Diario de León
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León

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Tras un silencio de cinco años en el que ha conseguido la calma suficiente para «dar entrada al poema» la escritora valenciana Àngels Gregori regresa a las librerías con Jazz, un poemario muy meditado que aglutina su universo en torno a Nueva York, a sus raíces y a sus referentes literarios, como Emily Dickinson, Elizabeth Bishop o su amigo Francisco Brines.

«Alguien dijo que el poema no se acaba nunca, se abandona y vuelve cuando quiere», señala Gregori (Oliva, Valencia, 1985). Autora, entre otros libros, de New York, Nabokov & Bicicletes (premio Alfons el Magnànim 2010) y Quan érem divendres (Premio Poesía dels Jocs Florals de Barcelona 2013), la poeta valenciana fue presidenta del PEN Català entre los años 2018 y 2022, y actualmente es miembro de la Acadèmia Valenciana de la Llengua y directora de la Fundación Francisco Brines.

Jazz, editado por Proa en catalán, que se publicó el pasado 3 de mayo y ya va por su segunda edición, llega además en un momento de madurez personal y creativa de la poeta. Escrito en la «distancia» que encuentra en Manhattan, su «barrio» en Nueva York, habla en realidad de su Oliva natal, de sus antepasados y de su gente, a la que por primera vez se ha atrevido a dedicar poemas. «Un síntoma -bromea- de que me voy haciendo mayor».

Nueva York, asegura, es el lugar al que necesita retornar como el que relee un libro, porque es la ciudad donde sabe perderse mejor para reencontrarse; y el jazz un género musical del que se sirve para hablar de las cosas que «van pasando desordenadas pero al mismo tiempo meditadas», como ha sido su poesía en el último lustro.

El poema más importante, a nivel personal, señala la poeta, es Carta d’amor a la ciutat, que quería ser el «gran poema sobre Nueva York y, sin pretenderlo, se ha convertido en el gran poema sobre Oliva», ya que cuenta la historia de su bisabuelo, que llegó a la Gran Manzana en 1910, con 16 años, huyendo de la miseria.

Gregori encontró en el Museo de la Inmigración el certificado de la entrada de su bisabuelo a Nueva York, el 19 de mayo de 1910, el mismo día en que se anunciaba la llegada del cometa Halley y «el fin del mundo». Una historia «maravillosa» que «engrandece», bromea, su particular película sobre la ciudad norteamericana, que junto a Oliva y Barcelona conforman su cartografía poética.

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