«Las redes sociales son el ágora del mundo contemporáneo»
l La escritora española Irene Vallejo es agasajada en Estados Unidos
javier otazu
Irene Vallejo. Vallejo está inmersa en una gira norteamericana para presentar la traducción al inglés (por Charlotte Whittle) de El infinito en un junco, una obra de más de 400 páginas sobre el origen y la evolución que ha cosechado un éxito que ni ella misma ni la editorial se terminan de creer: traducido a 40 idiomas, ha vendido ya más de un millón de ejemplares. Tras un ciclo de conferencias en bibliotecas y universidades de Canadá y Estados Unidos —lo que más le gusta, para poder tomar el pulso a los centros donde se reflexiona y se transforma el mundo—, Vallejo dice que el público norteamericano ha entendido que su obra no es un canto al pasado o la cultura clásica, sino que habla de cosas tan actuales como los límites y retos de la libertad de expresión.
CONTRA LA VISIÓN APOCALÍPTICA
Sentada en un parque neoyorquino una luminosa mañana de primavera, cuenta que empezó a escribir El infinito en un junco como «un proyecto antiapocalíptico, para contradecir a los gurús» que decían que el libro estaba acabado en un mundo barrido por las pantallas y las interminables opciones de entretenimiento. Vallejo, un ser optimista desde sus mismas expresiones corporales, quiso demostrar que el libro, en su versión de papel o electrónico, tiene todavía mucha vida por delante, como se lo dejan claro en todo el mundo las «comunidades de lectores» que le hacen sentir que existe «una esencia cosmopolita».
No niega los peligros de la tecnología cuando compara un libro con un teléfono celular: gracias a los buscadores con que están equipados, los teléfonos nos proporcionan contenidos que confirman nuestras ideas y nos halagan haciéndonos creer que formamos parte de una mayoría cargada de razones.
Por el contrario, el libro y la literatura «nos llevan hacia el otro, son la experiencia más parecida a entrar en la piel de alguien»; además, «ignoran nuestras ideas cuando lo estamos leyendo, no tienen información sobre nosotros y no nos interrumpe con notificaciones», bromea, definiendo así al libro como el verdadero refugio de la confidencialidad.
Incluso el libro electrónico, cuando se compra en determinadas plataformas «te da datos como cuánta gente ha subrayado tal párrafo o leyó determinada novela, cuánto tiempo dedicaste a tal libro o dónde lo dejaste. ¡Imagina eso en manos de un régimen dictatorial que puede saber qué ha leído cada uno!».
Pero para no sonar pesimista ni agorera, Vallejo no abomina de las tecnología; sencillamente, cree que habrá lugar en el mundo para que convivan el libro y el teléfono, y lo importante es que se garantice la libertad de elección y el acceso a todas aquellas personas que, sea cual sea su origen o sus medios, tengan sed de conocimientos. Que Vallejo es una mujer de su tiempo que no reniega de la modernidad lo demuestra su activo uso de las redes sociales: confiesa que postea todo el tiempo en Facebook, Twitter, Instagran o TikTok: «Me parece importante estar en los lugares donde la gente habla y donde nos relacionamos, es el ágora del momento y no lo hago por sacrificio, sino porque me gusta», aclara. Su objetivo es además demostrar que «puede crearse una numerosa comunidad en redes sin usar la violencia, sin ataques y sin agresividad», pero sin rehuir el debate: ella misma no duda en enredarse en discusiones, a veces subidas de tono, y se jacta de haber llevado a un terreno más civilizado a algún usuario que la había comenzado con una agresión verbal injustificada. La escritora aragonesa lleva más de dos años de promoción mundial de su libro y reconoce que no le queda mucho tiempo para leer pausadamente como a ella le gusta, pero añade que tratar con gente distinta de tantos países también «es leer la realidad y conocer la situación de la cultura y las humanidades, el tema que más me interesa».
Para Vallejo, la defensa a ultranza de la cultura de las humanidades es crucial porque «tiene que ver con las guerras culturales» de las que ya se empieza a hablar en el mundo occidental, incluso a nivel partidista, y ese es un tema que detecta en su trato con lectores, profesores, editores o traductores de todas partes.