«Si no existiera el comedor social, se romperían escaparates»
Un mansillés inquieto está al frente de la Asociación Leonesa de Caridad, entidad que a sus 117 años de vida «es una gran desconocida» para los leoneses, pero «más importante que la Catedral» para sus usuarios.
A una persona sin hogar le preguntaron hace poco qué veía en una foto en la que aparece la Catedral de León. Su respuesta fue contundente: «Donde vamos a comer». La anécdota refleja la importancia que los usuarios dan a este servicio que funciona en León de forma ininterrumpida desde hace 42.142 días en la capital leonesa.
Félix Llorente, un mansillés inquieto que ha sido empleado de la Caja de Ahorros, alcalde, cronista de la villa del Esla, y también corresponsal de Diario de León, es el sexto presidente de la Asociación Leonesa de Caridad (Asleca). La entidad fue fundada en 1906 por «un grupo de entusiastas leoneses con el apoyo de Cruz Roja Española, que necesitaba un comedor», comenta.
«Desde entonces hemos estado sin parar, con dos acontecimientos importantísimos como fueron la Guerra Civil y la II Guerra Mundial», añade. Tampoco pararon con la gripe española de 1918, ni con la pandemia de covid de 2020, que les obligó a reinventarse para no dejar sin comer a las personas sin hogar.
Siguiendo con la historia de la entidad, dice Félix Llorente que «los primeros tiempos fueron difíciles. Se apuntaron muchos pero a la hora de pasar los recibos se echaron atrás». Han sobrevivido gracias a los cuatro pilares que todavía hoy les sostienen: la junta directiva, las Hijas de la Caridad, el voluntariado y las cuotas de socios y ayudas públicas y privadas.
«Sobrevivimos de milagro», asegura Llorente, que tiene los pies en la tierra y pone el foco en el presente y lo importante: «Todos los gastos han subido, la comida, la luz... todo y estamos dando de comer al mediodía a 103 y 105 personas», añade. Personas vulnerables en las que la precariedad y los tiempos que corren hacen mella en su salud mental.
Más de 22.000 desayunos, casi 38.000 comidas y más de 28.000 cenas son las cifras que hablan de la labor social del comedor. A la que hay que añadir el servicio de higiene que ofrece ducha (cerca de 800 personas), lavandería y peluquería. «Es un lujo contar este servicio. No entendería León sin la Asociación Leonesa de Caridad y menos hoy. Estamos en otra época de leche en polvo, con sus matices», precisa Llorente.
La casa de Puerta Obispo fue la encargada, en los años 50, «de distribuir la leche y el queso americanos». Los restos del plan Marshall que llegaron a España tras ser reconocido el régimen de Franco por las potencias ganadoras de la II Guerra Mundial. La generación que inició el llamado baby boom fue la destinataria de esta suplementaria a la escasez de la posguerra. «Había una mezcladora con la que se hacía la leche en polvo», señala mientras muestra una foto que lo corrobora.
Hoy, «la gente no se muere de hambre» como sucedió en los años de la guerra y posguerra. «Pero si no existiera el comedor social se romperían escaparates». Hay otros matices que marcan la diferencia con otras épocas de crisis de la historia de Asleca. «Ahora damos una atención integral», puntualiza el presidente.
El comedor es la puerta de entrada a la trabajadora social, que se ocupa de encaminar los pasos de las personas que han quedado fuera del sistema o están a punto de hacerlo para su reinserción social y laboral, empadronamientos de personas que carecen de domicilio y trámites burocráticos para solicitar el IMV u otras prestaciones. También ofrecen atención psicológica.
«No solamente damos comida, sino también aseo, acompañamiento, escucha y un espacio de ocio y descanso», comenta sor Esther Seoane, la directora. «Atendemos en lo físico, en lo psíquico y también en lo espiritual», añade. Ver disfrutar a personas a las que han visto rotas es una de las mayores satisfacciones. «En las actividades creativas suelen hablar, muchas veces se acuerdan de cuando eran niños», comenta la hermana. Su filosofía es ofrecer un servicio «sencillo y humilde con amabilidad y con compasión».
«Son personas muy frágiles y la forma en que se les atienda es muy importante», añade. La historia que llevan en su mochila, a veces tan cargada de enseres como de pesares, hace que a veces sea difícil el trato. Evitar hacer preguntas o dar una voz a veces es la mejor ayuda que pueden prestar. A veces es inevitable tener que contar con la ayuda de la policía en situaciones en que no tienen éxito en la contención.
Los problemas de salud mental planean en la sociedad del siglo XXI y más aún desde la pandemia. En los dispositivos que atienden el sinhogarismo ven a las personas con deterioro psíquico más vulnerables por carecer de apoyo familiar y social por los motivos que sean.
«Estamos cuerpo a cuerpo con personas que son muy frágiles y, en ciertos casos, tienen un trasfondo de agresividad», apunta sor Esther. A la directora de la institución le gusta estar a pie de obra. Suele pasear con la bayeta entre las mesas y las va limpiando a medida que quedan libres. «Muchas me dicen que por qué siendo la directora, voy limpiando las mesas», señala.
