«¿Cómo se hace un disco?»
l A partir de esta ingenua pregunta nació hace 40 años Dro, primer gran sello español independiente. Un libro de Laura Piñero cuenta su historia
javier herrero
Tenían 17 años y muchas ganas de ver el mundo «en color», como aquella España postfranquista de primeros de los años 80. «¿Qué necesitamos para hacer un disco?», preguntaron en la única fábrica que conocían, y así nació Dro, el primer gran sello del «indie» español, el que editó de Nacha Pop a Extremoduro.
Estos días se celebran 40 años (41 en realidad) de aquel hito con el lanzamiento de una caja que intenta sintetizar lo mejor de su catálogo, con referencias como Aviadro Dro, Loquillo, Gabinete Caligari, Duncan Dhu o Marea, y un libro con más de 70 testimonios escrito por la periodista Laura Piñero, Aquellos años accidentales. Dro, la discográfica independiente que lo cambió todo (Cúpula).
Una de las voces más importantes es la de Servando Carballar, miembro de Aviador Dro y cofundador de aquella compañía bautizada Discos Radiactivos Organizados y al estilo del «háztelo tú mismo» que abundaba en Reino Unido, como Virgin Records, «un paso más allá de pequeños sellos» que ya existían en España como Tic Tac pero que se limitaban a editar material de todo aquel pusiera dinero encima de la mesa.
«Se nos ocurrió ir a Iberofón, la fábrica de discos que más veíamos en los vinilos, y nos plantamos en la puerta para preguntar ‘qué tenemos que hacer para lanzar un disco’. Cuando vimos que se vendía todo nuestro primer lanzamiento en 5 minutos, Nuclear, sí de Aviadro Dro, supusimos que podríamos hacer lo mismo con Siniestro Total o Glutamato Ye-Yé», cuenta.
Con una pequeña oficina montada en el piso de uno de ellos y un almacén en otro, la empresa comenzó a funcionar de una manera casi artesanal. A falta de diseñadores, a veces coloreaban ellos mismos las portadas y solo enviaban copias a aquellas tiendan que conocían, a la espera del cheque de vuelta correspondiente por las ventas.
«Lo mejor de todo es que era el inicio de la Movida, así que había muchas gente haciendo cosas en todos los ámbitos. Madrid estaba muy viva y había muchos interés en nuevas bandas, también periodistas que empezaron a prestarnos atención», recuerda sobre aquel caldo de cultivo favorable con profesionales de la información que remaban a su favor, como Diego Manrique y Carlos Tena en televisión, Julio Ruiz en la radio o José Manuel Costa en prensa.
Al éxito comercial de sus primeros lanzamientos, véase ¿Cuándo se come aquí? (1982) de Siniestro Total, Que Dios reparta suerte (1983) de Gabinete Caligari o el EP Una décima de segundo (1984) de Nacha Pop, se unió una inesperada «huelga» de la radiofórmula comercial contra las multinacionales por el pago de derechos.
«Les vinieron a decir que no les necesitaban y así, durante unos meses, empezaron a prestarnos mucha más atención a nosotros», rememora Carballar, que de aquella hornada de grupos y artistas que editaron valora «no tanto una técnica muy perfeccionada y sí mucha imaginación y humor en sus letras».
La compañía fue creciendo con la incorporación de otros sellos hermanos en espíritu, «gente a la que le gustaba la música y querían publicar sus discos y los de sus amigos, sin pensar en el negocio», indica Paco Gamarra, que unió su destino al de Dro a través de una de esas incorporaciones, la de Gasa.
«Pero llegó un momento en que lo que empezó como un juego creció de tal manera que sí se necesitó una estructura de negocio, un poco hippy, pero una estructura de negocio», apunta Gamarra ante una empresa con más de 70 trabajadores.
En 1988, Servando Carballar y Marta Cervera, otra de las cofundadoras de Dro, decidieron abandonar el proyecto. «No supimos ver cómo equilibrar el espíritu de aventura y riesgo con pagar los sueldos. Ya no me sentía cómodo en ese territorio y nos fuimos a buscar otras fórmulas», explica el músico.
Dro siguió adelante. Con la adquisición un año después de Producciones Twins, se convirtió en el sello independiente más grande de la historia de España y en 1993 todo el grupo fue adquirido por una de las grandes multinacionales, Warner Music, lo que para algunos supuso traicionar su esencia.
«Fue una necesidad. Podría haber sido traumático, pero contra todo pronóstico fue muy bien. El acierto fue comprar no solo un catálogo, sino también un equipo. Nos mantuvimos en nuestra oficina y todos los que estábamos haciendo lo que sabíamos hacer, seguimos con libertad. Nos sobraban las ideas y los artistas, pero ya no teníamos la losa de estar preocupados por la financiación», opina Gamarra.
Él fue uno de los que continuaron en esa nueva estructura (aún hoy sigue como asesor) y, a su modo de ver, lo que llamaban el «gen Dro», «esa valentía y actitud ante las vicisitudes», se hizo valer y muchos de su profesionales acabaron en cargos de responsabilidad en la matriz.
Entre otras razones, éxitos como el fichaje de Los Rodríguez, «que no fue fácil, porque los de arriba no lo veían», pero cuyo primer disco despachó cerca de medio millón de copias. «Y así Warner comprobó que no iba a perder dinero, sino a ganarlo», subraya. Dro siguió «haciendo éxitos desde abajo», pero abrió su manera de trabajar a artistas que nada tenían que ver con el inicio. «Ahí dimos la vuelta al marcador», sentencia Gamarra.