí dijo a su progenitor: «Toma. ¡Ya no te debo nada!».
Como en todas sus novelas, García Sáenz de Urturi ha pasado un año y medio investigando el contexto histórico de Venecia, una ciudad que ha conocido gracias a los libreros de la ciudad. «Paso encerrada mucho tiempo en el despacho, planificando, escribiendo borradores y haciendo las sucesivas revisiones», sostiene la prosista, que en esta novela ha dado un gran protagonismo al personaje de Ítaca, madre de Unai y falsificadora contumaz. «En El Libro Negro de las Horas se convirtió en la favorita de los lectores. En este caso el reto era generar empatía con una Ítaca adulta que no deja de ser una delincuente pero que la vez es una fuerza de la naturaleza».
Pasión y disciplina son las dos fuerzas motrices de su escritura. «La motivación sirve para empezar una novela, pero luego es la fuerza de voluntad la que me obliga a acabarla. Sé que tengo que elegir a largo plazo algo que me mantenga enamorada del tema de la novela, pero no solo a mí, también al lector».