Léa Murawiec desnuda la fama fácil y el ego desmesurado
l A sus 29 años, la parisina se ha convertido en la revelación del cómic francés gracias a ‘El gran vacío’
sergio andreu
Murawiec, invitada en Cómic Barcelona —principal cita del sector— , reconoce en una entrevista con la agencia Efe que se inspiró en textos de ciencia ficción, pero también de Borges y Bioy Casares (sobre todo La invención de Morel), para esta novela gráfica ubicada en una megalópolis donde la existencia pivota tan sólo en la relevancia que tengas para los demás; si tu nombre no está en la mente de los otros, dejas de existir. «Quería hacer una historia de personas que desaparecen si no se conoce su nombre», desvela la autora acerca de su primera novela gráfica, de trasfondo filosófico, que sirve pare desnudar la arbitrariedad de la fama y los estragos que provoca intentar conseguirla a cualquier precio.
La protagonista de El gran vacío es Manel Maher, una joven que se resiste a dejarse ver en los lugares públicos que dan notoriedad y «Presencia» (principio que rige en esta sociedad) y que por el contrario anhela escapar a El gran vacío, un lugar mítico fuera de los márgenes de esa gigantesca urbe egocéntrica.
Pero Manel tiene la mala suerte de compartir nombre con una cantante famosa que, literalmente, le «roba» su identidad, la diluye: si nadie piensa en ti, y tienes pocos amigos (dos para ser exactos), puedes morir, el corazón se para, como le ocurre a ella, lo que le obliga a pasar de urgencia por el médico, que le «receta» ir a discotecas, fiestas o reuniones variadas para dejarse ver. El gran vacío se despliega en un libro de gran formato que permite a Murawiec mostrar una sucesión infinita de rascacielos con fachadas saturadas de «nombres propios-logo», construcciones rodeadas de autopistas que parecen conducir a ninguna parte, en una imaginería urbana para la que la dibujante, explica, tuvo de fuente visual al paisaje de Shangai, donde estuvo cuatro meses con una beca.
A su imagen
La protagonista, desvela su creadora, tiene por ello «un 50 % de su propia personalidad, las sensaciones de vivir en una ciudad enorme, inabarcable», o por ejemplo, el amor por los libros que Manel compra en una tienda que acaba siendo sustituida por un almacén de sombreros extravagantes para llamar la atención, algo a lo que aspiran los habitantes de esta sociedad.
Quizás para evitar resultar redundante, en esta historia de toques retrofuturistas no aparece una herramienta tan dada al egocentrismo como los móviles y sus consiguientes selfies, así la metáfora de la búsqueda de notoriedad sigue caminos menos obvios. «No hay teléfonos porque esto no va de redes sociales, no quería que se redujera a eso; también va sobre la existencia y el miedo a la muerte, el deseo de la inmortalidad y de trascender», afirma la dibujante, que otorga un papel importante a la familia («esa mezcla de cariño y de presión social»), incapaz de entender la rebeldía de Manel y su deseo de escapar, antes de caer en las garras de una fama fácil e inesperada.
Las distopías suelen tener finales poco halagüeños, de esos que te hacen ir con el corazón encogido a la cama, pero la historietista francesa prefiere dejar a su protagonista una puerta entreabierta. «Pensé un desenlace feliz, y otro muy triste, en el que no se reconociera a sí misma, pero no quería algo demasiado trágico, que muriera o algo así y opté por una final abierto que diera espacio a la imaginación del lector...», explica.
Murawiec ha probado también en sus carnes el extraño sabor de la medicina de la fama repentina tras el éxito de «El gran vacío». «Ha sido raro» —se ríe—, porque pensaba que nadie iba a leerlo y que no podría hacer más cómics, un miedo que queda patente en el libro», subraya la autora, quien (como todos) ha practicado alguna vez que otra el ‘egosurf’, eso de escribir tu nombre en un buscador de internet a ver qué sale. «Al principio lo hice porque me importaba lo que la gente diría de mi trabajo, lo que opinaban, que en general fue positivo, pero dejé de hacerlo porque luego tuve la sensación de estar perdiendo el tiempo», zanja sobre una tendencia extendida entre los creadores, pero también entre las personas corrientes, querer conocer lo que los demás saben (o creen saber) de uno.