«Todos llevamos un bicho rabioso»
Miguel Lorenci
Las guerras sucias se pierden siempre. Nos lo enseña la historia, según Lorenzo Silva (Madrid, 1966), autor de Púa (Destino), novela en la que el escritor desciende a las cloacas del Estado en busca de la raíz del mal. Se pregunta qué les pasa a quienes cruzan esa delgada línea que separa a una persona ‘normal’ de un asesino, secuestrador, terrorista y torturador y que actúa por una causa presuntamente justa. Un línea «que todos podemos cruzar en cualquier momento».
Traspasar la finísima línea que nos lleva al lado oscuro «es fácil», insiste el escritor. «Con el estímulo suficiente, todos somos una mala persona. Todos llevamos dentro un bicho rabioso, una maldad que podemos controlar más o menos. La mayoría no lo soltamos jamás, o muy comedidamente, pero se puede desatar en un instante», afirma. En Púa habla Silva de «un conflicto moral», de sociedades y de individuos. De alguien que se declara una «mala persona» en la primera línea de la novela, que traspasó conscientemente la frontera de la legalidad y de la humanidad. Que señala a otros para que los maten y «que tiene sus precedentes psicológicos».
«Tiene conciencia. No es un psicópata ni un canalla», dice Silva del protagonista de la novela en la que cuenta como se sumerge en lo más siniestro de las alcantarillas del poder. Vemos el viaje de una psicología individual», dice. «Quería saber qué sucede con las personas cuando dan ese paso, pero hablo más de los peones de la guerra sucia que de los cerebros», aclara el escritor.
«Me cuesta encontrar una guerra sucia que no se convierta en derrota», dice el exabogado y hoy prolífico autor, padre de los picoletos Bevilacqua y Chamorro. «A largo plazo las guerras sucias acaban mal, inexorablemente», insiste. «Las sociedades que recurren a ellas son menos exitosas», señala Silva poniendo como ejemplos a los GAL, la guerra de Argelia alentada por los servicios secretos franceses, las acciones de la inteligencia israelí contra Hezbolá y Hamás, la del Reino Unido contra el IRA o la librada en la Edad Media por el control de Jerusalén que acabó con la civilización de los nizaríes, la secta de los asesinos infiltrados entre enemigos.
Sin miedo
No teme que le acusen de blanquear la guerra sucia de los infaustos Grupos Antiterroristas de Liberación «porque esta novela no va sobre eso». «En los GAL hubo cosas decepcionantes: los ejecutores fueron unos chapuzas que mataron y torturaron a quienes no debían y desacreditaron la democracia ante cientos de miles de ciudadanos vascos», apunta.
«No tengo miedo a meterme en ningún charco; lo hice con la guerra de Irak, con la de África, con la lucha contra ETA y con el independentismo catalán. No blanqueo los GAL, que fue el banderín moral del terrorismo vasco, muy contraproducente, y que contribuyó poco a acabar con ETA, con la que se acabó gracias al cumplimiento de la ley y a la democracia. Me ocupo de personas que se implican en la guerra sucia y trato de decir que son seres humanos con todas sus contradicciones», arguye.
Esta vez su protagonista es Púa, -una alusión a su inteligencia y sus altas capacidades operativas- y actúa por resentimiento en un tiempo indeterminado y en un país que jamás se nombra. Se infiltra en La Compañía para asesinar a los malos, a los terroristas que acabaron con la vida de su hermano, en una dura ficción que no tendrá continuidad.
«Con Bevilacqua, que es un buen tipo, podría hacer quince novelas o más; con Púa no. Esto no será una saga», advierte el escritor. «No hay fechas ni lugares concretos, lo que me da una enorme libertad literaria», dice.
Silva ha ‘cocido’ esta novela durante años, hablando con personas implicadas en operaciones terroristas y contraterroristas, policías o soldados enfrentados a la disyuntiva de matar o morir. Gente que conoce bien las cloacas del Estado, esas alcantarillas a las que todas las sociedades democráticas participan.
«La guerra sucia es una cosa muy habitual, pero es un mal innecesario. Habrá quien diga lo contrario, puesto que hasta un Nobel de la Paz, Barack Obama, ordenó ejecuciones extrajudiciales y autorizó acciones en las que la muerte de niños y mujeres fueron daños colaterales», denuncia.
«No he hablado con torturadores y asesinos que se jactaran de ello, como la mayoría de terroristas tampoco cuentan con orgullo sus asesinatos. El asesino que se jacta de sus crímenes tiene una textura moral débil, y no es eso lo que me interesaba abordar».
En 27 años Lorenzo Silva ha escrito más de sesenta libros, buena parte publicados en Destino, sello que celebra su idilio con un escritor en el que confía ciegamente. Tanto, que la primera edición de Púa es de 60.000 ejemplares.
Desde que fuera finalista del Nadal con La flaqueza del bolchevique (1997), es un referente de la editorial. «Algo que antes solo ocurrió con Miguel Delibes», destaca el editor Emili Rosales.