«Un docente ‘con corazón’ se lo pondrá más difícil al bullying»
El suicidio en Gijón de una joven de 20 años que denunció haber sufrido ‘bullying’ en sus años de colegio ha devuelto al primer plano esta lacra precisamente en vísperas del 2 de mayo, Día Internacional contra el Acoso Escolar. La profesora Carmen Cabestany, una de las mayores expertas nacionales en la materia y presidenta de la Asociación No al Acoso Escolar (Nace), acaba de publicar el libro El bullying es cosa de todos (Cúpula), donde muestra todas las caras de este drama.
—¿Cuántos eslabones han fallado para que una joven decida quitarse la vida años después de sufrir ‘bullying’, como ha ocurrido en Gijón?
—Probablemente, han fallado muchas cosas, muchas personas y muchas instituciones. Yo siempre insisto en que es un problema social en el que intervienen compañeros, padres, profesores, directores o inspectores, pero a veces también un médico, un policía, un juez, servicios sociales... Si cada uno de ellos no se toma el problema en serio y no actúa bien, el resultado puede ser este, incluso años después.
—Este caso demuestra que una víctima puede cargar con el acoso escolar toda la vida. ¿Qué se puede hacer para que los jóvenes que han sufrido ‘bullying’ lo puedan superar en la edad adulta?
—Así es, este es un aspecto poco conocido. Hay adultos que sufrieron acoso de niños y que siguen estando afectados en su vida diaria porque el maltrato sufrido les dificulta sus relaciones personales, laborales... Por eso es tan importante que las escuelas trabajen desde la prevención, para que no se produzcan estos casos. De todos modos, si la prevención falla, hay que abordar el problema cuanto antes para que no se cronifique. Y si por desgracia no se hicieron las cosas bien durante la infancia, hay que buscar solución en la edad adulta, porque solución hay. Aparte de terapias que vayan directamente a solucionar o atenuar el trauma y no se basen solo en la contención, es muy efectivo que los adultos afectados ayuden a niños que lo estén pasando mal. De este modo consiguen ‘compensar’, en cierta medida, lo que les pasó.
—La joven de Gijón se definía como una persona con altas capacidades. ¿Es este colectivo más proclive a sufrir acoso escolar?
—Efectivamente. Lo sufre uno de cada dos, según un estudio que hicimos en Nace. En estos casos, la motivación suele venir dada por la envidia y los celos que siente el agresor o agresores, ya que los chicos de altas capacidades son brillantes y tienen mucha curiosidad y ansias de saber. Su alta sensibilidad y su gran capacidad intelectual se combinan y hacen que el acoso escolar sea, si cabe, más grave en este colectivo, ya que, por un lado, estos niños se dan perfecta cuenta de la injusticia que están sufriendo y, por otro, el maltrato suele afectarles más por sus propias características personales. Recordemos que, ante un caso de ‘bullying’, la culpa nunca es de la víctima, sea esta como sea. El foco debe ponerse siempre sobre el agresor.
—Hace algunas décadas, el acoso escolar parecía no existir, y después la sociedad comenzó a familiarizarse con la palabra ‘bullying’. ¿Cómo está ahora este problema en España?
—No lo puedo decir con cifras porque no tenemos datos suficientes. Nuestra apreciación es que está yendo a más y si hubiera un estudio, quizá nos llevaríamos las manos a la cabeza. El último informe de referencia, en 2006, decía que uno de cada cuatro alumnos sufría acoso, y ahora puede que estemos en uno de cada tres. Sobre el ‘bullying’, siempre se plantean los mismos aspectos (las cifras, las señales, las consecuencias), pero se suele obviar todo lo que tiene que ver con el entramado social. ¿Por qué lo digo? Porque, para frenar el acoso escolar, toda la sociedad debe trabajar en red, ya que, de un modo u otro, todos somos responsables: el colegio, los médicos, la policía, los jueces, los políticos, los medios de comunicación... Nos tenemos que dar cuenta de que cuando un menor no puede más y se tira por el balcón, es porque ha habido un cúmulo de errores que se han ido sumando. Lo cierto es que, en los diferentes sectores sociales, no hay información suficiente, no hay conciencia suficiente, no hay consciencia suficiente. Todo el mundo entiende lo importante que es el maltrato a la mujer, pero no nos damos cuenta de lo importante y demoledor que es el maltrato a los niños. Una sociedad que permite el maltrato a los niños es una sociedad enferma.
—¿Ha aumentado el acoso a causa de las redes?
—Las redes han contribuido a un cierto aumento, pero el ciberacoso representa un 10 o un 15% de los casos, no son cotas elevadísimas. El ciberacoso es una manera más de acoso, pero es cierto que puede alcanzar una dimensión enorme por el propio alcance de las redes sociales, y eso lo convierte en un modo de acosar más peligroso.
—Usted aboga por que se valore, en los procesos de selección del profesorado, la capacidad de un candidato para tratar los casos de ‘bullying’.
—Sí, porque un docente ‘con corazón’ se lo pondrá más difícil al ‘bullying’. Lo que sucede es que hay profesores que son incompetentes desde el punto de vista emocional, y un discapacitado emocional no puede tocar niños. Esto nos lleva al sistema de acceso a la docencia. ¿Accede a una plaza de profesor una persona que está realmente capacitada para estar en contacto con niños? ¿O priman los conocimientos específicos antes que la competencia socioemocional? ¿Son más importantes los conocimientos sobre la materia que se imparte que mirar a los ojos a un niño y saber si está sufriendo? Es verdad que hay profesores muy válidos y entregados, y que actúan muy bien, pero hay demasiados que no lo hacen tan bien.
—También pide una mayor formación de la Policía.
—Hemos visto en los cuerpos policiales actuaciones que dejan mucho que desear. Algunas familias, sobre todo en poblaciones pequeñas, no han encontrado el apoyo de los agentes, que a veces tienen vínculos con el centro educativo. Además, el centro siempre tiene presunción de veracidad y eso hace que algunos policías les den credibilidad frente a lo que dice la familia. Estas actitudes, que a veces tienen jueces, fiscales, médicos o policías, no son fáciles de corregir porque sigue subyaciendo la idea de que son ‘cosas de niños’. Pero matarse no es «cosa de niños», y que los chavales digan que están ‘muertos en vida’, tampoco.