Para ella, esta tarea tiene un doble objetivo: colaborar en el trabajo que da el comedor y estar cercana a las personas usuarias. «No limpio por limpiar sino por estar cerca», admite. Desde esta posición, puede hablar más de tú a tú a las personas y a veces hasta rebatirles o incitarles a cambiar de actitud. «Tenemos que ejercer un papel educador, decirles de alguna manera que las cosas no son tan fáciles como se pueden creer», señala.
«El mayor desgaste es el esfuerzo que hacemos en que asuman su responsabilidad ante la vida», subraya. De ahí que, aunque sea una cantidad simbólica, 1 euro, sea obligatorio pagar la comida y, si precisan, la ducha.
El coste medio del mantenimiento del comedor cada día es de unos 1.500 euros, una cifra que se disparó a 1.820 en 2022 y seguirá en aumento este año debido a la carestía de los alimentos que se suma a los elevados precios de luz y gas. Algunos usuarios que puntualmente no pueden pagar el euro realizan colaboraciones en la casa.
A tres chicos que acaban de empezar a trabajar y no pueden llegar a la hora estipulada «les guardamos la comida o la cena». Entre los usuarios, los hay que van siempre y cada vez más personas extranjeras que tenían un cierto estatus en su país y ahora carecen de medios
Procurar que «tengan una vida lo más organizada posible, puntualidad...» son sus caballos de batalla cotidianos en el comedor.
Aparte del personal de cocina, la asociación cuenta con dos trabajadoras sociales y educadora social. Quincenalmente hacen un balance de la situación de las personas que atienden en el comedor y también supervisan la situación administrativa, económica y de relaciones públicas con el presidente y el tesorero. Se repasan los menús para que sean variados y completos. «Ponemos verduras dos veces a la semana, aunque a algunos les cuesta mucho comerlas. Buscamos formas de que lo preparen de otra manera». Se hacen menús sin sal, para diabéticos, sin gluten y teniendo en cuenta a alérgicos al marisco. Respetan las costumbres culinarias de tipo religioso como la prohibición del cerdo para los musulmanes que, durante el Ramadán, llevan la comida y la cena a su casa para respetar el ayuno diurno.
El acondicionamiento de una sala de acogida que hace las funciones de centro de día (con ordenadores, periódicos, libros...), la reforma de los baños y la zona de lavandería y la redistribución del comedor por las medidas del covid son algunas de las reformas acometidas.
La casa de acogida de mujeres víctimas de violencia y sus hijos e hijas ha sido reformada integralmente gracias a una ayuda de los fondos europeos. Los 140.000 euros de esta ayuda dispara el presupuesto de 2022, pero todo está invertido en las reformas.
Con este dinero extraordinario se arreglaron las habitaciones, que cuentan con televisión, mesa de estudio y wifi, pusieron armarios empotrados, baños nuevos y se acondicionó y amuebló el salón, la cocina y el hall de la entrada. Y se ampliaron las plazas. Actualmente la casa de acogida está completa con 13 personas entre mujeres y menores y cuenta con un presupuesto de 98.000 euros para 2023
La casa que abre sus puertas a los pobres es una antigua casa de ricos. Perteneció a la «ilustre y opulenta» familia de Joaquín y Matías Cavero. Luego fue colegio de San Isidoro y sede de los Catalinos antes de pasar a su destino actual.
Aunque el comedor le da la fama, puertas adentro de Asleca la misión abarca mucho más que la comida y va más allá de las personas sin hogar, pues atiende muchos frentes con personas en riesgo de exclusión y a mujeres víctimas de violencia de género con sus hijos e hijas en la casa de acogida que forma parte de la Red Asistencial de la Junta. Ahora tienen en proyecto la reforma de la cocina.
Las Hijas de la Caridad se unieron en 1907 a esta casa y hoy quedan siete hermanas. Junto a ellas, el voluntariado es la otra joya de la corona de este dispositivo. «Hay que quitarse el sombrero, tenemos 90 personas entregadas en cuerpo y alma, más voluntarias que voluntarios», destaca Llorente.
El «milagro de los panes y los peces sin cerrar ni un solo día» se nutre en un 34% de donativos de patrocinadores (privados y religiosos), 22% de subvenciones oficiales (Ayuntamiento, Junta y Diputación), 28% de donativos en especie, 10% de cuotas de afiliados y 2% de prestación de servicios.
Constancio García Paramio es el encargado de administrar los recursos. El 46% de los gastos son para la compra de alimentos y aprovisionamientos, el 34% para pagar al personal de cocina, trabajadora social, etc., el 8% para suministros, otro tanto para servicios externos y el 4% para amortizar el inmovilizado.
Pese a todo lo que hace Asleca y a sus 117 años de historia, Félix Llorente lamenta que «somos los grandes desconocidos para la sociedad. Somos invisibles, pero para nuestros usuarios el comedor es más importante que la Catedral. La gente no se queda sin comer», sentencia Llorente.