Sin miedo a la inteligencia artificial
La neurocientífica Roser Sala asegura que la IA no sustituirá a la mente humana
La doctora en Neurociencias Roser Sala, que imparte clases de inteligencia artificial (IA) en la Universidad de Barcelona, considera que, en pleno debate sobre esta nueva tecnología que está revolucionando el mundo, las grandes bases de datos y el aprendizaje automático de las máquinas nunca podrá sustituir a los humanos.
En una entrevista con EFE, la neurocientífica, que es licenciada en Ingeniería de Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) y doctora por la Universidad de Barcelona (UB), pide comprobar todo lo que se dice y escribe sobre inteligencia artificial: «Hay que discernir entre el sensacionalismo y la realidad» de una tecnología que puede cambiar el mundo».
Partidaria de hacer una regulación ética de la utilización de la IA, Sala (Sabadell, 1984), que también ha estudiado en Oxford y Oslo, confiesa que sus compañeros docentes de la Universidad de Barcelona se enfrentan a diario con el popular ChatGPT, una base de datos que los estudiantes utilizan para generar respuestas tan originales y humanas que consiguen esquivar todos los radares de plagio.
Ella dice que está a favor del ChatGPT y de la IA ya que, como especialista en neurociencias, valora la aportación de las grandes bases de datos en su campo y cree que su cometido «no es sustituir, sino acompañar y complementar la inteligencia humana». De manera simplificada, la doctora detalla que «las IA más avanzadas son máquinas que han sido entrenadas, que después aprenden por si solas y generan respuestas con un lenguaje natural como haríamos nosotros», hasta el extremo de «mostrar ápices de consciencia humana».
Ante la hipotética situación en que seamos capaces de insertar una consciencia artificial en un robot, Roser Sala asegura «estar tranquila», ya que «la inteligencia artificial nos puede llegar a sorprender, pero sin el refuerzo humano no funcionaría».
Sala recuerda que la IA también está presente en las ciencias sociales, ecología, astronomía, informática, matemáticas y en «infinidad de aplicaciones», pero admite que «están demasiado presentes para nuestra escasa educación al respecto». Por ello, recomienda hacer «un trabajo de investigación» y «buscar el estudio que lo respalda» cuando una noticia sobre IA llena los medios, para, en la mayoría de casos, descubrir que «eso no es como dice ser».
Consciente de las polémicas y debate sobre la IA, la neurocientífica reconoce que su uso debe «trabajarse conjuntamente a nivel social, legal y educativo para regular las IA», y hace especial hincapié en el desarrollo de «códigos éticos para enmarcar esta tecnología», como los que ya existen en la medicina, la abogacía o el periodismo.
Sala ve la IA como «una revolución social y tecnológica» con importantes similitudes con la Revolución Industrial o el ‘boom’ de Internet y confiesa estar preocupada por que «esta tecnología no se vuelva discriminatoria».
Aunque motivos socioeconómicos o la edad pueden ser barreras para acceder a esta nueva tecnología, Sala cree que «la IA puede ser de gran ayuda para los más mayores», pero no se atreve a augurar hasta qué punto las empresas van a privatizar el acceso a todos los servicios basados en el aprendizaje automático.
Pese a defender a ultranza la IA, la profesora reconoce otra problemática de esta tecnología, la medioambiental, ya que «las enormes bases de datos de la IA consumen muchísima energía», pero se mantiene optimista. «Los edificios de oficinas también consumen mucho, pero aprendimos a hacer más ventanas», pone como ejemplo.
«La inteligencia artificial es capaz de resolver sus propios problemas, nos puede ayudar a desarrollarse, como con el consumo energético», según la ingeniera en telecomunicaciones, que insiste en que las máquinas siempre tendrán dependencia humana y siempre serán «un soporte, un complemento».